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Elogio estructural a El Llano en llamas y Pedro Páramo

Fernando Carlos Vevia Romero1

 

No mucho antes de la muerte de Juan Rulfo, Martín Caparrós le interpeló en estos términos y recibió una respuesta netamente rulfiana, esquiva en la forma pero clara en lo fundamental: “¿Usted no cree en Dios? (El señor Rulfo se detiene, me mira con alarma). Sí, yo sí creo en Dios. Entonces no cree en los curas… Bueno, es que la iglesia ha perdido mucho en todas partes, debido a su… bueno, en realidad, lo perdieron cuando se quitó el ritual latino, que era una especie de rito mágico, que atraía a la gente. Pero desde que se impuso la lengua de cada pueblo, para hacer sus actos religiosos… En castellano, en español, la misa perdió toda su magia”. Este abona lo tocante a la estructura semántica de Rulfo, vinculándola con su formación literaria en el Seminario Conciliar de Guadalajara.

 

Una mañana de los primeros meses del año 1975, el que estas líneas escribe acompañaba al maestro Adalberto Navarro Sánchez por el paredón izquierdo del auditorio Salvador Allende de la Universidad de Guadalajara, cediéndole cuidadosamente la derecha en señal de respeto, cuando vimos de frente un caballero de traje, que bien podía ser uno de los maestros de entonces. Al llegar el momento del encuentro, el maestro Navarro me presentó así al caballero: “Éste es Juan Rulfo, el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas”. Tras balbucir algunas frases comunes, nos separamos. Los balbuceos de entonces eran del que estas líneas escribe ahora. Como castigo por mi torpeza de entonces, y también porque los habitantes de ciudades y pueblos suelen ser muy celosos de sus tesoros y no permiten a cualquiera que hable de ellos, fueron pasando estos años que han desembocado en el primer centenario de Juan Rulfo. Aprovechando que los grandes críticos están distraídos con las conmemoraciones, deslizaré estas observaciones, que califico de “elogio estructural” porque no investigan detalles de la vida de Rulfo, ni miran cuidadosamente en las tablas del Wall Street de la fama literaria para ver las cifras alcanzadas, sino que sólo atienden a los textos, lo que dicen ellos (no los comentaristas) y cómo lo dicen (estructuras, sistemas, etc.).

      Juan Rulfo comenzó con El Llano en llamas (1953) y éste comienza con “Macario”: un “yo” narrador, un niño anormal, aguantado por su madrina y cuidado amorosamente por Felipa. En el soliloquio de Macario, al mencionar a Felipa, la mujer que le da de comer, comienza lo que podríamos llamar ”el sermón del infierno”:

 

Yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche […] Felipa dice […] que ella le contará al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo […] sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios […] porque me voy a ir a arder al infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con la cabeza […] Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie […] Y entonces (mi madrina) le pedirá a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá, que es allí donde están…

 

¿Qué es esto? Tragedia de un niño huérfano anormal, contada con mezcla de humor cruel, como si el autor no supiera bien lo que está diciendo, el pecado… la muerte… el infierno… la eternidad… ¿Es un manifiesto de ruptura del autor con todo ello?

      En “Nos han dado la tierra” sigue el monólogo o soliloquio, pero interrumpido muy escasamente por otros tres compañeros del narrador. Entra en elemento nuevo: “los del Centro”, los del poder, fuerza, violencia… Nihilismo…

 

Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tamaña tierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no encontrar cosa que los detenga.

 

Da la impresión de que van entrando los personajes al escenario donde se va a representar una gran obra. “La cuesta de las Comadres” hace salir a escena un relato de muertes y venganzas surgidas de las tierras donde viven hombres duros. La dureza del clima y la dureza y maldad de algunos de esos hombres van dejando las tierras desiertas. Otro cuadro de costumbres es el titulado “Es que somos muy pobres”. Las tres hijas de un matrimonio son arrastradas por la pobreza a la prostitución. El narrador busca una explicación:

 

Mi mamá no sabe por qué Dios la ha castigado tanto al darle unas hijas de ese modo, cuando en su familia, desde su abuela para acá, nunca ha habido gente mala. Todos fueron criados en el temor de Dios y eran muy obedientes y no le cometían irreverencias a nadie.

