Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

La Revolución rusa y los regímenes revolucionarios en México

Juan González Morfín[1]

 

Expone este artículo la estrecha relación que sí hubo entre algunos ideólogos mexicanos afines al carrancismo y al grupo ‘Sonora’, que le sucedió, para provocar la bolcheviquización de México

 

A un siglo de la promulgación de la Constitución de Querétaro y de la Revolución de Octubre en Rusia, más que escribir sobre sus semejanzas y desemejanzas o de las influencias recíprocas, si es que las hubo, tema ya tratado con frecuencia por otros autores, el objetivo de este breve trabajo será mencionar unos cuantos datos sobre la mirada de los gobiernos emanados de la Revolución mexicana hacia el régimen soviético entre 1917 y 1940.[2] La mayor parte de los datos que se ofrecerán a continuación han sido extraídos de un extenso relato del viaje a Rusia del expresidente Abelardo L. Rodríguez. Con esta información no se busca ofrecer un hilo conductor que desemboque necesariamente en conclusión alguna, sino sobre todo ilustrar la relación del gobierno mexicano con la urss y verter opiniones de algunos revolucionarios de nuestro país en torno al fenómeno soviético.

            De Carranza se puede decir poco; entre esto, que no se opuso en 1919 a la formación de un Partido Comunista en México[3] y que por su discurso social, aunque no necesariamente socialista, llegó a ser tildado de bolchevique, por más que Ricardo Flores Magón lo habría de señalar en repetidas ocasiones como enemigo del proletariado:

 

Porfirio Díaz, aquella bestia que como un ultraje a la especie humana caminaba en dos pies, fue más honrado que Venustiano Carranza, porque aquel monstruo no enarboló en su revuelta mezquina el lábaro de la redención del proletariado. (…) Carranza, en cambio, prometió toda clase de libertades a los trabajadores para que éstos, confiados, lo ayudaran a encumbrarse.[4]

 

            El primer país americano que sostuvo relaciones diplomáticas con la urss fue México, al final del periodo de Obregón e inicio de la era de Calles, en 1924.[5]

            La estancia en México de los primeros diplomáticos rusos fue siempre vista con recelo por el gobierno del general Calles, que de alguna manera presionó para que fuera sustituido el primer embajador, Stanislav Pestkovsky, alegando que se había mezclado en no pocos asuntos sindicales.[6] Lo sucedió Alexandra Kollontai, famosa activista que, a decir suyo, venía con instrucciones precisas de Stalin para no intervenir en asuntos de política interna:

 

En México la situación es compleja y es especialmente fácil cometer errores. Nosotros no estamos interesados en apoyar revueltas presuntamente revolucionarias animadas y pagadas por los Estados Unidos. Los disturbios y rebeliones locales apuntalan la anarquía en México y resultan convenientes para los imperialistas en el país. Usted, como representante de la Unión Soviética, no debe sucumbir a la falsa idea de la proximidad de una revolución, de la cual México está todavía muy lejos. Su tarea como ministra plenipotenciaria consiste en fortalecer las relaciones normales de amistad entre la urss y México, no dejarse seducir por ninguna aventura revolucionaria.[7]

 

            Al parecer, Kollontai no siguió del todo las instrucciones de su jefe, pues en la noche del 2 al 3 de junio de 1927 la embajada rusa fue allanada y muchos documentos secuestrados por la policía secreta callista. La noticia causó sensación incluso en la prensa internacional, por más que el gobierno de Calles puso en libertad en las primeras horas a diez funcionarios rusos arrestados.[8] A los dos días, la embajadora salió de Veracruz con destino a Alemania ofreciendo regresar en octubre de ese año.[9] La realidad fue diferente y ya no regresó.

            La relación siguió siendo tensa, al grado que durante el gobierno de Portes Gil, casi para terminar su periodo, las relaciones con la Unión Soviética se rompieron con el pretexto de que aquel país se encontraba detrás de varias protestas contra el gobierno mexicano en Washington, Río de Janeiro y Buenos Aires, a causa de la política obrera de Portes Gil.[10]

            A lo largo del maximato no faltaron integrantes de los gobiernos filocallistas que sintieran una especial simpatía por el régimen soviético, especialmente por la batalla que había librado contra la religión. Uno estos funcionarios fue el doctor José Manuel Puig Casauranc,[11] quien fue secretario de educación pública con Calles y luego embajador en los Estados Unidos, en cuyo desempeño escribió al Jefe Máximo de la Revolución un extenso informe sobre una serie de artículos publicados por la revista Fortune, la cual en sus palabras y para darle más peso a la información que iba a trasmitir, era “la publicación de más lujo y la más cara de los Estados Unidos”,[12] en defensa del soviet y con el fin de contrarrestar con sus datos las noticias que “los periódicos todos y hasta los rotativos de México ultrarreaccionarios han tenido que dar a sus lectores literatura [sobre el] soviet, siempre por supuesto desfigurada”,[13] en razón a lo cual enviaba tales artículos traducidos, subrayando algunos modos de proceder sobre todo ante el fenómeno religioso, como instigando al Jefe Máximo a seguir esos pasos:

