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Se atribuye al siervo de Dios Fray Antonio Alcalde su participación en un suceso extraordinario

Ellya Margarita Robles Galindo[1]

 

La autora del texto que sigue narra una experiencia que hoy como ayer y mañana actualiza una convicción honda en la vida práctica de todo creyente: el milagro; pero también algo que ha sido moneda corriente en la fama de santidad del Siervo de Dios al que aquí se alude. Sin anticipar el juicio de la autoridad eclesiástica para este caso, cuya fuerza sólo tiene el crédito de su autora, la convicción con la que fue redactado bien vale la pena perpetuarla de esta forma.[2]

 

Me llamo Ellya Margarita Robles Galindo, de 34 años, originaria de Puerto Vallarta, Jalisco; soy la segunda de tres hermanos: Oliver Robles, el mayor y Karen Robles, la menor; mis padres son Alicia Galindo y Luis Manuel Robles. Actualmente estoy casada, el nombre de mi esposo es Alejandro Ramos, y tengo dos hijos: Leonardo, de 8 años, y Aarón de 3 años. El motivo por el cual escribo esta carta es para dar testimonio del verdadero amor al enfermo, humildad, sencillez y que en mí lo veo como un milagro de vida, me refiero al Reverendísimo Señor don Fray Antonio Alcalde y Barriga.

Todo inició en junio del 2015, cuando por problemas de apéndice tuvieron que operarme. Desde el principio las cosas no parecían estar bien, y con el paso de los días después de tener los resultados de patología, las cosas se confirmaron con un diagnóstico de linfoma de Burkitt-No Hogdkin, conocido también como un cáncer linfático.

Cabe mencionar que una noche antes de que a mí se me dijera el diagnóstico, tuve un sueño; en ese sueño estaba yo y alguien más, estábamos sentados en una banca y él me abrazaba, sus palabras fueron: “nunca olvides que no estás sola, lo que suceda mañana te tiene que hacer fuerte, yo estaré ahí”. Alrededor de las 5 o 6 am desperté llorando, aún en la habitación del hospital donde ya llevaba casi cinco días en recuperación por la cirugía; no podía hablar, era un llanto de tantos sentimientos encontrados, y sólo mi esposo me preguntaba qué tenía. Como pude, logré contarle el sueño, y los dos nos pusimos a llorar; en el transcurso de la mañana empezaron a llegar al hospital toda mi familia y mi doctor; todos ya estando en la habitación, empieza mi doctor a hablar y me dice que ya tiene mi diagnóstico, a lo cual yo muy tranquila le pedí que me dijera, a lo que respondió: tienes linfoma. ¿Qué es eso?, pregunté yo, y sólo dijo: “es una enfermedad que sólo se cura con quimioterapias, Ellya; tú tienes cáncer”. Al mencionar la palabra cáncer surgió un silencio total la habitación del hospital. Yo cerré mis ojos y me remonté al sueño que había tenido, en ese momento le encontré sentido a por qué había soñado eso: alguien me estaba preparando para recibir una noticia que iba a cambiar mi vida, y ese alguien era Dios, sin duda alguna. Salieron algunas lágrimas de mis ojos y lo único que dije fue: “estoy lista, cuándo inicio tratamiento”.

En ese mismo día mi esposo llevo al hospital a la oncóloga en la que yo deposité toda mi confianza para poder curarme. Llegó el día de la primera quimio. Mi cuerpo empezó a reaccionar: mareos, vómitos, náuseas, todo sentía. Empecé a perder fuerzas, el ánimo lo trataba de controlar, pero llegaba el momento que no aguantaba y lloraba mucho. Proceso normal de las quimios: perdí todo mi cabello, quedé pelona, en toda la extensión de la palabra. A los días, mi doctora decide hacer cambio en el tratamiento, pues mi cáncer se había manifestado de otra forma. Esto implicaba estar una semana internada para fin de que el tratamiento tuviera los resultados esperados. Económicamente estábamos perdiendo, ya que es un tratamiento caro, así que inicie de nuevo mis trámites en el issste, ya que desde un principio no me quisieron atender. Ya pasados tres meses de tratarme en particular, me llamaron del issste para empezarme a atender con ellos. Dios de nuevo se manifestó, el doctor que me empezó a atender era muy fina persona, pero por motivos ajenos a mí tuve cambio de doctor, pero igual era muy fina persona.