 

Es prodigioso cómo el escritor, Rulfo, sugiere la desgracia de la tercera. De nuevo un tema religioso mezclado a la vida cotidiana. ¿Acaso se desenmascara este tipo de práctica del cristianismo que ha llegado a nuestros días, con un Dios Castigador, Cruel, Atormentador, o se trata de una mala comprensión de siglos de los textos religiosos? ¿O acaso Rulfo se encoge de hombros ante esa temática que le irrita? ¿O es la existencia de seres humanos como el que aparece en “El hombre”, que mata a toda una familia cuando duerme y luego huye y es matado como un perro? ¿Todo sin sentido, sin apenas explicaciones, con la ausencia total y absoluta de alguna señal de Dios?

      Desde luego creo que podemos decir que los terribles sucesos del asesinato del padre del escritor, cuando él tenía 6 años, y la muerte de su madre, cuando tenía 10, afectaron muy profundamente lo más hondo se sus sentimientos, organizando su psiquismo en torno a ese gran tema: la orfandad. Por una casualidad leía estos días la obra que sobre el maestro José Cornejo Franco publicó el gobierno de Jalisco en 1985. Allí dice el autor de la parte biográfica:

 

Sus ojos de niño conocieron las dilatadas y queridas tierras rojas de la región alteña; también supieron en los primeros años de la añosa comodidad del hogar provinciano y sintieron el amor filial, que bien temprano supo influir en él para encauzarlo (José Cornejo Franco, Obras completas, t. I).

 

Este tipo de escritor producirá, por lo general, una obra muy distinta de la de quien tuvo que sufrir la espantosa soledad de la orfandad, aunque ésta sea sentida de distinta manera por distintas personas.

      Se repite el esquema de una estampa costumbrista –en medio de ella las muertes violentas, los asesinatos, el paisaje indiferente a lo ocurrido. Por todas partes, hijos que quedan solos, incluso en el mundo animal. La escena del relato “En la madrugada” puede servir de ejemplo. Incluso surge de nuevo Dios en medio la niebla que llena la cabeza del viejo Esteban, que no recuerda si mató a su patrón: “Yo le doy gracias a Dios, porque si acaba con todas mis facultades ya no pierdo mucho, ya que casi no me queda ninguna. Y en cuanto a mi alma, pues ahí también a Él se la encomiendo”.

      Y en paralelo con la niebla que llena la cabeza de Esteban, la niebla baja de nuevo sobre San Gabriel: “Sobre San Gabriel está bajando otra vez la niebla”. Y luego otra vez la noche de muerte, la velación del muerto, el canturreo de las mujeres: “Salgan, salgan, salgan, ánimas de penas…” En el relato titulado Talpa, en ninguna otra parte de sus textos se hace tan presente y horrible la muerte como en su terrible presencia descrita a través de la enfermedad de Tanilo.

      Por cierto, que “Llano” y “Páramo” parecen corresponderse físicamente y anímicamente. Pero antes de recordar  la segunda parte del libro, que comienza precisamente con el relato “El Llano en llamas” y donde aparecen acciones revolucionarias y mayor número de personajes, el investigador de estos textos debe preguntarse si se advierten en ellos las huellas de los maestros que Juan Rulfo tuvo en el Seminario, es decir don Manuel de la Cueva, doctorado en Letras por la Universidad de Comillas, amante de la lectura y de compartir lo leído, y el cervantista doctor José de Jesús Navarro de la Torre.