 

La actitud antirreligiosa del Estado es importante porque no ataca la libertad de creencias sino las creencias en sí. Del mismo modo que se usa la propaganda comercial en los Estados Unidos para vender cigarros o para vender llantas de automóvil, se usa en Rusia para persuadir al pueblo que desprecie a Cristo, a Buddha y a Mohammed. Se ataca a la religión en periódicos, en teatros, en carteles, por radio y, sobre todo y preferentemente, por la educación. El ateísmo es parte importante de todo programa educativo desde la escuela primaria en adelante. Es indiscutible que la generación próxima de modo natural va a considerar la religión hasta como un pecado, aunque los ya mayores no sean influidos por la propaganda y conserve su fe que les sirvió de ilusión.[14]

 

Mayor énfasis quizá pone en la sugerencia de no caer en la tentación, tantas veces admitida por los gobiernos revolucionarios, de cerrar las iglesias, pues ése debe ser más bien el punto final de todo un proceso:

 

El cierre de las iglesias, en teoría, es voluntario, no compulsivo. Se entiende que la gente que vive en una ciudad, o en determinado barrio de una ciudad en donde haya un templo, tiene el derecho de decidir si la iglesia debe permanecer abierta o si, por ejemplo, deberá transformarse en un “club de trabajadores”. Los jóvenes muestran una tendencia creciente a votar en favor de clubs y derrotan frecuentemente a los mayores.

 

            Del general Cárdenas se sabe su abierta simpatía por la revolución rusa y más específicamente, por el comunismo, si bien no necesariamente por el soviético o, más concretamente, por el impulsado por Stalin. Es conocido el asilo político que brindó a León Trotski, enemigo político de Stalin.[15] Además, entre sus colaboradores se encontró, como embajador en España, el general Manuel Pérez Treviño, quien había sido su contrincante a la presidencia de la República dentro del pnr. Este funcionario salvó la vida de numerosos españoles perseguidos por el régimen republicano y más concretamente por los milicianos comunistas.[16] No obstante su simpatía por el comunismo, durante su gestión presidencial Cárdenas prefirió no reanudar relaciones diplomáticas con la urss.

            Un documento destacado para conocer tanto la situación del pueblo soviético de los años 30, como, sobre todo, la percepción que de ella tenían al menos algunos de los hombres de la Revolución, es el interesante relato que el expresidente Abelardo L. Rodríguez hizo de un viaje a esas tierras en 1937.[17] Radicado en Inglaterra entre 1936 y 1937, tanto oía hablar del régimen soviético que se decidió a viajar con su esposa y su secretario particular, según narra en su autobiografía.[18]

            Como se verá, sus opiniones sobre los logros revolucionarios, y más específicamente de lo hecho por Stalin, son más bien duras, aunque intenta justificarlas con lo que tuvo ante sus ojos: eran sobre todo los juicios de un observador externo que se encontraba ante una realidad muy diferente de la que él esperaba. Él mismo intenta defender su imparcialidad: “Con todo desinterés y en un acto de sano patriotismo, escribí las ‘Notas de mi viaje a Rusia’, producto de mis observaciones serenas, sin prejuicios y que expresan la verdad escueta”.[19] Y ya en el relato de su viaje, subraya la misma idea:

 

Fui a la Rusia Soviética sin prejuicios. En mis viajes por el mundo, se habían avivado mis deseos de visitar tan discutido país. No fui guiado por posibles intereses político-sociales que, en alguna forma, podrían ligarse con los de nuestro país, sino compenetrado de un espíritu de absoluta serenidad e imparcialidad, impulsado solamente por mi propósito de conocer cosas y causas nuevas. Fui a observar y a analizar; a comparar lo que viera, con mis propias ideas sobre la materia a la vista, para ratificar o rectificar mi criterio, de acuerdo con mis propias convicciones.[20]

 

            Cuando en Londres sostuvo una entrevista con el embajador ruso en esa ciudad, éste le anticipó que vería en la URSS todo un andamiaje de lo que era un régimen verdaderamente revolucionario al servicio del pueblo: los cimientos de una nueva civilización. En realidad, al expresidente mexicano le pareció lo contrario:

