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El Padre Celedonio Domeco de Jarauta, un héroe olvidado

Tomás de Híjar Ornelas

 

La calle tapatía de Jarauta honra a un presbítero que murió defendiendo los intereses de México, habiendo sido uno de los más esforzados combatientes de los invasores estadounidenses durante la guerra de 1847 a 1849, y al que apenas recuerda la historia oficial tal vez por haber formado parte del estado eclesiástico. En Guadalajara, la arteria que lleva su nombre es la de ingreso al viejo Seminario Conciliar de Guadalajara, que ocupó buena parte de lo que entre 1901 y 1914 fue el Hospital de San Martín de Tours y Nuestra Señora de los Desamparados, erigido gracias a la munificencia de la benefactora Clementina Llanos viuda de Gavica, al oriente de la ciudad, en la colonia Española, y puesto al cuidado de los religiosos de la orden hospitalaria de San Juan de Dios, que muchos beneficios hicieron con él hasta su brutal expulsión el 8 de julio de 1914, fecha en la que el hospital fue destinado a usos milicianos y posteriormente vendido a particulares por el gobierno carrancista, impelido como estuvo siempre a descartar la participación de la Iglesia en la vida pública de forma absoluta. Todo eclesiástico tapatío ha pronunciado muchas veces el nombre Jarauta pero casi nadie sabrá a quién se refiere

 

Un protagonista de la historia del México moderno que yace en el olvido es el fraile aragonés Celedonio Domeco de Jarauta, peninsular que arribó a México pero, a diferencia de su coterráneo navarro Francisco Javier Mina, quien llegó a estas latitudes para luchar a favor de la emancipación de España, nuestro Domeco de Jarauta hizo lo propio justo cuando el gobierno estadounidense estaba a punto de despojar a sus endebles vecinos del sur de la mitad de su territorio, circunstancia a la que se opuso don Celedonio, el cual, como muchos en su tiempo, consideraba herejes a los milicianos yanquis y la protestización de los mexicanos, una posibilidad real pero dolorosa.

Su último combate comenzó en Lagos el 1º de junio de 1848, mediante un Plan que lleva su nombre y que luego de una breve exposición de motivos concluye con estos cinco postulados: 1° Se desconoce al actual gobierno1 por haber traicionado a la nación; 2° Reasumen, en consecuencia, los Estados su soberanía; 3° Los mismos asumirán los medios para reemplazar al gobierno decaído; 4° Designarán éstos a quien haya de mandar sus fuerzas; 5° Las fuerzas del ejército permanente que se adhieran a este plan quedarán a las órdenes del mayor graduado de los que lo secunden.2 Así arrancó el Plan cuya ejecución, en poco más de dos semanas, le costará la vida a su autor.

Para comprender un poco el Plan de Jarauta ha de recordarse que, ocupada la capital por el ejército estadounidense, el gobierno de México, bajo el interinato de Manuel Peña y Peña, se refugió en Querétaro del 16 de septiembre al 13 de noviembre de 1847, en tanto que Antonio López de Santa Anna, perseguido lo mismo por las tropas mexicanas como por las invasoras, intentó sin éxito refugiarse en Oaxaca, donde el gobernador Benito Juárez le negó cualquier tipo de garantías. Para febrero del año siguiente de 48 iniciaron los pactos que concluirán con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo, por el que los Estados Unidos exigieron como indemnización de guerra más de la mitad del territorio nacional, decisión que recayó en Manuel Peña y Peña. Para mayo el acuerdo estaba tomado, y a principios de junio se nombró a José Joaquín de Herrera presidente de la República. Las últimas tropas estadounidenses abandonaron la capital a mediados de ese mes, de modo que pudiera instalarse el gobierno de Herrera. En julio se embarcaron los últimos soldados del ejército invasor.

 

Datos biográficos del padre Domeco de Jarauta

Celedonio Domeco3 de Jarauta y Ortiz nació en Malón, provincia de Zaragoza, en Aragón, el 3 de marzo de 1813. En Zaragoza cursó los estudios de humanidades y de filosofía e ingresó a la Orden de los Frailes Menores. Antes de recibir el presbiterado y luego de la exclaustración de las órdenes religiosas se adhirió, como muchos eclesiásticos, a la causa de del infante Carlos María Isidro de Borbón, y militó en las huestes del general Ramón Cabrera.4 Más tarde, se habría exiliado a La Habana, Cuba, donde hasta se dice que participó en actividades escénicas.

Sea como fuere, en ese lugar pidió y obtuvo las órdenes sagradas. En 1844 pasó a México, gestionando ante el obispo de Puebla, Francisco Pablo Vázquez, secularizarse para ese clero a título de administración. Fungiendo como vicario de una parroquia, no tardó en dejarla, tal vez por ser el suyo un talante encendido. A partir de entonces se domicilió en el Convento de la Merced en el puerto de Veracruz, donde cobró mucha fama como confesor y predicador.

En tal cometido, al tiempo que se anunciaba la guerra entre México y los Estados Unidos, se dio de alta como capellán del 2º Batallón de Infantería, al mando del Coronel Juan de Dios Arzamendi. Poco después desempeñó el mismo cargo en el Hospital de Sangre. Empero, en cuanto supo de la orden de crear guerrillas para hostilizar a los estadounidenses, el 16 de marzo de 1847 presentó una solicitud para encabezar una guerrilla, proporcionándosele para ello dos pistolas y una montura.5 Ese mismo día tuvo su primer enfrentamiento con los invasores, a los que aplicó el sistema de “pega y corre” con tal éxito que en mancuerna con Juan Clímaco Rebolledo formó una mancuerna temible para los convoyes gringos, convirtiéndose en el azote de los convoyes que usaban la ruta de Jalapa a Veracruz y si bien eran batidos por fuerzas superiores, con mucha facilidad conseguían rehacerse y asolar de nuevo a los invasores. Entre abril y mayo de ese año, con sólo 14 hombres, habían aniquilado a 102 enemigos además de obtener un copioso botín, alcanzando el rango de jefe principal de guerrillas de Veracruz a Peronte. Más tarde operó en los llanos de Apam y en las inmediaciones de Pachuca.6

El 14 de septiembre siguiente, ostentando el cargo de Comandante de la Primera Guerrilla de Oriente, arribó a la ciudad de México montado a caballo y sosteniendo el pabellón mexicano.7 De esos tiempos es el siguiente e incendiario panfleto que hizo imprimir y divulgar en la capital:

 

Habitantes de la Ciudad de México, despertad ya del peligroso letargo en que os halláis. Ved vuestra religión y cara patria sumergidas en la mayor de sus desgracias, esperando tan sólo el día en que sus valientes hijos se decidan a vengar el agravio que les hacen esos invasores ambiciosos, desmoralizados y crueles. ¡Levantaos en masa y unidos a una sola voz clamemos: Viva la República Mexicana, Viva su Religión Católica, Viva Cristo Rey, Viva el Santo Papa! Que por salvar a su patria y a su religión, vuelva el pueblo a echarse encima de los yanquis, aunque sea con sus puras manos. La muerte es preferible a esa aparente paz que les han impuesto, y que no hace sino acrecentar su ambición de despojo y diabólico orgullo. Este es el único medio de salvar a la Patria, a la Religión Católica y a nosotros mismos de los grilletes de la indigna esclavitud. Primero moriremos matando norteamericanos y gente norteamericanizada, que rendirnos a sus poderosas armas, a sus falsos dioses como el dinero y el “progreso”, y a sus falsos ofrecimientos de democracia. Celedonio Domeco de Jarauta8

 

Dejó la capital a poco para organizar la guerra de guerrillas de resistencia, en cuya lucha se sostuvo hasta que el 2 de febrero del año siguiente de 48, cuando se firmó el tratado Guadalupe-Hidalgo.

Fue un gran guerrero y la gente a su cargo violenta en extremo,9 todo un dolor de cabeza para el mismísimo general Winfield Scott. En Huamantla encabezó el ataque donde fue muerto Sam H. Walker, jefe de los rangers de Tejas, lo que orilla a los invasores a organizar un cuerpo antiguerrilla en su contra. Este hecho fue el que más fama dio al padre Domeco de Jarauta.

En enero de 1848, al grito de “¡Viva México, mueran los yanquis!” obtuvo una clamorosa victoria en San Juan Teotihuacan, y aún tuvo fuerzas para defender la capital, según recuerda Antonio García Cubas en el Libro de mis recuerdos:

 

Una descarga de fusilería ordenada por el fraile fue contestada por los yankees, a la vez que por otros puntos lejanos se escuchaban las detonaciones de las armas de fuego, pues eran los momentos de la conflagración general en la ciudad. A poco, grupos de lanceros desprendidos del ejército, que había emprendido su retirada, se dirigían esquivando calles hacia otros lugares desde los cuales pudieran causar mayores daños. El padre, con los suyos, abandonó aquel punto para elegir otros más convenientes para su intento.

 

Habiendo encabezado la resistencia civil de la capital durante tres largos días, se replegó a Tulancingo y Zacualtipán, donde fue combatido por los estadounidenses que habían puesto precio a su cabeza, pero no lograron su captura.

 

Su triste fin

Luego de la firma de la paz con los Estados Unidos, al no estar él de acuerdo en sus términos, buscó refugio en la ciudad de Lagos de Moreno. Residiendo allí, y motivado por Mariano Paredes Arrillaga y Manuel Doblado, el 1° de julio de 1848 lanzó, como ya se dijo, su Plan, y ambos tomaron Lagos sin el menor obstáculo  y se dirigieron de inmediato a la de Guanajuato, que se les rindió el 15 de julio. Paredes capitaneaba a 550 hombres, Domeco de Jarauta a cien.

Sabiéndolo el recién electo Presidente Herrera, ordenó al general Antonio Bustamante que de inmediato pasara de Silao a la capital, Guanajuato, para recuperar la plaza, a la que pone sitio el 18 de julio, derribando el cerco al día siguiente. Desde la víspera fue capturado Domeco de Jarauta, quien temerario como siempre fue, al frente de cincuenta de los suyos, intentó frenar el avance de los sitiadores en Mellado y Valenciana, protagonizando acciones de fuego cruzado en los cerros de San Cayetano, Rocha, El Gallo y Gritería. En éste último, el capitán Vicente Camacho pudo aprehenderlo remitiéndolo al general Cortázar y éste a Bustamante, que de inmediato dispuso que fuera fusilado por la espalda como a los traidores a la patria, sentencia que se cumplió a pocos pasos del templo de San Cayetano, donde fue sepultado. En los Estados Unidos celebraron la muerte del “bandido Jarauta”, como le apodaban sin morderse la lengua.10

43 años después, en el sitio de su ejecución, el 18 de julio de 1891, se inauguró un obelisco, hasta hoy el único monumento público levantado a su memoria. Años antes, el 2 de agosto de 1853, por decreto 3982 del Gobierno, se dispuso rendir “honores al presbítero D. José C. Domeco de Jarauta”, arguyendo en su artículo 1º que “ha merecido bien de la patria por la decisión y valor distinguido con que peleó en la guerra contra los invasores, disponiendo que sus restos habían fueron reinhumados para depositarlos en la capilla de Santa Faustina de la colegiata de Nuestra Señora de Guanajuato, donde “se le erigirá un modesto sepulcro por cuenta de las rentas del Estado, para honrar la memoria del que supo sacrificarse” en bien de la misma.11 Allí permanecen hasta el día de hoy.

Su biógrafo Daniel Molina elogia “la fama y popularidad del padre Celedonio Domeco de Jarauta, el hombre que nunca jamás aceptó la derrota; el hombre que se tragó su propia muerte a cucharadas, gota a gota, a sorbos; el hombre que apuró su cáliz sin quejarse”,12 del que por otro lado se sabe era bajo de cuerpo y robusto, de nariz aguileña y ojos foscos y encapotados.



1 El encabezado por el presidente interino por Manuel Peña y Peña, el cual suscribió los Tratados de Guadalupe aceptando la pérdida de más de la mitad del territorio nacional a favor de los Estados Unidos. Ahora bien, Peña transfirió la titularidad del Ejecutivo al día siguiente de este pronunciamiento, a José Joaquín Herrera, el cual dispuso que la rebelión fuera sofocada de inmediato.

2 Enrique Olavarría y Ferrari, México a través de los siglos, México, Editorial Cumbre, 1972, p. 712.

3 Otra variante de este apellido es Domeq.

4 Juan Diego Razo Oliva, Corridos históricos de la tradición del Bajío: estudio introductorio, compilación y comentarios, Guanajuato, Gobierno del Estado, p. 197.

5 Otro eclesiástico peninsular metido en estos enredos fue don José Antonio Martínez, quien murió en combate, en Zacualtipan, en febrero de 1848.

6 Joaquín Ramírez Cabañas, Obra histórica, México, UNAM, 2004, p. 171.

7 Luis Fernando Granados, Sueñan las piedras. Alzamientos ocurridos en la Ciudad de México, 14, 15 y 16 de septiembre de 1847, México, Ediciones Era / INAH, 2005, p. 61.

8 Ignacio Solares, La invasión, México, Alfaguara, 2006.

9 Esperanza Toral, Ciudad y Puerto, Veracruz ayer y hoy, México, Editorial Las Ánimas, 2012, p. 79.

10 En contraparte, no tardaron en circular entre el pueblo llano las coplas de la valona o corrido intitulado “Tiernas y dolorosas memorias que hace la madre del finado presbítero don Celedonio Domeco de Jarauta”, que recupera Vicente T. Mendoza en su libro La décima en México. Glosas y valonas, Buenos Aires, Instituto Nacional de la Tradición, 1947, p. 318.

11 Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República. 1851-1853, Vol. 6, México, 1877, p. 627.

12 En 1999 el periodista Daniel Molina Álvarez publicó acerca del tema el libro La Pasión del Padre Jarauta, México, Gobierno del D.F., colección Tu Ciudad, Arte y Literatura, p. 17.



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