Estando ya en Guadalajara hospedada para dar inicio a mi tratamiento en el Valentín Gómez Farías, me llevaron al templo de las Capuchinas a conocer al Divino Preso, ya que una madrina mía prometió que me llevaría con él. Yo ya en ese tiempo traía mi turbante y se notaba que estaba enferma. Estando en el templo, se acerca un señor y me dice: “tienes cáncer”. Le contesté que sí. “Soy don Eugenio, ayudo aquí en el templo y te recomiendo que hables con Fray Antonio Alcalde y Barriga; él necesita de milagros para que lo nombren Santo, ¿lo conoces?”, y le dije “no”. “Pues mira, él es quien ayudó mucho a las capuchinas, ayudo a muchos enfermos, era muy humilde de corazón…” y así me empezó a contar de Fray Antonio, y concluyó diciendo que ahí en templo estaba su corazón conservado en un frasco; me dijo también que hablara con una de las hermanas para que me permitieran verlo, pero ese día no se pudo, tendría que regresar otro día.

Llego el día de la quimio, pero ahora en el issste, internada más de nueve días porque no había medicamento. Cuando me dan de alta, terminada la primera parte del tratamiento, regreso a Vallarta y comento lo sucedido en el templo de las capuchinas a mi familia. No dejé de pensar en Fray Antonio, pero sobre todo en cómo era el corazón, ya después de tantos años cómo estaría.

Regreso a Guadalajara a seguir mi tratamiento, vuelvo al templo de las capuchinas y ya no veo a don Eugenio, pero me encuentro a la hermana Consuelo, y le platiqué lo sucedido. Muy amablemente me pidió que esperara, que hablaría con la hermana encargada de eso. Pasaron varios minutos y lo esperado sucedió: Fray Antonio estaba en mi manos, ese frasco con su corazón se volvió una esperanza más de vida, le pedí tanto sanar, que yo estuviera bien, le entregue mi miedo, mi enfermedad y le pedí fuerzas, le pedí fuera mi intercesor, llore, llore y llore. La hermana Consuelo puso el frasco en mi vientre y rezó una oración. En ese momento sentí que Fray Antonio me escuchó, que él estaba conmigo.

Ya han pasado cinco meses, y de nuevo internada en el Valentín Gómez Farías para terminar el tratamiento que definía el continuar o terminar quimios, esta vez no fueron nueve días, fueron 16 días internada, y por lo mismo, no había medicamento, pero ya tenía presente a Fray Antonio en todo momento. Por efectos de quimio me salían aftas en las encías y no podía comer, renegué tanto que quería comer sólo fruta, y a los pocos minutos llego la fruta al cuarto. Mi expresión fue “gracias, Fray Antonio y Diosito, que tocaste el corazón de la persona que me la envió”. En el transcurso del día, Fray Antonio estuvo presente, ya que los enfermeros portaban en su uniforme una etiqueta que decía Instituto de Enfermería Fray Antonio Alcalde, pero a uno de ellos le pregunte que quién era, y me contesta: “fue una persona que cuidó mucho de los enfermos, muy sencilla y humilde, ¡ah, y milagrosa!” Me conto que su corazón en ocasiones está en los quirófanos en cirugías complicadas, y una enfermera me dijo: “pídale que la cure y lo hará”, y yo solo sonreí. En esa ocasión mis síntomas de nauseas, vómito y mareos eran escasos, en ocasiones nulos.         Faltaba un día para que me dieran de alta y esa última noche volví a soñar, pero ahora lo sentí más vivencial, sentí que fue real, estaba yo en la cama conectada aún con todo lo que ocupaba para la quimio, me vi tal cual, y de repente estaba alguien parado a un lado de mi cama, de blanco, con algo en la cabeza también blanco, chaparrito, gordito, tez blanca. Con una mano tocó mi vientre y con otra mi cabeza, y me dijo: “te irás a casa y disfrutas a tu familia, ya no tienes a qué regresar aquí; tú estas sana y sabes también dónde encontrarme”, y se dio la vuelta y vi que salió por la puerta del cuarto. En eso desperté y lo único que dije fue: “fuiste tú, Fray Antonio”, y volví sonreír.

Me dan de alta y me programan mi cita que determinaría el continuar o terminar quimios, que fue el 10 de diciembre del 2015, en el transcurso del viaje a Vallarta le platiqué a mi esposo del sueño y le pedí que me buscara en internet alguna foto de Fray Antonio. Encontró una y volví a confirmar que sí había sido él. Por falta de tiempo ese día no fui al templo de capuchinas.

Llego el día de la cita en Guadalajara en el Valentín Gómez Farías, era un nervio al mil por ciento, pero estaba tranquila, estaba consciente de la situación. Tocó mi turno de entrar al consultorio, mis manos sudaban, el que me acompañaba era mi hermano. De momento un silencio invadió el consultorio, ya que el doctor leía los resultados finales. Pasados varios minutos, sus palabras fueron: “no sé a quién te encomendaste, no se quién sea tu Dios, no sé si tomaste algo, pero lo único que sé es que estás limpia, ya no hay cáncer en tu cuerpo, Ellya, estás sanada, regresa a Vallarta, disfruta las fiestas decembrinas, ve, come lo que quieras, ve a donde quieras, yo sólo te necesito en febrero para otro estudio e iniciar tus citas de chequeo, Ellya, ¡felicidades!” Me aguanté de llorar por el momento, pero por mi mente sólo pasaban Fray Antonio y Diosito.

En el camino a Vallarta ya nada me dolía. Ahora sí lloré, lloré y lloré por largas horas, compartí la noticia con mi familia, amigos, con toda aquella persona que preguntaba cómo estaba. Le hice caso al doctor, me fui disfrutar a mi familia. En ese tiempo en Vallarta están las peregrinaciones, una tradición del puerto, y para volver a confirmar que Fray Antonio hizo su milagro, los poco carros alegóricos eran de Fray Antonio.

Regresé con mi padre a mi cita de febrero, ya del 2016, y los resultados fueron favorables. Mi doctor me dijo que por momento ya no tenía nada que hacer, que todo estaba controlado, que siguiera como hasta ese momento. Me dio medicamento pero sólo para caso necesario. Regrese a Capuchinas, de nuevo la hermana Consuelo me recibe y vuelvo a tener a Fray Antonio en mis manos. Le agradecí por todo lo que hizo por mí, que quería seguir conociéndolo, que yo lo iba a dar a conocer entre mis familiares y amigos, que todos supieran de él.

Ya casi han pasado tres años desde que soy fiel testigo de que los milagros sí existen, que sólo debemos de tener fe en que pueden suceder.

En la actualidad llevo conmigo en una cadena una imagen de Fray Antonio que me regaló la hermana Margarita, y un poco de algodón del que cubre su corazón en un dije. Diario anda conmigo, me siento tan afortunada de ser parte de sus milagros. Bueno, yo así lo siento.

Espero y esto pueda servir para la causa de canonización del Siervo de Dios y pronto sea conocido y venerado como se merece un Santo.



[1] Licenciada en turismo, casada y con dos hijos, es profesora y coordinadora académica de una escuela Secundaria Técnica. 3

[2] El 6 de octubre del año en curso de 2018, la Priora del convento de las Clarisas Capuchinas de la Inmaculada Concepción de Guadalajara, donde se resguarda desde 1792 el corazón del Siervo de Dios fray Antonio Alcalde, o.p., recibió en el locutorio de dicho monasterio a la autora de este testimonio. Luego de escucharla, cuando ella pretendía entregarle su escrito junto con algunas fotocopias de anexos alusivos a lo que aquí se cuenta, le sugirió que lo hiciera llegar de inmediato a la dirección de este Boletín, y así pasó. Como se trata de un tema de interés público para la Arquidiócesis de Guadalajara, se accede a la petición de publicarlo.



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