 

Me encontré con los cimientos de las estructuras bien sólidos y con todas las apariencias de reafirmarse cada día más como régimen, si no viene una violenta reacción de las masas; pero era una estructura netamente stalinista, fabricada con el mismo material humano oprimido, de pueblo siervo eternal, que han utilizado desde tiempos pretéritos las tiranías rusas para perpetuarse en el poder. La construcción no ha seguido los planos trazados por la revolución de octubre de 1917. Stalin ha arrancado de raíz los cimientos de aquel edificio, con la perversa y explosiva imaginativa de la dictadura, y ha reedificado en sus ruinas chorreantes de sangre una estructura suya, nueva, más conforme a sus ambiciones personales, llenas de tenebrosas finalidades. Siguiendo los lineamientos generales de las tiranías zaristas, ha podido establecer su régimen de opresión y esclavitud, aunque con algunas atenuantes y prerrogativas… El régimen despótico de Stalin alimenta a su pueblo esclavo y lo cuida para explotarlo mejor; le da “pan y circo” y lo divierte con demagogia y autopropaganda insidiosa y constante, haciéndolo creer que vive en el paraíso terrestre. La revolución de octubre de 1917 rompió las cadenas de esclavitud que arrastraba el pueblo ruso; Stalin se las ha vuelto a atar.[21]

 

            Las medidas de vigilancia que se ejercieron sobre los distinguidos visitantes, a pesar de su documentación diplomática, tampoco dejaban dudas del control que se ejercía sobre todo aquel que pisara la urss: “El recogimiento de los pasaportes por los encargados de hoteles o agentes del Inturist, que pertenecen a la policía política, se repite en cada lugar que se visita”.[22] Ni siquiera sobre los vagones de un tren en movimiento se respiraba un poco de libertad, pues viajaban “con las puertas cerradas bajo llave; nos sentíamos casi prisioneros, sin saber de quién ni por qué”.[23]

            Especial conmoción causó en el expresidente Rodríguez el modo en que eran tratadas las mujeres, reducidas a una pesada esclavitud y usadas como mano de obra en la construcción de vías férreas, haciéndolas tirar de carros que más bien deberían ser tirados por caballos o explotándolas en jornadas insoportables tanto en los campos agrícolas como en las fábricas;[24] y a esto, irónicamente, “le llama la tiranía soviética emancipación de la mujer”.[25] Denuncia esta situación como una verdadera forma de discriminación, pues a todo lo señalado se añade el hecho de que el pago que les asigna el Estado es, en todos los casos, muy inferior al del varón:

 

Se le ha puesto en parangón con el hombre no para que disfrute de sus mismos derechos sociales –que al fin nadie disfruta de ninguno en aquel país–, sino para que desarrolle las mismas actividades en el campo de trabajo bestial y, más todavía, para el desempeño de las labores menos productivas.[26]

 

            La ausencia de las madres en casa, así como el denigrante salario que se les proporciona, han ocasionado graves consecuencias, según Rodríguez:

 

Uno de los síntomas más demostrativo y revelador de que la madre soviética atraviesa por una situación dolorosa y desesperante es el número tan grande y creciente de niños sin hogar y, otro, no menos penoso, es el escandaloso y degradante incremento de la prostitución, a la que ocurren las infelices mujeres como extremo recurso para salir de la posición infernal y de pobreza en que las han colocado las inhumanas disposiciones gubernamentales, y en busca de unos cuantos rublos que les proporcionen algo de ropa y perfumes, para satisfacer su mentalidad femenil.[27]

 

Y concluye con una frase desgarradora: [28]“En Rusia se explota a la mujer como a bestia de carga”. En cuanto a la dictadura del proletariado, ésta se ha quedado solamente en dictadura: “El régimen soviet, no es soviet, sino autócrata; no es dictadura del proletariado, porque éste nada tiene que ver con la administración; no es democracia, ni socialismo, porque la crítica al gobierno se castiga con la muerte o con el destierro a los campos de concentración de Siberia”.[29] Y, por otro lado, “los comisarios del pueblo no son comisarios del pueblo, sino de la autocracia, pues son designados por el tirano. Es un régimen que se puede calificar, siempre dentro de su autocracia, como un monopolio de Estado, manejado por una burocracia absolutista”.[30]

            Como en otras dictaduras de carácter ateo, la religión existente se ha intentado sustituir por un nuevo culto a los nuevos “dioses”:

 