      En el año lectivo 1932-1933 Rulfo estudió latín y tradujo 40 sentencias, 25 cartas de Cicerón y 25 fábulas. Me parece ver, sin hacer un gran esfuerzo, una estructura profunda de buen latinista. Debo excusarme por acudir durante unos momentos a algunos términos técnicos de la Retórica grecolatina. Las partes de un texto artístico eran llamadas inventio, que es un proceso constructivo-creador y consiste en extraer las posibilidades de desarrollo de las ideas contenidas más o menos ocultamente en la res (cosa, tema, asunto…), y dispositio (o collocatio), que es el orden de ideas, pensamientos, sentimientos, que hemos encontrado gracias a la inventio. La disposición suele atender a dos factores: energía e integridad.

      Las dos partes se hallan mutuamente entrelazadas y en ambas es un super-maestro y super-mago nuestro Juan Rulfo. Y también es mago en el uso de la perspicuitas (perspicacia), que es un resultado de usar inventio y dispositio y consiste en esa tonalidad de claridad en que se mueve un texto, sin que sobre nada ni falte nada, y logre su eficacia emocional. Ahora repetimos la premisa menor de este silogismo que se nos ha formado: la Retórica grecolatina era muy bien conocida en aquellos seminarios; Juan Rulfo tuvo contacto brillante con esos seminarios, luego no es imposible que gran parte de la increíble fuerza emocional de los textos de Rulfo tenga un recio apoyo en su época de latinista.

      Por otra parte está la presencia del cervantista Navarro de la Torre. No se quiere decir, cuando se habla de influencias, que un día el maestro dijera a Juan Rulfo: “tome usted esa frase que ha  escrito y póngale las comas donde se las pondría Cervantes”. Eso es un disparate, algo que no tiene sentido. Eso no es influencia. Lo que queremos decir es que cuando alguien está en contacto con una personalidad llena de admiración por un pintor, un músico, un escritor, no es imposible que “se contagie” el alumno de los entusiasmos del maestro. En el caso de la comparación entre Rulfo y Cervantes, se trataría de un trabajo hermoso, pero que requiere de mucho tiempo. Sólo me atrevo a decir en este breve ensayo que hay  rasgos de un humor cervantino, triste y atrevido, usado para desinflar el retoricismo y el romanticismo que podrían afectar a sus textos:

 

-       Está bien muerto, les volví a decir.

-       No, no te creas, nomás está tantito atarantado porque Odilón le dio con un leño en la cabeza, pero después se levantará…

-       Ya por último le dí una última patada al muertito y sonó igual que si le hubiera dado a un tronco seco. Luego me eché la carga al hombro y me vine por delante.

-        

***

 

      En noviembre de 1997, para conmemorar los diez años de la desaparición de este ilustre  escritor universal, la Secretaría de Cultura de Jalisco organizó un homenaje y luego publicó un pequeño librito con las intervenciones que allí tuvieron lugar: las del doctor Carlos Fregoso Gennis, de Arturo Azuela y de la persona que ahora escribe estas líneas, con un trabajo titulado “Juan Rulfo: escultor del lenguaje”.

      ¿Qué queríamos expresar con esas palabras?

      Nos imaginamos a un escultor de los de antes…Nos lo imaginamos ante un bloque áspero de mármol o un tronco de cedro perfumado, golpeando con el cincel, desgajando, separando, dejando afuera todo aquello que no pertenece a la forma escondida… Los vacíos producidos por los fragmentos arrancados van dando perfiles a la forma. Se produce así la paradoja de que la escultura resulta de ausencias y presencias; del material que queda y del que fue arrojado lejos… En el caso de Rulfo, los fragmentos que arranca al bloque del lenguaje se vuelven silencios, forjadores también, paradójicamente, de los relatos... De ese carácter son los silencios que Rulfo esculpe en sus textos. Y en los seminarios se aprende bastante de silencios.

 

 



1 Maestro Emérito de la Universidad de Guadalajara, doctor en Filosofía por la Universidad de Comillas, después de cuatro años de posgrado en la Universidad de Deusto en las mismas disciplinas. Profesor, investigador, traductor. Este Boletín agradece al autor su colaboración especial.



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