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Juan María Salvatierra, Apóstol de Baja California

Jesús Gómez Fregoso, S.I.[1]

Al cumplirse, el 17 de julio del año en curso 2017, el tricentenario de la muerte del Apóstol de California, Juan María Salvatierra (1648-1717), rector que fue del Colegio de Santo Tomás de Guadalajara, al lado de cuya capilla mandó construir la de Nuestra Señora de Loreto, donde fue sepultado, el autor de este texto nos aproxima a la vida y obra de este gran civilizador de la diócesis de Guadalajara.[2]

 

El documento que se presenta en esta introducción es la biografía de Juan María de Salvatierra,[3] una fuente histórica importante para el estudio de la época virreinal mexicana en uno de sus aspectos no del todo explorados: el norte de Nueva España durante los siglos xvii y xviii. La introducción está dividida en tres partes. La primera sitúa la persona y la obra de Juan María de Salvatierra en el contexto concreto del norte de Nueva España durante el siglo xvii. La segunda parte se refiere a Miguel Venegas, o Miguel de Venegas, autor del documento que presentamos. En la última parte se estudia más detenidamente la biografía de Juan María de Salvatierra como la presenta Miguel de Venegas.[4]

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En 1542, con la fundación de Guadalajara por Juan de Oñate, termina el periodo propiamente dicho de la conquista militar del México antiguo. Guadalajara es entonces la ciudad más avanzada hacia el norte: tenía obispo y audiencia en 1548. Pero los límites de las tierras conquistadas permanecían muy imprecisos: el obispo de Guadalajara no conocía con certeza la extensión de los territorios a él encomendados. Además, el número de indios sometidos a esta jurisdicción fue también muy indeterminado y se conocía demasiado poco acerca de su vida, su cultura y su temperamento. Pueblos indígenas como los tepehuanes, tarahumaras, pimas y californios no tenían, en su conjunto, el desarrollo de las civilizaciones del sur. La vida de los tarahumaras, por ejemplo, aún hoy sigue siendo muy primitiva y sus principales recursos son una agricultura extremadamente rudimentaria, que se concreta en el cultivo del maíz simplemente para satisfacer sus necesidades inmediatas, la pesca y la caza. Se caracteriza también por la ausencia de urbanismo. Precisamente por esta forma de vida primitiva, estos pueblos eran casi impenetrables para cualquier influencia extranjera. A estas dificultades socioantropológicas se añadían otras de orden geográfico. El norte se presentaba como un territorio inmenso, montañoso y desértico, pobre, donde las distancias a recorrer eran enormes y extenuantes y todo el territorio era hostil. Mientras que en la parte sur de Nueva España el gobierno español instalaba audiencias y municipios, es decir, practicaba una organización civil y judicial bien definida, la zona del norte, aunque ligada oficialmente a Nueva España, continuaba siendo un territorio aparte: tierras por descubrir y explotar.

            Todo esto explica por qué el desarrollo de la conquista del sur es muy diferente de la del norte. En el sur, la espada precedió a la cruz, el militar llegó antes que el misionero. El trabajo apostólico se fue haciendo una realidad de seguridad establecida y organizada. Hacia el norte sólo avanzaron los pioneros militares y religiosos, en conjunto o separadamente. Los misioneros del norte pertenecieron en su mayor parte a la Compañía de Jesús y a la orden franciscana. Fue en 1572 cuando los jesuitas comenzaron su apostolado en Nueva España. Fieles al espíritu del fundador de su orden, permanecieron muy unidos a la persona del rey de España y se consideraron en buena medida como caballeros a su servicio; organizaron sus acciones con un doble designio: ganar almas para Dios y vasallos para el rey. El campo de acción de las misiones jesuitas en los pueblos indígenas impuso a los misioneros un modo de actuar muy simple, adaptado a los indígenas: una catequesis elemental. Su apostolado fue muy diferente del ejercido en el sur, donde el desarrollo de la vida religiosa estuvo ligado con la vida virreinal, lo que permitió la multiplicación de colegios clásicos. Otra característica de los misioneros del norte fue que, además de españoles, entre ellos hubo italianos, alemanes, checos y de otras provincias, en su mayoría de los antiguos dominios del Emperador Carlos v y de la Compañía de Jesús, la única orden autorizada por España para reclutar misioneros extranjeros con el propósito de evangelizar a los habitantes de sus posesiones.[5]

            Fue en los vastísimos territorios al norte de Guadalajara donde los jesuitas tuvieron un inmenso campo de acción, y ahí —entre los tarahumaras y californios— Juan María de Salvatierra desplegó su celo misional. Llegado de Italia en 1675, Salvatierra terminó sus estudios de teología en la Nueva España, recibió la ordenación sacerdotal, ejerció su ministerio entre los indios de las poblaciones cercanas a la ciudad de México y, después de esto, fue misionero en la Sierra Tarahumara (1680-1693) y rector del Colegio de Guadalajara (1693- 1696); más tarde fue nombrado rector y maestro de novicios en Tepotzotlán (1696-1697), de donde partió como superior a fundar la misión de California (1697). Luego regresó a México para ejercer el cargo de provincial (1704-1706). Fue en uno de esos viajes, agotado por los trabajos misionales, que murió en Guadalajara, en 1717. Durante veinte años, de 1697 a 1717, Salvatierra ofreció lo mejor de sí mismo a una misión a la que dotó de sólidos fundamentos materiales, aunque nunca igualó el florecimiento de las misiones jesuitas de Paraguay. En efecto, la pobreza de la región, su aislamiento, el temperamento rebelde de los indios y la falta de interés de los virreyes —que se rehusaban a aportar cualquier ayuda pecuniaria— hicieron de la misión de Baja California una obra de inmensas dificultades, en ocasiones insuperables, por lo que requirió de hombres de cualidades excepcionales como Salvatierra. Profundamente ligado al rey de España, Salvatierra hizo hasta lo imposible para evangelizar esa tierra difícil que había resistido el paso de conquistadores como Hernán Cortés (en cuatro ocasiones distintas) y diez expediciones más. En suma, fueron más de cuarenta las embarcaciones que se malograron. Seis entradas se hicieron por orden de Su Majestad; y si igualaron el costo de la de don Isidro de Atondo, pasa el gasto de ella, y con mucho, de un millón de pesos. Cuatro entradas intentó Cortés, en que se sabe gastó más de trescientos mil pesos. Dos entradas intentaron sujetos particulares, en que se gastaron inútilmente muchas sumas.[6]

            El virrey José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, viendo el interés de Salvatierra, le permitió realizar la empresa de California a título personal, pero se negó a concederle cualquier ayuda material: una empresa sin costo para la Real Hacienda. La habilidad extraordinaria que demostró Salvatierra le permitió, gracias a generosos benefactores, constituir el fondo más importante de ayuda económica de las misiones mexicanas.[7] Así, durante veinte años puso toda su energía, todo su esfuerzo y todo su corazón al servicio de las tierras abandonadas de Baja California. A continuación se verá sobre qué terreno Salvatierra ejerció su acción.

 

1.    Un estado permanente de rebelión

 

Fueron notables las rebeliones características de los tarahumaras, de los pueblos de la Primería Alta (1690-1693) y de los californios (1734-1736). Estas rebeliones alcanzaron tal magnitud que han hecho olvidar otros levantamientos menos graves. En la biografía escrita por Miguel de Venegas se citan numerosas intervenciones de Salvatierra para tratar de suavizar el descontento de distintas naciones indígenas y cómo tuvo que retrasar varias veces el principio de su obra misionera con el fin de aplacar las rebeliones tarahumaras. En California tuvo que superar grandes dificultades. El 13 de noviembre de 1697, 18 días después de haber desembarcado en San Bruno y “haber tomado posesión en nombre de Su Majestad Católica”, Salvatierra enfrentó la rebelión de los californios contra los representantes del rey de España.[8]

            Para la reconstrucción de los hechos contamos sobre todo con las crónicas e historias de la correspondencia de los misioneros, de modo que la información es unilateral; de ahí la gran dificultad de conocer con precisión el punto de vista de la otra parte interesada, es decir, de los indios, esos bárbaros, según expresión de los cronistas que entregaron su opinión sobre las rebeliones de los pueblos norteños y su oposición a dejarse evangelizar. En sus testimonios, Miguel de Venegas insiste sobre la oposición de los californios a aceptar la moral cristiana, sobre todo en el aspecto sexual:

 

No hubo motivo particular alguno, ni lance grave que pudiese ser […] causa de esta rebelión, como se averiguó después. El origen del descontento de los indios contra los padres no fue otro que el horror a la nueva ley y doctrina que los privaba de la muchedumbre de mujeres, y los obligaba a vivir sin aquella brutal libertad en que a su placer vivían encenegados. Esto se vio después de muchas maneras y así lo confesaron los principales agresores. […] Baste decir que hombres y mujeres mostraron bien en su inhumanidad y brutal desenvoltura que el objeto de su cólera y rabia era solamente la fe y doctrina, nuevamente introducida por el Venerable Padre, que obligaba a castigar la incontinencia. […] Los rebeldes eran algunos descontentos del mismo modo de vivir, que secretamente esparcían voces malignas entre los suyos contra los Padres, exhortándolos a dar juntos sobre los extranjeros que les quitaban sus costumbres.[9]

 

            Otro misionero, el Padre Eusebio Francisco Kino, se muestra mucho más comprensivo con respecto a los indios:

 

Ocasión o causa fue que […] había habido muchos y varios desconsuelos, desabrimientos y asperezas y rigores de castigados […] y con toda especialidad, el colérico natural y rigor del sirviente […] que, con sus muy asperos malos tratos, muy a menudo aporreaba rigurosamente a los naturales pimas […] la cuarta ocasion o causa que ha concurrido a estas muertes y alborotos y desgracias han sido las muchas, continuas contradicciones fundadas en las siniestras sospechas, falsos testimonios y juicios temerarios con los cuales se han hecho muchas muertes injustas, en varias partes de esta Pimería, culpándola siniestra e injustamente de que sus naturales hacían los robos de caballadas, etc. […] y daños de las fronteras; siendo así que […] consta haber sido muy injustas las vejaciones y muertes y rigores que ha habido en la Pimería.[10]

 

            Así, la acción militar y la acción religiosa se confundieron, de igual modo que para los misioneros eran inseparables los conceptos de evangelización y de conquista. El invasor, soldado o sacerdote, no solamente ocupó el territorio indígena, sino que sobre todo privó a sus habitantes de su libertad humana y religiosa al imponerles una moral totalmente extraña a sus costumbres. En este contexto, Kino insistió en que los abusos de los soldados españoles provocaban reacciones violentas por parte de los indios.

 

2.    Evangelización y conquista

 

La postura y el lenguaje de los misioneros jesuitas destinados al norte de Nueva España fueron suficientemente claros y determinantes para establecer los rasgos fundamentales de su pensamiento en las misiones del norte: servicio del Rey y servicio de Dios se identificaron. Las expresiones conquista, reducción, sujeción, conversión y empresa fueron sinónimos de evangelización, colonización y penetración militar. La conquista abarcó una doble perspectiva: espiritual y temporal, religiosa y política.

            En el siglo xvii, las órdenes militares que en la Edad Media habían florecido bajo el espíritu de conquistas militares ya eran anacrónicas; por lo tanto, no se puede imaginar a Kino y Salvatierra como soldados de sotana llevando en una mano la espada y en la otra una cruz. Esta imagen de sacerdote-soldado, que no corresponde a la realidad de los misioneros del norte de la Nueva España, pudo sin embargo ilustrar la naturaleza de su acción.[11] Fueron evangelizadores, pero también aventureros que exploraron y descubrieron el norte; es decir, pioneros de la Nueva España. El explorador aventurero, el soldado misionero de Sonora, Sinaloa y California era probablemente la encarnación más completa de lo que Ignacio de Loyola propuso en sus Ejercicios espirituales, donde el fundador de los jesuitas subrayó enérgicamente que todo hombre bien nacido ofrecerá toda su persona al servicio del Rey Eternal. Es pueril e inexacto pensar en la idea del fundador de la Compañía de Jesús como creador de un ejército al servicio de la Iglesia; sin embargo, muy de acuerdo con el siglo del Renacimiento español, su terminología abundaba en metáforas y expresiones del lenguaje militar. Ignacio de Loyola fue sin duda un hombre del Renacimiento, pero del Renacimiento español: fue una síntesis viviente de la rica herencia medieval y de los principios de la era moderna. Su apego al ideal caballeresco de la Edad Media lo hizo amar una realidad ya repudiada en otros países de Europa: la de la Cristiandad, visión que en España persistió como elemento de cohesión y unidad político-social. Así fue que los jesuitas misioneros pretendieron implantar tal concepción de la cristiandad en Nueva España. Dadas las circunstancias particulares de que ya se habló, encontraron un terreno propio donde se encarnó la mística del “Rey temporal”, expresión que en el lenguaje del fundador de la orden era una metáfora.

            Es interesante notar la uniformidad del lenguaje tanto de los misioneros que entablaron contacto directo con las naciones del norte como de los superiores que mantenían las relaciones entre México y Roma, lo mismo que en los cronistas e historiadores de la Compañía de Jesús. En todos se encontró esa relación entre la fe católica y la sumisión al Rey, entre el servicio de Dios y el servicio del Rey; la convicción de que las almas y los territorios debían conquistarse simultáneamente para Jesucristo, Rey Eternal, y para el Rey de España, rey temporal. Un ejemplo en lo que se refiere a los misioneros es la última página de un informe de Kino, incluido en Favores celestiales, sobre las misiones de California. Lo dirige a Felipe v:

 

Y así, vemos y experimentamos que, con la muy católica y tan piadosa, cristianísima, referida Real Cédula de Vuestra Majestad, todos los innumerables gentiles de estas nuevas conversiones y nuevas conquistas de esta tan dilatada y antecedentemente incógnita América Septentrional o Nuevas Filipinas, para ver al Salvador del Mundo, y salvarse eternalmente, se arriman al piadosísimo amparo y dichosa obediencia y venturoso vasallaje de Felipe V, muy católico y piadosísimo Rey de las Españas y de las Indias, cuya real vida guarde y prospere por dilatados y felicísimos años con sus celestiales favores la Soberana Divina Majestad para las temporales y eternas felicidades del mundo europeo y americano y del universo y de la tierra y del Cielo para siempre jamás. Amén. Nuestra Señora de los Dolores de estas nuevas conversiones y nuevas conquistas y Nuevas Filipinas de esta América Septentrional y mayo 10 de 1704 años.[12]

 

            Por lo que se refiere a la mentalidad de los superiores, se tiene el testimonio del padre Gaspar Rodero,[13] quien ofrece un ejemplo privilegiado del provincial que, sin estar empeñado personalmente en la labor misionera directa de cada día, se ocupaba de cultivar las relaciones con las autoridades civiles y religiosas de México, Madrid y Roma y con los sacerdotes que trabajaban en las misiones. De su informe sobre la zona de California enviado al rey Felipe V se transcriben algunos párrafos significativos:

 

Porque la California se quedó en sus antiguos ritos y libertad gentílica, y aun sin esperanzas de rendirla al vasallaje de Vuestra Majestad y cerrada del todo, al parecer, la puerta a la luz del Evangelio […] determinó [el P. Salvatierra] resueltamente salir desde luego a conquistar para Dios y para Vuestra Majestad las muchas naciones de que estaban pobladas aquellas dilatadas regiones. […] Y [los californios] que con armas no se pudieron sujetar, voluntariamente rendían sus cuellos al yugo suave de la Fe de Cristo y se sujetaban a los Ministros de Dios […] quedando por este medio aquel país agregado por los jesuitas al dominio de Vuestra Majestad sin costo alguno ni de un solo real de los Reales haberes.[14]

 

            En cuanto a los jesuitas historiadores, se citan los más representativos como Venegas, historiador por excelencia de las misiones de California, y Alegre, historiador oficial de la Compañía de Jesús en la Nueva España, quien escribió su obra en el momento en que los jesuitas, en 1767, fueron expulsados de los dominios españoles. Venegas escribe:

 

y para este gobierno le sirvió la prudencia política, que tuvo el Padre [Salvatierra] como conquistador apostólico de un nuevo y dilatado reino, cuyos moradores agregó por una parte al dominio temporal de los Reyes Católicos y por otra parte los sujetó al reino espiritual de Jesucristo. […] porque siendo forzoso gobernar a éstos [los californios] como vasallos de Su Majestad, que con abrazar la Fe católica voluntariamente se habían sujetado a su Rey, convenía que hubiese en Californias quien tuviese la autoridad real para su gobierno civil y político.[15]

 

            A fines de este año (1721) había llegado a México cédula de Su Majestad para el excelentísimo señor marqués de Valero, encargando le tomase todas las providencias posibles para reducir a Jesucristo y a la obediencia de los Reyes católicos las serranías del Nayarit.[16]

            En lo que concierne a Salvatierra, se encontró casi siempre en su muy numerosa correspondencia enviada a los amigos, bienhechores y superiores, esta relación entre Rey temporal y Rey Eternal. Nacido en Italia en el seno de una familia noble, era muy milanés en cierto modo, por la fineza de su sensibilidad y educación; era español también por sus antepasados, y como los españoles nobles, vibró intensamente con la historia de la reconquista. En esas aspiraciones juveniles se confundieron la atracción mágica de tierras extrañas y lejanas y el deseo de propagar el Evangelio. Las primeras cartas de Salvatierra que se poseen son las que escribió al Padre General, cuando era novicio, con el propósito de pedirle que lo enviara a los países de misiones. Se observa ahí claramente su convicción y su deseo de servir a Dios: “il servitio di Dio nelli ministeri della Compagnia”.[17] Sabemos que, poco antes de embarcarse en Cádiz hacia Veracruz, escribió una carta al Padre General que desafortunadamente se perdió y sólo conocemos su probable existencia por la respuesta del Padre General acerca de que el joven Juan María manifestaba su deseo de ser misionero.[18] La correspondencia entre el Padre General y los superiores de México ofrece pormenores de la conducta de Juan María como religioso ejemplar en el trabajo diario durante su estancia en México y antes de su partida hacia California, pero nada se dice acerca de su pensamiento profundo.[19] Para conocerlo especialmente en lo que interesa, es decir, en cuanto a las relaciones entre el Rey temporal y el Espiritual, hay que esperar a 1697, cuando Salvatierra, en una correspondencia abundante, habló de las almas que deseaba ganar para Dios y para el Rey. De nuevo se mezclan y confunden estas dos preocupaciones. La expresión puede hacer creer en una confusión de los dos ideales, pero Salvatierra mantuvo su escala de valores: la conversión espiritual, es decir, la fe del Evangelio y la aceptación de sus normas se impuso sobre la conquista de territorios en nombre de Su Majestad; incluso se lamenta de que los ministros de la Corona antepusieran los intereses del Rey a los de Dios.[20]

            Es necesario precisar la diferencia que Salvatierra estableció entre la conquista espiritual y la militar. No dudó en afirmar que frecuentemente los soldados y colonizadores eran un obstáculo para la evangelización:

 

escribió un informe al Padre Provincial […] y en él le representó la facilidad con que se podía conseguir la reducción de las Californias sin aparato de armas ni ruido de soldados ni capitanes, porque éstos antes la iban a embarazar con la codicia de las perlas, como había sucedido tantas veces.[21]

 

Para completar esta idea de Salvatierra, se cita la petición que el provincial de México, Juan de Palacios, dirige en 1696 al virrey a propósito de California:

 

Juan de Palacios, Provincial de la Compañía de Jesús en esta Provincia de Nueva España, dice que, por cuanto el Padre Juan María Salvatierra, actual rector y maestro de novicios del Colegio de Tepotzotlán, movido del deseo de la salvación de las almas y conversión de los gentiles a nuestra santa fe y del servicio de Su Majestad, le tiene representados estos santos deseos, como lo había hecho a los dos Padres Provinciales sus antecesores y suplicado con repetida instancia la licencia para extender la luz del Santo Evangelio en las Californias; y no habiéndola conseguido […] le encarga se dé a ello en lo que hubiere lugar […] En cuya concesión y merced de Vuestra Excelencia espera la mayor gloria de Dios, bien de aquella gentilidad y servicio de la Católica Majestad.[22]  

 

            Venegas proporcionó el mismo testimonio: “el padre Juan María determinó aplicar después todos cuantos medios pudiese por introducir en Californias la luz del santo Evangelio y convertir aquellas naciones a nuestra santa fe”.[23] Este deseo de Juan María encontró eco en el pensamiento del Padre General de la Compañía de Jesús, quien estuvo totalmente de acuerdo, como lo dijo, “por redundar en mucho servicio de ambas majestades”.[24] La vida de Salvatierra vino a confirmar su visión sacerdotal. Es lo que subrayó Venegas en su biografía con un matiz particular muy interesante, a saber, que el espíritu de servicio a sus semejantes estuvo animado a su vez por su espíritu religioso y su sentido humano, lo cual encarnó en una veraz comprensión del problema indígena. Salvatierra sirvió a dos reyes en todas las circunstancias de su vida y de su apostolado misionero en California: a Cristo, Rey Eternal con quien quiso “compartir las fatigas”, y a Su Majestad el Rey de España. El servicio a estos dos reyes no fue incompatible, sino al contrario, con el respeto y el amor fraterno hacia los demás, ya fueran los indios tarahumaras de Chihuahua, los californios, los españoles de la alta sociedad de Guadalajara o sus novicios de Tepotzotlán.[25]

            En todas las circunstancias, Salvatierra permaneció profundamente ligado a la relación humana con el otro: “lo amaban como a padre, como a compañero, como a hermano, como amigo”.[26] Lo que sorprende en esta metodología misionera es el equilibrio entre el ideal y el sentido práctico. La tenacidad con la que Juan María concibió y realizó la “reducción” de California fue notable: ejecutó su proyecto a pesar del poco interés del virrey y de las dificultades materiales que hacían casi imposible la conquista de esa región. Por otra parte, siempre actuó impulsado por ideales específicamente religiosos: por la preocupación de “la salud espiritual de las almas”, motivo determinante para la realización de su empresa que para nada le impidió abordar los aspectos prácticos. Salvatierra fue sacerdote y organizador, jefe, responsable y, preocupado esencialmente por el progreso de las nuevas reducciones antes de llegar a California, estuvo muy consciente de que la primera acción indispensable era establecer sólidas bases económicas.[27] Organizó un grupo de bienhechores para ayudar a la misión: formó un verdadero equipo en México, Acapulco, Querétaro, Guadalajara y a todo lo largo de las costas del Pacífico, con el fin de satisfacer las necesidades económicas de la misión. Gran parte de su correspondencia la dirigió a esos bienhechores, a quienes supo agradecer su ayuda y mantener informados acerca de los progresos de la conquista de California. Este mismo realismo lo hizo interesarse en el desarrollo de la agricultura y de la cría de ganado. Quiso que la misión se desarrollase sobre bases sólidas y para evitar cualquiera situación desfavorable obtuvo todas las licencias necesarias por parte de las autoridades civiles y religiosas:

 

Con estas licencias tuvo la autoridad conveniente para proceder como ministro público de Dios, de la religión y del Rey, para que ningún particular pudiese después impedir o retardar sus operaciones en todas las expediciones militares y cristianas que habían de ocurrir en esta conquista.[28]

 

Esta concepción realista iba de la mano con los aspectos políticos. Aquí hubo una situación muy particular y hasta paradójica y contradictoria, pero que no sorprende a quien conoce la realidad de Nueva España y de México. En este caso, en el espíritu de Salvatierra, se trató de la subordinación del poder temporal al espiritual, de lo que se podría definir como una especie de encarnación de lo espiritual que se desprendió de su primera óptica, es decir, de la conquista militar en la que el poder político prevalecía sobre la conquista espiritual. Salvatierra exigió que en las Californias el gobernador militar se sometiera al superior religioso: “tener a su mando y disposición todo el presidio de los soldados con su cabo, con potestad de removerlos cuando no procediesen bien”.[29] Pero también supo delegar esta autoridad religiosa al gobernador militar, según las circunstancias, cuando era necesario —como informa Venegas— para facilitar el ejercicio de la justicia. Así, Salvatierra estableció una separación inteligente entre el poder civil y el religioso:

 

Al gobierno del presidio se siguió como otro medio no menos importante el gobierno político de los indios. Porque siendo forzoso gobernar a éstos como a vasallos de Su Majestad, que con abrazar la fe católica voluntariamente se habían sujetado a su Rey, convenía que hubiese en Californias quien tuviese la autoridad real para su gobierno civil y político. Esta potestad no convenía que la tuviesen los padres misioneros porque su jurisdicción es espiritual y eclesiástica, como lo es la que tienen todos los curas sobre sus feligreses, los cuales por otra parte estan sujetos a la jurisdicción secular de quien los gobierna en nombre del Rey. Por otra parte no fuera conveniente que se juntasen en uno estas dos jurisdicciones, la eclesiástica y la secular. Y así dispuso desde el principio el Padre Juan María que conservándose los misioneros con la autoridad de párrocos de aquellas naciones, todo el gobierno civil y político de los indios estuviese a cargo del capitán del presidio y de los soldados, a quienes él confiere su autoridad para hacer justicia en cosas ordinarias.[30]

 

            El hecho de que el superior de la misión representase la más alta autoridad en California lleva a considerar otro aspecto muy importante de los métodos de Salvatierra. Es innegable que el ejercicio exclusivo de la autoridad estuvo en manos de este superior, lo que desembocó necesariamente en paternalismo o en autoritarismo. Para citar un ejemplo muy característico, se tiene el caso de la prohibición permanente de permitir la entrada a California a toda persona extraña a la misión.[31]

 

3.    Poder temporal y poder espiritual

 

Hace falta tratar brevemente las relaciones entre la Iglesia y el Estado durante la época virreinal, y la vida de Salvatierra puede ilustrarnos en este punto. Aunque ya se ha hablado de ello, tal vez de manera indirecta, cuando se abordaron las rebeliones indígenas y, por otra parte, el espíritu de la Compañía y su manera de relacionar la conquista espiritual y la militar, ahora se quiere considerar más directamente la pregunta que comenzaron a plantearse los jesuitas del siglo xvii –y la actitud que tomaron en respuesta a esta pregunta– en lo que se refiere a la dependencia o independencia frente al poder central español, porque hubo una fuerte corriente indigenista tanto entre los misioneros del norte como entre los jesuitas en formación del Colegio de Tepotzotlán, aun cuando los puntos de vista y su expresión fueran diferentes.

            Los misioneros del norte tenían un trato más directo, más personal, con los indios. Los estudiantes de Tepotzotlán y los maestros de México, Puebla, Valladolid y Guadalajara asumían un indigenismo más romántico, más idealista, porque entre ellos fue tomando forma un fuerte movimiento de admiración y valoración de las civilizaciones prehispánicas, especialmente de las naciones tolteca y azteca. La vida de Salvatierra señala pistas para la investigación, porque se le puede considerar como el tipo clásico de jesuita novohispano, aunque evidentemente con las reservas necesarias para no exagerar. Se está en presencia de un hombre que atestiguó aspectos diversos de la vida de la Provincia de México. Además de su actividad más importante como fundador de la misión de California, Salvatierra trabajó con los indígenas del valle de México, de Puebla y de la zona tarahumara, se relacionó con la burguesía criolla de Guadalajara y Querétaro, fue visitador y provincial de las misiones del norte. Fue también rector del Colegio de Tepotzotlán, y durante su rectoría se formó un grupo considerado como el primer conjunto nacionalista mexicano: Clavigero, Landívar, Márquez, Abad, Campoy y otros jesuitas que fueron expulsados de las posesiones españolas por Carlos iii.[32] No ha sido posible confrontar las circunstancias en que Salvatierra fue rector de Tepotzotlán (1696) y después provincial (1704-1706) con las de los jesuitas de 1750. Sin embargo, se puede advertir cierta unidad de pensamiento a lo largo de toda la historia de los jesuitas novohispanos durante el periodo virreinal. Es un planteamiento aceptado por muchos historiadores mexicanos que los jesuitas del siglo xviii fueron precursores de la independencia.

            En las misiones del norte de Nueva España, el problema de la sumisión al gobierno del virrey se planteó cuando se produjeron las rebeliones indígenas ocasionadas por los abusos del poder militar. Hubo también muy serias dificultades de orden económico, sobre todo en el caso de California, pero el principal problema de las misiones del norte en relación con el espíritu de Tepotzotlán fue el conflicto entre los jesuitas y el gobierno virreinal a propósito de una antropología indigenista.[33] Los misioneros confundieron frecuentemente evangelización y pertenencia a la Iglesia con la sumisión y pertenencia al Rey de España, pero no pretendieron construir un Estado independiente. Hay que decir que al norte de Nueva España no existió, en parte por la ausencia de civilizaciones indígenas florecientes, la preocupación de destruir ídolos y templos indígenas para sustituirlos por templos cristianos; pero, igual que en el sur, sí existió la idea de que al pretender borrar las religiones indígenas se luchaba contra el demonio. En el norte, después de Kino, Salvatierra, Piccolo y Ugarte, existió la preocupación por conservar las lenguas indígenas y las costumbres autóctonas en todas sus formas. Salvatierra no solamente no se opuso a la existencia de fiestas y rituales indígenas, aunque fueran consideradas como bárbaras, sino que favoreció su práctica:

 

para esto, en las fiestas principales hacía que viniesen a la cabecera de las rancherías y que celebrasen aquellos días con juegos y bailes a su usanza […] y para más alentar a los indios a estos bailes y diversiones lícitas, no sólo asistía a verlos, en compañía de otros Padres, sino que también, tal vez, levantándose del suelo donde estaba sentado con el Padre Pedro de Ugarte, entró con él en la rueda de los danzantes y por un rato bailaron con ellos un baile que ellos llaman nimbé, con gran complacencia de los indios en ver tan autorizado su baile.[34]

 

Por otra parte, Piccolo, en una carta dirigida al Padre General de la Compañía de Jesús en Roma, se expresa de una manera casi inconcebible para un jesuita ejemplar del siglo xviii. Afirma que él no podía de ningún modo obedecer las órdenes formales del virrey arzobispo de México y que estaba firmemente resuelto a continuar la evangelización de los indios utilizando la lengua de ellos y no el castellano:

 

y luego, con mucho celo, me mandó Su Excelencia, en nombre del Rey, que en adelante enseñara yo y los demás Padres Misioneros a todos los Gentiles y Catecúmenos las oraciones en lengua castellana. Pobre y desdichada Gentilidad, si los hijos de nuestra madre la Compañía obedecieran a tales órdenes y mandamientos.[35]

 

Así que los misioneros del norte no siempre estuvieron de acuerdo con el virrey en turno; incluso a veces estuvieron en oposición abierta y declarada. Sin embargo, jamás se encontró en ellos la menor oposición a la Corona o, para decirlo mejor, a la persona del Rey. Esta sumisión absoluta al Rey fue constante y leal, tanto en los misioneros del norte como entre los estudiantes de Tepotzotlán aún en el siglo xviii. El propio Clavigero, quien para los historiadores mexicanos representa el principio del nacionalismo, nunca expresó nada contrario a la voluntad del monarca; sin embargo, hay que hacer notar que Clavigero fue probablemente el primero en plantear el problema de la independencia y en emplear el adjetivo mexicano como sinónimo de habitante de Nueva España. En la cita que sigue se observa que Clavigero, digno representante del espíritu de los jóvenes jesuitas de Tepotzotlán, atribuyó al adjetivo extranjero un significado nuevo: es extranjero el que no es novohispano, el que no es mexicano. Con el término mexicano Clavigero englobaba a los aztecas –“los antiguos mexicanos”–, a los indios y a los mestizos y criollos. El nuevo adjetivo de mexicano se afirmó en contraste con el de extranjero, que se empleaba por lo común en el lenguaje virreinal para designar al que no era vasallo del Rey de España, es decir, a los alemanes, franceses y checos:

 

si en lo que mira a las artes se atendiese solamente a la utilidad de la Nueva España, no habría dificultad alguna en responder; pero debiéndonos hacer cargo de la utilidad de la antigua España, es difícil la solución del problema, porque ante todo se debería asentar hasta qué grado ha de llegar la dependencia que ha de tener la Nueva España de la antigua, y sobre este principio se deben pesar la utilidad y el perjuicio de entrambas; lo cual exige una seria y pródiga consideración y una grande instrucción práctica en materias de comercio que a mí me falta. Pero hablando en general, me parece: (a) que no se deben prohibir las artes de primera necesidad, (b) que tampoco se deben prohibir aquéllas cuya falta redunda más en beneficio de los extranjeros que de nuestra propia nación, porque no me parece justo que se atienda a enriquecer a los extranjeros con detrimento de los propios vasallos.[36]

 

Como se ve, Clavigero mostró la posibilidad y ventajas de la independencia, pero a pesar de la estima que mostró por los valores indígenas y por el nacionalismo incipiente, no se encuentra la menor oposición ni ataque al Rey. Se puede decir que esta visión del Rey es común a todos los jesuitas de los territorios españoles en América, aunque no faltan autores que piensan que esto cambió después de su expulsión:

 

El segundo resultado [del extrañamiento de los jesuitas] fue sembrar a voleo sobre Europa de cinco a ocho mil jesuitas hispanoamericanos cediendo en indignación contra la madrastra patria que los había expulsado, y dispuestos a escudriñar con ojos hostiles el derecho que aquel monarca distante tenía para arrojarlos de sus hogares.[37]

 

Sin embargo, la correspondencia y los escritos de los jesuitas expulsados no revelan ninguna “indignación” contra la “madrastra patria”. Los casos más significativos fueron probablemente los de los jesuitas de Paraguay y de California. Al hablar de esta última misión, Clavigero dijo simplemente: “tal era el estado de aquel pueblo y de aquella península cuando el Rey Católico mandó expeler de sus dominios a los religiosos de la Compañía de Jesús”.[38] En conclusión, se subraya una vez más que los jesuitas, a pesar de su oposición a ciertas medidas de gobierno del virrey Carlos Francisco de Croix y a dificultades con él, y apreciando las culturas indígenas, no tuvieron la idea de independizarse de la persona del Rey de España.

 

ii

1.    Miguel de Venegas y la historiografía de Baja California

 

Se tienen pocas noticias sobre la vida de Miguel de Venegas. Salvador de la Gándara escribió su biografía en México en 1765, pero no fue posible consultarla para el presente trabajo. Las referencias sobre Venegas no permiten establecer una biografía satisfactoria. En México, los archivos de la Compañía de Jesús proporcionan toda una serie de noticias, pero de poco interés.[39]

            Miguel de Venegas nació en Puebla el 4 de octubre de 1680. A los 16 años, renunció a una beca que le ofrecían en el Colegio de San Pablo de esa ciudad y se estableció en México. El 30 de agosto de 1700 entró a la Compañía de Jesús en el Colegio de San Francisco Javier de Tepotzotlán. Recibió la ordenación sacerdotal el 15 de febrero de 1705. A partir del año siguiente fue profesor de latín y retórica en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo en México, en 1708 fue también maestro de filosofía. En 1714 fue profesor del Colegio de San Ildefonso y en 1720 capellán de la hacienda de Chalco, y probablemente comenzó entonces su tarea de escritor.[40] En 1737 estuvo en la hacienda de Chicomocelo, propiedad del Colegio de San Pedro y San Pablo, donde murió. Buena parte de la abundante producción literaria de Venegas permanece inédita; recordemos que vivió en los años que precedieron a la expulsión de los jesuitas de las posesiones españolas. Entre sus obras publicadas es importante mencionar el Manual de párrocos y la Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual.[41] El Manual de párrocos se editó repetidas veces durante el periodo virreinal e ilustró mucho sobre la teología misional de los jesuitas: proporciona los ritos y ceremonias a seguir para administrar los sacramentos y resulta muy interesante en el aspecto de bendiciones de personas, animales y objetos muy variados, lo que refleja la vida religiosa del mundo rural en que los elementos de la naturaleza y el ciclo solar tenían un lugar muy importante. El Manual de párrocos permite ver que, aun cuando Venegas nunca estuvo en las misiones norteñas, se mantuvo perfectamente al tanto de esos territorios y su problemática. Los obispos de Nueva España, reunidos en el iv Concilio Provincial Mexicano de 1771, lo adoptaron como manual oficial para sus diócesis; alcanzó enorme popularidad y a la fecha es frecuente encontrarlo en las bibliotecas parroquiales de la Sierra Tarahumara y en Durango, a pesar de los incendios y saqueos que han padecido. La Noticia de la California… es sin duda una obra importante para la historia misional y civil de Baja California. Sobre esta región también escribieron Javier del Barco[42] y Francisco Javier Clavigero.[43] En esta introducción no se hablará de la Noticia de la California…, que merece un estudio a fondo; sólo se cita la opinión del barón de Humboldt sobre esta obra: “Varios sujetos que han permanecido largo tiempo en California me han asegurado que es muy exacta la Noticia del Padre Venegas, contra la cual han suscitado algunas dudas los enemigos de los regulares suprimidos”.[44]

 

2.    Venegas y Clavigero

 

Miguel de Venegas y Francisco Javier Clavigero no fueron los únicos historiadores de Baja California, pero sí los más representativos. Clavigero ordenó, resumió e interpretó lo que Venegas describió minuciosamente. En estos renglones algo hemos dicho acerca de Clavigero y su importancia en la historiografía mexicana. Debemos subrayar que la historia nacionalista ha escogido como campo privilegiado la época prehispánica del mundo náhuatl, pero sin restarle importancia a la Historia antigua de México de Clavigero, creemos que la obra que más expresa su personalidad es su Historia de la Baja California,[45] porque lo muestra como un etnógrafo consumado, sin olvidar que representó la valiente posición del mexicano frente a Europa al plantear claramente su convicción de que lo europeo no era la medida de lo humano. Profundamente moderno para su época y perfectamente imbuido de la cultura grecorromana, admirador de Descartes y de Bacon, fue el primero en considerar que lo indígena de Nueva España tenía valores propios. Fue sin duda un precursor del nacionalismo del siglo xix y del indigenismo del siglo xx.

            Los criollos Venegas y Clavigero consideraron lo prehispánico como algo propio, y en cierto modo ellos mismos se asimilaron a lo indígena: visión muy distinta de la de los cronistas misioneros del siglo xvi. La obra pro indígena de hombres como Bernardino de Sahagún, Vasco de Quiroga y Pedro de Gante es, sin duda, admirable por su aprecio de culturas antes desconocidas, pero evidentemente no dejaron de sentirse europeos, mientras que en Clavigero habla un mexicano que vibraba con valores nuevos, y no sorprende que tuviera también una admiración semejante por el mundo de los indígenas norteños de California, lo cual tal vez explique por qué, en la reducción de las Californias, Clavigero vio una hazaña verdadera en lo que sus hermanos jesuitas habían realizado entre naciones irreductibles, a las que ni el mismo Hernán Cortés pudo poner en paz. Por otra parte, en forma indirecta, Clavigero hizo notar que California ocupaba un lugar muy importante en el mundo novohispano.

 

3.    Temática de Baja California

 

Lo que señalamos en el apartado “El norte de Salvatierra” sobre las características de las misiones jesuitas del norte se aplica perfectamente a la Baja California de los siglos xvii y xviii. De cualquier forma, hay que subrayar que Venegas y Clavigero presentaron cuatro aspectos fundamentales para ellos: a) Los misioneros de California frente al gobierno virreinal; b) los californios “rebeldes”; c) el desarrollo de la cultura de los californios; d) los misioneros exploradores y geógrafos.

 

a.    Los misioneros de California frente al gobierno virreinal

 

Más que en ninguna otra región de Nueva España, fue en California donde las relaciones entre la Iglesia y el Estado se vivieron casi en continua tensión. La tendencia “españolizante” de los virreyes se enfrentó con la visión “indigenista” de los misioneros, y no olvidemos el carácter internacional de estos jesuitas, entre quienes los españoles eran la excepción (claro: todos súbditos del Imperio de los Austrias: en Baja California había jesuitas sicilianos, milaneses, tiroleses, checos y bohemios). Otras circunstancias volvieron más crítica la oposición entre los misioneros y el gobierno virreinal: la aridez de la tierra, la extrema pobreza de sus habitantes, la carencia de ayuda económica fija hacían que a menudo la existencia de las misiones resultara muy complicada. Tales dificultades confundían la visión de los virreyes, menos idealistas y menos entusiastas que los del siglo xvi: la imaginación, el brío y la determinación de los primeros años que siguieron a la conquista habían pasado y, en los siglos xvii y xviii, la prudencia y el realismo de los gobiernos organizados infundieron temor a embarcarse en empresas peligrosas, además de que los virreyes comprendieron que la aventura norteña no aportaba ventajas económicas.

            En las páginas de Venegas y Clavigero se describe una oposición casi continua de los virreyes, quienes se mostraban reacios a facilitar ayuda económica en favor de California. Venegas escribió cuando la Compañía de Jesús tenía en Nueva España una posición de respeto. Clavigero lo hizo ya en su destierro en Italia, cuando la Compañía era perseguida y se encontraba a punto de la extinción: consciente o inconscientemente, el jesuita desterrado se esforzó por demostrar a la Corona la falsedad de las acusaciones contra los misioneros de California. Trató de plasmar las desgracias que acarreó para la Nueva España la expulsión de los jesuitas, misioneros y educadores.

 

b.    Los californios “rebeldes”

 

Y este feliz y más prolongado martirio, sin derramar sangre […] para los misioneros de nuevas conversiones consiste en el continuo riesgo de la vida y penosa tarea del ministerio como en la instrucción de tanto gentío con los dichosos trabajos y venturosa suerte, muy conforme a los trabajos de la vida apostólica.[46]

 

Esta afirmación de Kino resume elocuentemente uno de los aspectos más notables de la vida misionera en California. Ya se ha mencionado este problema, y se subraya una causa más de estas rebeliones, que con toda claridad aparece leyendo a Venegas y Clavigero: el sistema paternalista y comunitario impuesto por los jesuitas de California explica en buena parte el estado permanente de rebelión:

 

[mineros advenedizos en la península] comenzaron a despertar las inclinaciones de los pericúes […] les decían que los indios de México pagaban tributo al Rey y mantenían a sus curas, pero gozaban de entera libertad e iban a donde querían; que los curas los dejaban hacer cuanto les parecía con tal que cumpliesen con la Iglesia, y que cada indio tenía su campo que cultivaba a su arbitrio, vendiendo los frutos en las minas o en alguna ciudad, según lo tenía más en cuenta.[47]

 

Con estas inquietudes, los pericúes se rebelaron contra el sistema comunitario de los jesuitas. Pedían además poder viajar a “la otra banda”, es decir a la parte continental de la Nueva España:

 

Entre estas pretensiones irracionales, la que se refería a la división de las tierras habría sido muy justa y tan ventajosa a las misiones como a los indios, si éstos hubieran sido útiles para trabajar por ellos mismos en la labor y conservar los frutos. Pero aquellos hombres recién sacados de la vida salvaje y acostumbrados a mantenerse con las frutas que espontáneamente les ofrecían los árboles, aborrecen sobremanera los trabajos de la agricultura, y haciendo poco aprecio de lo futuro, desperdician en una semana las provisiones de muchos meses. No sacuden la presa si no son industriosamente alentados y caritativamente estrechados al trabajo, ni habrían podido gozar todo el año de los productos de la agricultura si los misioneros no los hubieran guardado para írselos distribuyendo.[48]

 

            Como se observa, Clavigero fue clarividente. Era un intelectual, y afectivamente cercano a los indígenas; sin embargo, está claro que (por muy obvias razones) no sintió por los primitivos californios la misma admiración que tenía por los aztecas y toltecas.

            Los californios rebeldes veían a los colonizadores con una mirada muy diferente de la que tenían los indios del centro y del sur. En California los indígenas no podían considerar a los soldados españoles aliados contra el enemigo común; es decir, contra los aztecas, como fue el caso de los tlaxcaltecas y otros pueblos sometidos al antiguo imperio mexica. En California los colonizadores se atribuyeron el derecho de tomar posesión de la tierra en nombre del Rey de España mientras los nativos los veían como simples invasores.[49] A los ojos de Salvatierra, el título legal del monarca español justificaba la adquisición de nuevas tierras para la Corona, y la predicación del Evangelio gozaba igualmente de títulos legales. Buena parte de las fuentes documentales de primera mano permanecen inéditas; por ello no es posible apoyarse sobre un trabajo de síntesis que permita conocer a fondo la opinión jurídica de los jesuitas del norte sobre la ocupación y colonización de nuevos territorios. Evidentemente, en la época de Kino y Salvatierra se había recorrido un largo camino después del iniciado por Ginés de Sepúlveda y Francisco de Vitoria, quienes discutieron los títulos legales de España sobre el Nuevo Mundo. Todo había cambiado desde Bartolomé de las Casas y Vasco de Quiroga. No olvidemos que la colonización del norte fue tardía respecto de la del centro y el sur de Nueva España, y que ya no se vivía el Siglo de Oro español, aún bajo la presión de ocho siglos de reconquista. Fundamentalmente, la conquista de California la hicieron los “novohispanos”. Salvatierra fue también más novohispano que español.

 

c.     El desarrollo de la cultura de los californios

 

California estaba muy lejos de Mesoamérica,[50] sobre todo culturalmente. En el siglo xvi, cuando los aztecas y otros pueblos cultivados de Mesoamérica se referían a las naciones del norte, las designaban con el término genérico y despectivo de “chichimecas”: los pueblos del norte eran los bárbaros. Esos bárbaros vagabundos que vivían en las regiones más abandonadas y hostiles de la Nueva España presentaban serios obstáculos a la acción de los misioneros: “Oh, válgame Dios, y qué paciencia hay que tener con estos pobres hijos”,[51] dirá Salvatierra, quien más tarde escribirá: “digo que ha sido tanto el desamparo de lo temporal que, viéndonos sin socorro, nos hemos ido arrastrando, dejando la pluma de la mano y tomando en ella el azadón”.[52] Y antes había pedido: “Suplico a Vuestra Señoría me perdone si no soy más dilatado, porque no me deja escribir una hinchazón en la mano, originada de mojarse en lodo la mano para enseñar a mis californios a fabricar adobes”.[53] Los misioneros tuvieron que ser simultáneamente carpinteros, agricultores, pastores, músicos, ingenieros, constructores de caminos, urbanistas y promotores de organización civil. El temperamento de los californios, desconfiados y obstinados, nómadas y perezosos, no se prestaba a un trabajo rápido y eficaz; así es que la obra de Salvatierra, Ugarte y compañeros debe apreciarse bajo esta perspectiva.

            California nunca alcanzó la organización y el desarrollo de otras regiones, ni se acercó al nivel de las reducciones del Paraguay. Es indiscutible que presentó condiciones especialmente difíciles. El barón de Humboldt escribió que don José de Gálvez

 

se encontró [en California] con montañas peladas, sin tierra vegetal ni agua; las higueras de Indias, las sensitivas, nacían en las grietas de los peñascos; nada anunciaba el oro y la plata de que se acusaba a los jesuitas haber sacado de las entrañas de la tierra; pero en todas partes se encontraron vestigios de su actividad, de su industria y del seno laudable con que habían trabajado para cultivar un país desierto y árido.[54]

 

Y más adelante, el mismo Humboldt agrega: “los naturales de la península que viven fuera del territorio de las misiones son quizá, de todos los salvajes, los que están más cerca del estado que se llama de naturaleza”.[55] En contraste con los californios “reducidos”: “aquellos neófitos cazadores se convirtieron en agricultores y artesanos muy bien instruidos en la Religión, morigerados y laboriosos”.[56]

 

d.    Los misioneros exploradores y geógrafos

 

La historia del norte de Nueva España durante los siglos xvii y xviii se confunde e identifica con la historia misional. En una época en que en los Estados Unidos significaba mucho la diferencia de religión, el historiador protestante Herbert E. Bolton afirmaba que el norte de México y el sur de su país deberían llamarse “tierra de jesuitas”: aludía a los actuales estados de Nayarit, Durango, Chihuahua, Sinaloa, Sonora y Baja California en México, y a buena parte de Arizona en Estados Unidos, que en conjunto representaban un territorio más extenso que Francia.[57]

            Esa región fue explorada, civilizada, descrita y estudiada por los misioneros, que añadían a sus muy diversas ocupaciones y especialidades no solamente la labor de historiadores, sino además de geógrafos y cartógrafos de esas tierras, que a la fecha son las más hostiles de México por sus desiertos y montañas. Salvatierra exploró la Sierra Madre Occidental en su parte norte, que fue prácticamente inabordable hasta 1962, cuando se construyó el ferrocarril Chihuahua-Pacífico a través de 950 kilómetros, con 72 túneles y 48 puentes. La región explorada por Salvatierra fue la que presentó mayores problemas técnicos: el puente de Chínipas, con casi cien metros de altura, los túneles de tres pisos de Témoris y el puente de más de medio kilómetro a lo largo del río Fuerte. Chínipas, Témoris y río Fuerte serán nombres familiares para los lectores de la presente biografía. La hostilidad de estas regiones sólo se aprecia por experiencia personal. El viajero que va al norte de México experimenta sorpresa al pasar sin transición del frío glacial de la Sierra Madre a los desiertos de Chihuahua, Sonora y Arizona. Actualmente no es raro que los ingenieros que construyen carreteras en esta zona sigan los trazos dejados por Salvatierra y Kino hace más de dos siglos.

            Había una razón especial para explorar el área de California; no se trataba simplemente de avanzar hacia lo desconocido, sino que el problema de la sobrevivencia parecía insuperable y los jesuitas, después de tristes experiencias y naufragios repetidos, necesitaban un camino de comunicación terrestre que facilitara el aprovisionamiento de una tierra rebelde a la agricultura y a la cría de ganado. Cuando Salvatierra, que avanzaba hacia el norte por California, y Kino, quien exploraba en la “contracosta” de Sonora, se encontraron sobre el río Colorado no pudieron reprimir una explosión de entusiasmo, afirmando: “California no es una isla”. La sobrevivencia no era el único factor que afectaba a las misiones, se trataba también de encontrar puertos para la Nao de China que viajaba entre Acapulco y las islas Filipinas. La historia de California, rica en narraciones apasionantes de exploradores, debe añadir a sus héroes los nombres de Salvatierra, Kino y Ugarte, así como los no menos heroicos Coppart, Consag, Piccolo y Link. Tales son las coordenadas que orientaron el trabajo historiográfico de Venegas y Clavigero, sin olvidar que existieron aspectos apasionantes por estudiar como los métodos misionales, la etnografía, la economía y otros muchos referentes del acontecer de esas tierras.

 

III

 

La biografía de Juan María de Salvatierra escrita por Miguel de Venegas

 

La biografía de Juan María de Salvatierra que se presenta sufrió la misma suerte que la Noticia de la California… del propio Venegas; es decir, que a la fecha no se ha publicado en su versión original. En 1754 Juan Antonio de Oviedo la publicó en forma resumida,[58] suprimiendo grandes párrafos y capítulos del segundo libro y, en ocasiones, aspectos que parecen muy importantes. Aquí se presenta por primera vez la redacción íntegra de la obra que escribió Venegas y de la cual se conocen dos ejemplares autógrafos ubicados en la ciudad de México: uno se encuentra en el Archivo General de la Nación y el otro en la Biblioteca Cuevas del Colegio Máximo de Cristo Rey, que es el que se emplea. El manuscrito del Archivo General de la Nación está incompleto: comienza en el folio 155 y se considera que es el texto definitivo, porque incorpora directamente en su redacción notas marginales acerca del manuscrito consultado, por lo que en el presente trabajo también se incorporan dichas notas marginales. Las diferencias entre los dos textos son mínimas y se refieren sobre todo al orden de las palabras y al empleo de sinónimos sin mayor importancia; sin embargo, cuando las diferencias son relevantes, se hace notar. El documento se compone de 311 folios escritos con una caligrafía muy fácil de leer. La tinta es del color negro muy especial y fuerte que encontramos en todos los escritos conocidos de Venegas y que difiere de la utilizada en otros manuscritos mexicanos del siglo xviii. El manuscrito probablemente perteneció a la biblioteca del Colegio de San Gregorio de México. En todo caso, debió encontrarse en alguna biblioteca jesuítica en el momento de la expulsión del 26 de junio de 1767. Después, muy probablemente hacia 1840, formó parte de la rica biblioteca del padre Basilio Arrillaga expropiada luego por el gobierno juarista en 1867, y hacia 1920 formó parte de lo que la Provincia de México recuperó después de diversos exilios del siglo xix y de la Revolución mexicana de 1914. Durante el gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1928), los ya saqueados archivos de la Compañía de Jesús fueron confiscados. Posteriormente un particular recuperó parte de esos archivos, y terminaron en la biblioteca personal del padre Mariano Cuevas. A la muerte de éste, pasaron a la Biblioteca del Colegio Máximo de Cristo Rey, donde se encontraron en 1967.

            Venegas terminó la redacción del manuscrito en 1739, fecha posterior a la redacción de la Noticia de la California. En el prefacio indica las fuentes que utilizó e insiste en el cuidado que tuvo de examinar y valorar ciertos testimonios, de rechazar los que le parecían dudosos y de aclarar los datos inciertos. Se puede no estar de acuerdo con Venegas sobre la interpretación de ciertos hechos y de su alcance, pero no se puede dudar de su veracidad. Una parte de nuestro esfuerzo ha sido precisamente aportar diversos testimonios, variados documentos que permitan valorar las afirmaciones de Venegas incluidas en esta biografía, porque creemos que complementan a la Noticia de la California. Venegas divide la biografía en dos libros: aparentemente el primero es de mayor valor y comprende propiamente la narración de la vida de Salvatierra, es un documento histórico muy importante sin duda. El segundo libro es, a la primera lectura, simple repetición del primero y un panegírico edificante muy al estilo del siglo xviii; sin embargo, en el fondo, el primero es sobre todo una historia de California, mientras que el segundo es la historia de Salvatierra como persona. Nada hay que añadir al primer libro: baste afirmar que resulta indispensable para quien pretende estudiar la historia de California y la vida de Salvatierra.

            En cuanto al segundo libro, después de una primera lectura, como ya se dijo, parece no tener mayor interés, da la impresión de ser una simple narración de familia que casi se limita sólo a consignar las preocupaciones de la vida diaria de los jesuitas de México en la época virreinal. Sin embargo, este segundo libro no es solamente una narración piadosa, sino que constituye una fuente histórica muy rica que permite reconstruir numerosos aspectos de la vida diaria del México virreinal, o más exactamente de la Nueva España del siglo xviii. Se observan pormenorizadamente usos, costumbres, la mentalidad, el vocabulario, todo ese mundo que para los mexicanos suena tan lejano, tan irreal, y que de pronto parece actual en muchos aspectos provincianos del siglo xx. Este segundo libro permite ver que, bajo la apariencia de un México que ha cambiado radicalmente, subsisten ciertos aspectos de una realidad tal vez más fuerte, más decisiva, de un gran sector de México que no ha dejado de ser Nueva España: la ascesis española de mortificación corporal, con exageración de prácticas exteriores, que persiste aún donde el centro de la vida sigue siendo la religión. El libro segundo muestra una filosofía de la vida y una teología muy particular: la intervención directa y continua de Dios en la vida diaria. Lo sobrenatural y lo milagroso aparece en muchas de sus páginas. Así, al narrar la muerte de Salvatierra en Guadalajara el 17 de julio de 1717, Venegas dirá que se desencadenó una tempestad, algo natural y milagroso, mientras que todo mundo sabe que en México, Guadalajara es notable por sus tempestades violentas, con abundancia de rayos y lluvias torrenciales durante los meses de julio y agosto. Si el testimonio citado por Venegas añade una prueba y un ambiente natural, Venegas lo interpreta en forma muy especial, como algo milagroso.

            En el plan de historia documental, lo más valioso del segundo libro son los capítulos relativos a la forma de gobernar de Salvatierra y, de una manera general, cada vez que cita el testimonio de Mazariegos. El segundo libro corresponde a un esquema clásico de la predicación barroca y de la biografía edificante: la hagiografía debe escribirse en un mundo particular donde, en una forma muy escolástica, se encuentran todas las virtudes teologales y cardinales, donde se narra una vida de milagros y favores extraordinarios entre los que nunca faltan el don de profecía y la carencia de cualquier defecto.

            Para recapitular sobre todo lo señalado, podemos afirmar que el documento presente es fundamental para reconstruir la vida de Juan María de Salvatierra: describe las líneas generales de sus méritos y lo sitúa en relación con el conjunto de la historia de California y de la vida cotidiana de los jesuitas de la provincia de México. Pero, a pesar del barroquismo del segundo libro, saturado de hechos sobrenaturales y anécdotas edificantes, no se llega a tener entre las manos al Salvatierra más profundo y real. Hay un largo camino por recorrer para obtener una biografía completa de Salvatierra: es elemental reunir todas sus cartas y otros testimonios contemporáneos, especialmente sobre la historia de las misiones del norte. En este documento, Venegas construye el segundo libro casi exclusivamente sobre los testimonios de Mazariegos, De la Mota Padilla y de Pimentel. Como se ha podido constatar, tiene el hábito de transcribir con fidelidad esos documentos, haciendo notar que los emplea en su narración. Esos testimonios se refieren sobre todo a la vida de Salvatierra en Guadalajara y describen la imagen del hombre servicial, instruido, íntegro, inteligente y enérgico. Igual que en Tepotzotlán, es un hombre hecho para el trabajo cotidiano en las circunstancias normales de la vida de provincia, pero no llegamos a tener la sensación de tocar con las manos al Salvatierra de California.

            Venegas subraya, con una insistencia casi fatigante, que Salvatierra consumó una empresa que el mismo Hernán Cortés no pudo realizar; pero nos quedamos con la impresión de que no se llega al fondo del misterio y de la existencia de la persona de Salvatierra. Sus cartas constituyen el mejor acercamiento al hombre que fue. Una edición completa se prepara y algunas de las incluidas ahí son desconocidas hasta el presente; Venegas se refiere a ellas en este documento. Esas cartas, igual que este manuscrito, pueden ser el primer paso serio hacia la reconstrucción de la vida y la obra de Salvatierra, cuyo mensaje es de una actualidad urgente para Baja California y el México actual: consagrar totalmente su persona a los más pobres y desheredados con un gran idealismo y, al mismo tiempo, con enorme realismo. Salvatierra, por su idealismo tenaz y su sorprendente sentido de la realidad, consiguió lo que se consideraba imposible. Sus propias convicciones y su aprecio por los más desheredados lo llevaron a enfrentarse, incluso violentamente, a autoridades tanto civiles como militares y religiosas, a poner en juego todas sus cualidades personales para transformar en realidad lo que todos consideraban un sueño.

            Y no está por demás, hablando de sueños, decir dos palabras sobre el vocablo California, que Venegas, Clavigero y otros malinterpretaron al decir que se deriva del latín callida fornax, es decir, “horno caliente”, muy acorde con la naturaleza del desierto californiano. Otros propusieron la etimología árabe kalifat (califato), pero en el fondo siempre había la tendencia de ver el origen de la palabra en el clima extremadamente caliente de la región. Hernán Cortés, se dice, fue de los primeros que bautizó a la península como California, tal vez por su clima. Pero esta hipótesis no parece aceptable, entre otras razones porque no se conoce ningún nombre geográfico de México derivado del latín, algo que tampoco se corresponde con la mentalidad de los conquistadores. Parece más bien que se pensaba en el oro y las riquezas que los españoles esperaban encontrar. La explicación más probable es la que expone Álvaro del Portillo,[59] según la cual en Las sergas de Esplandián (1508), que es la continuación del Amadís de Gaula, se habla de Calafia, reina de la isla de California, región “muy llegada a la parte del paraíso terrenal la cual fue poblada de mujeres negras sin que algún hombre entre ellas hubiese, que casi como las Amazonas era su manera de vivir [… y] en toda la isla no había otro metal alguno [que el oro]”.[60] Ya en 1542 se aplicaba el nombre de California a la región, después del fracasado intento de Hernán Cortés por conquistar esas tierras. Probablemente era una forma burlesca de censurar los sueños del conquistador de apoderarse de una región rica en oro.[61] Se puede concluir, a reserva de lo que aporten estudios futuros, que California es una palabra inventada por la imaginación de algún autor, así como Cervantes lo hace repetidamente en Don Quijote.

            Se reproduce el manuscrito con la mayor fidelidad posible; sin embargo, para la separación de las sílabas al final de renglón hemos respetado las reglas de separación fonética. En las notas hemos indicado las fuentes directas, en ocasiones inéditas, dejando para la bibliografía otras fuentes complementarias. Se presentan los resultados de nuestra búsqueda directa en algunos lugares donde vivió Salvatierra desde su llegada a la Nueva España: México, Guadalajara, las misiones entre los tarahumaras —especialmente en Cerocahui— y archivos de la misión ubicada en Sisoguichi, así como los archivos de la Compañía de Jesús de la Provincia de México. Se presentan igualmente los resultados de la investigación en los archivos centrales de la Compañía de Jesús en Roma, en el Instituto Histórico de la Compañía de Jesús en Roma.



[1] Doctor en Historia por la Sorbona de París. Profesor investigador del ITESO y de la Universidad de Guadalajara. Profesor huésped en la Universidad Gregoriana de Roma (1982-1986) y en la Universidad de Varsovia (1981). Ha publicado numerosos trabajos históricos en México y en el extranjero.

[2] Este Boletín agradece al P. Gómez Fregoso su autorización para ofrecer impresa por primera vez la introducción de su tesis doctoral Juan María Salvatierra, Apóstol de Baja California (1970), en la que se echó a cuestas la ingente labor de hacer la paleografía íntegra del manuscrito del P. Miguel Venegas, que lamentablemente sigue inédita, aunque en proceso de ser publicada. Como el original va separado en párrafos numerados, a ellos se refieren muchas de las notas a pie de página que salen en el texto.

[3] El manuscrito inédito cuya paleografía hizo el P. Gómez Fregoso lleva este título: El apóstol mariano, representado en la vida admirable del venerable padre Juan María de Salvatierra de la Compañía de Jesús, misionero apostólico de la provincia de Nueva España y conquistador de las Californias. Escrita por el padre Miguel Venegas, de la Compañía de Jesús, quien la consagra a la Reina de todos los santos, María Santísima Madre de Dios, conquistadora de las nuevas gentes con su sagrada imagen de Loreto. Una versión cercenada de él lo publicó el P. Juan Antonio de Oviedo en la imprenta de María de Ribera, de la ciudad de México, en 1754. La versión original del texto completo puede verse en el sitio: http://www.ibero.mx/web/filesd/publicaciones/EL-APOSTO-MARIANO.pdf

[4] El investigador agradece la inapreciable ayuda de los padres Félix Zubillaga y Ernest J. Burrus. Gracias a la intervención de éste fue posible consultar, en microfilm y fotocopias, colecciones fundamentales y ricas de los archivos General de Indias de Sevilla, de la Bancroft Library, de Berkeley, de la New York Public Library, de la Newberry Library y la Ayer Collection, por sólo mencionar las más importantes. En París se recibió la inapreciable y docta ayuda del profesor Robert Ricard quien, aunque ya está jubilado, aceptó generosamente coordinar la investigación que fructificó en el presente trabajo. El padre Daniel Olmedo, director de la biblioteca del Colegio Máximo de Cristo Rey en la ciudad de México, permitió publicar el documento, que pertenece a dicha biblioteca. El maestro Ernesto de la Torre Villar, director de la Biblioteca Nacional de México, fue quien nos sugirió realizar esta publicación, y el profesor Tarsicio García Díaz, en su momento director de la Escuela de Historia de la Universidad Iberoamericana de la ciudad de México, apoyó entusiastamente el trabajo. Sería injusto no mencionar el generoso apoyo del padre Ignacio Rentería, prepósito de la Provincia del Norte de México de la Compañía de Jesús, quien facilitó la estancia en París con el fin de realizar este trabajo, sin olvidar la generosidad invaluable del señor Eduardo de la Parra, de Ensenada, Baja California.

[5] Lázaro de Aspurz, OFMcap, La aportación extranjera a las misiones españolas del Patronato Regio, Madrid, Consejo de la Hispanidad, 1946.

[6] Archivo General de la Nación, México, Fondo Jesuitas, vol. xi, leg. 1, f. 6.

[7] Antonio Gómez Robledo, “El fondo piadoso de las Californias”, en México y el arbitraje internacional, México, Porrúa, 1965. José Bravo Ugarte, Historia de México, 1959, vol. iii, pp. 396-397.

[8] Carta de Salvatierra enviada a don García de Legaspi el 25 de diciembre de 1967, AGN, loc. cit., ff. 8, 9 y 10.

[9] Miguel de Venegas, Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual, México, Layac, 1943, t. ii, p. 289; pp. 294 y 301.

[10] Eusebio Francisco Kino, Vida del Padre Francisco J. Saeta, S. J., edición de Ernest J. Burrus, México, Jus, 1961, pp. 86-87.

[11] Salvatierra firma sus cartas al virrey diciendo: “Besa la mano de usted su menor Servidor Capellán, Soldado, Súbdito e hijo Juan María de Salvatierra”. Copia de cartas de Californias escritas por el P. Juan María de Salvatierra y Francisco María Piccolo […] Impresas en México […], año 1699. Empleamos el ejemplar que se encuentra en Roma en el Archivum Romanum Societatis Jesu (ARSJ), Impressa Mexicana (Mex), i, núm. 11. Kino emplea la expresión “Nuevas Conquistas Espirituales y temporales o Nuevas Conversiones […] de la América Septentrional”. Apud Eusebio Francisco Kino, Favores celestiales, ARSJ, Mex. 18, f. 12. “los católicos reales presidios no sólo no quitaran lo apostólico a las nuevas conquistas y conversiones […] sino que las tan cristianas milicias recibirán de las nuevas conversiones el glorioso renombre de ser llamados presidios apostólicos”. Kino, Vida del Padre Francisco Javier Saeta, p. 166.

[12] Kino, Favores celestiales, apud ARSJ, Mex. 18, f. 17.

[13] Vide infra, n. 435.

[14] Gaspar Rodero, “Informe sobre California”, apud Piccolo-Burrus, Informe del estado de la nueva cristiandad de California, pp. 283-286.

[15] Vide infra, n. 272, 306.

[16] Francisco Javier Alegre, Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España, edición de Ernest J. Burrus y Félix Zubillaga (ABZ), Roma, Institutum Historicum Societatis Jesu, 1960, t. iv, p. 663.

[17] Pietro Tacchi-Venturi, “Per la Biografia del P. Gianmaria Salvaterra, Tre Nuove Lettere”, ahsj, Roma, 1936, vol. v, pp. 76-83.

[18] ARSJ, Mex. f. 84 v. (carta del 20 de agosto de 1676).

[19] ARSJ, Mex. 3, f. 112 (23 de julio de 1677); ff. 113-114 (12 de noviembre de 1678); f.126 (15 de mayo de 1679); AGN, Historia, vol. 391 (apud Bolton Guide to Materials for the History of the United States in the Principal Archives of Mexico, Washington, Carnegie Institution, 1913, vol. xvi, p. 553) (4 de julio de 1680). ARSJ, Mex. f.153 (20 de diciembre de 1681); f. 168 (17 de febrero de 1682); f. 180 (2 de enero de 1683); f. 200 (2 de enero de 1683); f. 221 (30 de julio de 1684); f. 225 v. (30 de julio de 1684).

[20] “Así lo cumplió nuestro Rey Católico cuando tuvo entera noticia del estado de aquella conquista. Y si antes no lo ejecutó fue por culpa de los ministros reales, que celando más los haberes reales que los intereses de Jesucristo, informaban lo que querían y por muchos años estuvieron impidiendo la ejecución de varias cédulas expedidas a favor de las Californias.”

[21] Vide infra, n. 200.

[22] Apud Piccolo-Burrus, Informe del estado de la nueva cristiandad de California, pp. 21-23.

[23] Vide infra, n. 199.

[24] Vide infra, n. 269.

[25] Ibíd., n. 635 y siguientes.

[26] Ibíd., n. 636.

[27] Para entender mejor la acción económica de Salvatierra véase Félix Zubillaga, “La provincia jesuítica de Nueva España, su fundamento económico, siglo xvi” en Archivum Historicum Societatis Jesu, Roma, año xxxviii, fasc. 75, 1969, pp. 1-169.

[28] Vide infra, n. 302.

[29] Vide infra, n. 303.

[30] Vide infra, n. 306.

[31] Vide infra, n. 310.

[32] Luis Villoro, Los grandes momentos del indigenismo en México, México, El Colegio de México, 1950. Bernabé Navarro, Introducción de la filosofía moderna en México, México, El Colegio de México, 1948. Bernabé Navarro, Cultura mexicana moderna en el siglo xviii, México, UNAM, 1964.

[33] Piccolo-Burrus, Informe del estado de la nueva cristiandad de California, pp. 292-293. ARSJ, Mex. 19, ff. 131-140.

[34] Vide infra, nn. 334, 335, 635.

[35] Carta del 17 de mayo de 1702 en ARSJ, Mex. 18, ff. 8-9.

[36] Francisco Javier Clavigero, “Sobre las Artes que convendría permitir a la Nueva España”, en Priego, Zellis, Clavigero, Tesoros documentales de México, siglo xviii, México, Galatea, 1944, p. 313.

[37] Salvador de Madariaga, Cuadro histórico de las Indias, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1950, p. 774.

[38] Francisco Javier Clavigero, Historia de la Baja California, México, Imprenta de Juan R. Navarro, 1852, p. 114.

[39] Los principales documentos sobre Venegas son algunos manuscritos localizados en el AGN, Historia 6; el Archivo Histórico de Hacienda (AHH), México, Temporalidades, leg. 295; el Archivo Histórico de la Provincia de México (AHPM), sección ii, núm. 1306, 1682; ARSJ, Mex. 6 ff. 159-163, 189, 217, 238, 293, 315, 343, 370; ARSJ, Mex. 7, ff. 54, 87, 134.

[40] En lo que se refiere a la producción literaria de Venegas, véase José Mariano Beristain de Souza, Biblioteca Hispanoamericana Septentrional, o Catálogo y noticia de los literatos que, o nacidos o educados o florecientes en América Septentrional Española, han dado a la luz algún escrito o lo han dejado preparado para la prensa, Amecameca, Tipografía del Colegio Católico, 1883, vol. iii, pp. 261-263.

[41] Miguel de Venegas, Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual, Madrid, Imprenta de la viuda de Manuel Fernández, 1757 (3 vol.). México, Layac, 1943 (3 vol.). Edición inglesa de Rivington y J. Fletcher, Londres, 1759 (2 vol.). Edición francesa de Durand, París, 1767 (3 vol.). Edición alemana de Meyerschen, 1769-1770 (3 vol.).

[42] Miguel del Barco, Correcciones y adiciones a la historia de la California en su primera edición de Madrid, 1757, mss. núm. 1413 y 1414 del Fondo Gesuitico (FG) en la Biblioteca Nazionale Vittorio Emanuele ii, Roma.

[43] Francisco Saverio Clavigero, Historia de la California, Venecia, Modesto Fenzo, 1789, dos volúmenes. En la Biblioteca del Archivo Histórico de la Provincia de México se conserva parte del manuscrito, pp. 123-158 y 307-386.

[44] Alejandro de Humboldt, Ensayo político sobre el reino de la Nueva España, edición de Juan A. Ortega y Medina, México, Porrúa, 1966, p. 202.

[45] J. Jesús Gómez Fregoso, Francisco Xavier Clavijero y su Historia de la Baja California, tesis de licenciatura en Historia, Universidad Iberoamericana, México, 1967 (mimeógrafo).

[46] Eusebio Francisco Kino, Vida del padre Francisco J. Saeta S.J., edición de Ernest J. Burrus, México, Jus, 1961, p. 182.

[47] Francisco Javier Clavigero, Historia de la Antigua o Baja California, México, Imprenta de Juan R. Navarro, 1852, p. 103.

[48] Ibid., pp. 104-105.

[49] Vide infra, n. 199.

[50] Mesoamérica: región de grandes culturas prehispánicas de México y América Central. Vide Jorge Abilio Vivó, México prehispánico: culturas, deidades y monumentos, México, E. Hurtado, 1946, pp. 63-70.

[51] Carta de Salvatierra a don Juan de Miranda fechada el 12 de septiembre de 1700, AGN, Historia, t. xxi, f. 87.

[52] Carta de Salvatierra al Padre Provincial de México, Francisco de Arteaga, escrita probablemente en 1701, loc. cit., f. 89.

[53] Carta de Salvatierra a don Juan de Miranda fechada el 26 de octubre de 1699, ibíd., p. 81.

[54] Humboldt, op. cit., p. 199.

[55] Ibid, p. 201.

[56] Clavigero, op. cit., p. 52.

[57] “Jesuit Land, for such the Northwest might well be called, comprised the modern districts of Nayarit, the four great states of Durango, Chihuahua, Sinaloa and Sonora, Baja California, and part of Arizona, a domain larger than all of France. And the Black Robes did not merely explore this vast area, they occupied it in detail”. Herbert E. Bolton, Rim of Christendom, Nueva York, The Macmillan Company, 1936, p. 6.

[58] J. Antonio de Oviedo, El apóstol mariano representado en la vida del V. P. Juan María de Salvatierra, de la Compañía de Jesus, ...missionero en la Provincia de Nueva-España, y conquistador apostólico de la Californias / escrita... por el P. Miguel Venegas... ; y reducida a breve compendio por el P. Juan Antonio de Oviedo, México, imprenta de M. de Ribera, 1754. Traducida al inglés: Venegas-Wilbur, Juan Maria de Salvatierra of the Company of Jesús, Cleveland, Clark, 1929. Para el trabajo presente consultamos el manuscrito de Oviedo en el Archivo Histórico de la Provincia de México.

[59] Álvaro del Portillo y Díez de Sollano, Descubrimientos y exploraciones en las costas de California, Madrid, Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1947, pp.126-127.

[60] Id.

[61] Charles Edward Chapman, The Founding of Spanish California, the Northwestward, Expansion of New Spain, 1687- 1783, Nueva York, The Macmillan Company, 1916. Del mismo autor, A History of California, the Spanish Period, Nueva York, 1930. Álvaro del Portillo, op. cit., pp. 109-137.



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