En uno de los templos ortodoxos de Leningrado existe un crucifijo, una valiosísima obra de arte, con la siguiente inscripción a sus pies: “Figura alegórica que jamás existió”. En cambio, en folletos de propaganda pro-turismo que distribuyen gratuitamente en las agencias foráneas de la Inturist, al referirse a Lenin, dicen: “El más grande de todos los hombres y de todos los tiempos”. Como se ve, pues, es muy clara la tendencia e intención de reemplazar al uno por el otro. Se me ocurrió preguntarle a la señora intérprete y guía que nos acompañó en la región de Rostov en Don, que si se creía en Dios, y me contestó textualmente: “Eso es uno de tantos mitos de los pueblos ignorantes, que no han tenido la fortuna de tener un hombre como el Maestro Stalin”… A continuación se quedó pensando un momento para decir: “No soy fanática, pero gustosa daría mi vida por él en caso necesario”.[31]

 

            No duda en denunciar una verdadera campaña de divinización en la que los tres dioses a encumbrar son el propio Stalin, además de Lenin y Marx:

 

Por todas partes se ven incrustados en las cuadras de las calles estanquillos o puestos que se dedican exclusivamente a vender bustos, retratos, propaganda y literatura de Stalin, Marx y Lenin (por supuesto que todo lo que atañe a estos dos últimos ha sido censurado antes), exactamente como los estanquillos o puestos de otros países donde se venden solamente imágenes y artículos religiosos. Han convertido en dogmática para la estructura oficial la campaña de divinización. Todo hace suponer que las nuevas generaciones del Soviet crecerán uncidas al carro del fanatismo que se les inculca, y que tirarán de él por tiempo indefinido.[32]

 

            Una de sus críticas más fuertes se centra en el hecho de que, habiendo sido una revolución encaminada a eliminar las diferencias sociales, las clases, hasta ese momento no se ha hecho ni se ve cómo, por el modo en que se desarrolla, pudiera llegar a alcanzarse dicho objetivo:

 

La diferencia de castas o clases es más notable aún en los medios de transporte, así terrestres como fluviales. Los ferrocarriles tienen coches de lujo y de las clases de inferior categoría; pero en los transportes fluviales, que forman el mayor y principal medio de comunicación en el Oeste de la urss, es donde mejor se puede apreciar la diferencia de clases. Atravesando el Mar Negro a bordo de uno de los barcos que hacen ese servicio, presenciamos, en uno de tantos puertos que tocamos, un caso doloroso que jamás se nos olvidará. Subió a bordo una joven madre con un niño recién nacido. Era un día de mayo, casi para anochecer; la tarde había estado sombría, fría y lluviosa. Los pasajeros de segunda se amontonaban en los corredores de cubierta, buscando refugio y calor al lado de los tabiques que cubrían los camarotes de los de primera; pero los de tercera, a cuyo grupo pertenecía indudablemente aquella pobre madre, tenían que arreglárselas como pudieran entre los malacates, escotillas y otros fierros propios de popa y proa en toda embarcación, completamente a la intemperie, todos mojados, temblando de frío. La joven madre lloraba y rogaba con sus facciones todavía demacradas a consecuencia de su enfermedad, en estado de convalecencia, y mostraba a su recién nacido. Seguramente pedía sólo que se le permitiera pasar la noche en cubierta; pero toda súplica resultó estéril, el empleado que la escuchaba sólo respondía mostrando su boleto de pasaje, y con frío, lluvias y obscuridad, tuvo que ir aquella infeliz mujer, con su criatura en los brazos, a hacerles compañía a sus camaradas parias del régimen soviético.[33]

 

            Además de entrar en juicios más técnicos sobre la explotación de la tierra, la burocracia y la plusvalía, que no se abordarán en este artículo,[34] Abelardo L. Rodríguez pronuncia en resumen una sentencia lapidaria de lo que ve que está ocurriendo en la Unión Soviética:

 

No hay igualdad, ni equidad, ni justicia. Es un pueblo al que apenas se le da de comer y se le otorga educación interesada, como el dueño de un circo da de comer y educa a sus animales para que representen bien su papel y sea más productiva su explotación.[35]

 

            Las notas del expresidente Rodríguez fueron publicadas primero como artículos y, en el mismo año, en forma de libro, quizá más que para enjuiciar al régimen soviético para prevenir al pueblo mexicano sobre un hecho que tanto a él como a otros revolucionarios comenzaba a preocupar por la cercanía ideológica de Cárdenas con el comunismo. De hecho, por su postura anticomunista, no dudó en ofrecer apoyo táctico y económico al general Almazán en su campaña a la presidencia,[36] el cual se desdibujó cuando se percató que el candidato oficial, el general Ávila Camacho, no tenía ánimos de continuar la senda emprendida por su mentor. En cualquier caso y a pesar de su postura ideológica, no dejan de ser interesantes la mirada y los juicios emitidos por este testigo de excepción acerca de la revolución rusa y sus consecuencias.



[1] Presbítero de la prelatura personal del Opus Dei (2004), licenciado en letras clásicas por la unam, doctor en teología por la Universidad de la Santa Cruz en Roma, ha escrito La guerra cristera y su licitud moral (2004), L’Osservatore Romano en la guerra cristera y El conflicto religioso en México y Pío xi, (Minos, 2009).

[2] Para profundizar en el tema de las relaciones entre la Unión Soviética y México, véanse Héctor Cárdenas, Las relaciones mexicano-soviéticas. Antecedentes y primeros contactos diplomáticos, 1889-1927, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1974; Erasmo Sáenz Carrete, “Las relaciones internacionales de México con el área socialista hasta 1987: una evaluación crítica”, en Revista Mexicana de Política Exterior 25 (1989), pp. 34-45.

[3] Barry Carr, La izquierda mexicana del siglo xx, México, Era, 1996.

[4] Ricardo Flores Magón, Semilla libertaria (artículos), vol. 2, México, Grupo Cultural Ricardo Flores Magón, 1923 (fondo reservado de la Biblioteca del inehrm), pp. 161-162.

[5] Lorenzo Meyer, México y el mundo. Historia de sus relaciones exteriores, t. vi, México, Senado de la República, 1991, pp. 80-81.

[6] Rina Ortiz Peralta, “La embajadora roja: Alexandra Kollontai y México”, en Relaciones. Estudios de Historia y Sociedad 149 (2017), pp. 18 y19.

[7] Ibídem, pp. 20-21.

[8] Juan González Morfín, 1926-1929, Revolución silenciada, México, Porrúa, 2014, p. 53.

[9] El Informador, Guadalajara, 4 de junio de 1927, p. 1.

[10] Ángel Gutiérrez, “Lázaro Cárdenas y su visión de la Unión Soviética”, en Tzintzun 9 (1988), p.99.

[11] José Manuel Puig Casauranc (1888-1939): nacido en Campeche, estudió medicina en la Universidad de Veracruz. Diputado de la xxvi legislatura en tiempos de Madero. Senador de la República por Campeche en 1924, Secretario de Educación Pública con Calles y Jefe del Departamento del Distrito Federal en dos ocasiones. También fue Secretario de Relaciones Exteriores y embajador en diversos países.

[12] José Manuel Puig Casauranc, Carta a Plutarco Elías Calles, 20 de abril 1932, en Fideicomiso de Archivos Calles - Torreblanca, Archivo Plutarco Elías Calles, José Manuel Puig Casauranc, inventario 4364, expediente 109, legajo 4, f. 189.

[13] Ídem.

[14] Ibídem, f. 233.

[15] Así escribía en sus apuntes personales: “Los comunistas simpatizantes del régimen de Stalin sostienen que, con la defensa de Trotsky, se sirve a la burguesía imperialista. No. Al contrario, se defiende a la revolución en su más pura esencia” (Lázaro Cárdenas, Obras i, Apuntes 1913/1940, México, unam, 1972, p. 440.

[16] María Elena Laborde y Pérez Treviño, Objetivo: salvar vidas. México en Madrid, 1936, Huixquilucan, s.p.i., 2016; Alejandra Lajous y Susana García Travesí (compiladoras), Manuel Pérez Treviño, México, Senado de la República, 1987.

[17] Abelardo L. Rodríguez, Notas de mi viaje a Rusia, México, Editorial Cultura, 1938.

[18] Abelardo L. Rodríguez, Autobiografía de Abelardo L. Rodríguez, México, Senado de la República, 2003, pp. 171-204.

[19] Ibídem,  p. 3.

[20] Abelardo L. Rodríguez, Notas de mi viaje a Rusia,  p. 9.

[21] Ibídem, pp. 10 y 11.

[22] Ibídem, p. 19.

[23] Ibídem, p. 20.

[24] Ibídem, pp. 21-22.

[25] Ibídem, p. 23.

[26] Ídem.

[27] Ibídem, p. 26.

[28] Ibídem, p. 27.

[29] Ibídem, p. 31.

[30] Ídem.

[31] Ibidem, pp. 47-48.

[32] Ibidem, p. 47.

[33] Ibidem, pp. 51-53.

[34] Ibídem, pp. 31-40 y 57-94.

[35] Ibídem, p. 53.

[36] Edna Monzón y James Wilkie, Frente a la Revolución Mexicana: 17 protagonistas de la etapa constructiva; entrevistas de historia oral, volumen iv, México, unam, 1995, pp. 494-495.



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco