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El mártir de Sahuayo

Anónimo1

He aquí la primer versión impresa y divulgada en torno a la vida y martirio del hoy beato mártir José Sánchez del Río, en los términos épicos en los que fue divulgada en España y Europa poco después de acaecidos los hechos que aquí se narran

Del colegio al campamento

La impía persecución con que Calles ha pretendido exterminar la fe cristiana del pueblo mejicano no sólo ha conmovido el corazón de los hombres de aquel hermoso país a sacrificar las delicias del hogar y lanzarse a los campos de batalla para conquistar por la fuerza sus derechos de cristianos y de hombres, sino que también ha inflamado en estos mismos deseos a inocentes niños que trocando el colegio por el campamento, están dando al mundo entero un ejemplo singular en los fastos de la historia eclesiástica.

Uno de estos infantiles guerreros, que se ha lanzado a defender con las armas la causa de ¡Cristo Rey!, fue José Sánchez del Río.

Sólo trece años y meses contaba, cuando se sumó a los ejércitos de la libertad. Temiendo que su corta edad fuera un obstáculo para que lo admitieran en ellos, escribió varias veces al jefe Prudencio Mendoza, suplicándole encarecidamente le permitiera alistarse en la milicia de Cristo; y que si no era todavía capaz de manejar el máuser, por lo menos serviría a los soldados quitándoles las espuelas, cuidando de sus caballos y sirviéndoles en todo lo demás. Y agregaba con ingenua sencillez que sabía freír alubias. Enternecido y admirado el jefe, le contestó diciéndole que le admitía. A los pocos días el bisoño militar luchaba ya en las filas de los nuevos cruzados. Y que no le impulsara a tomar las armas sino el deseo de defender su fe lo prueban estas palabras que dijo a su madre que se oponía que tomara parte en esta empresa superior a sus años: “Nunca ha sido tan fácil ganarse el cielo como ahora”

La poca edad de José y su fervor religioso le ganaron las simpatías de la tropa, que le llamaba con cariño “Tarsicio”.

En el combate del 5 de febrero, al ver que al general le habían matado el caballo, se apea él del suyo y le dice, con el garbo de un veterano: “Mi general: aquí está mi caballo. Sálvese usted, aunque a mí me maten. Yo no hago falta y usted sí”. Le entrega el caballo, busca él una posición estratégica y empieza a disparar hasta agotar el último cartucho. Viéndose ya sin municiones, arroja el arma sobre el enemigo, “para ver si descalabraba, como él dijo, algún demonio”. Los soldados de Calles lo hacen entonces prisionero. Él, al presentarse al general, le dice con gran valentía y resolución: “Aquí estoy porque se me han acabado las balas, pero no me rindo”. Forman entonces el cuadro para fusilarle; el general, al ver la poca edad del valiente soldado de ¡Cristo Rey! no permite la ejecución, sino le dice que le incorporará a las tropas del gobierno. Al oír tal determinación, exclama: “¡Primero muerto! ¡Odio al gobierno perseguidor! ¡Es mi enemigo! ¡Fusílenme!”.

Al leer esta vivida narración, tomada de labios del mismo mártir2 antes de ser fusilado, no podemos menos de recordar las hazañas de gloriosos militares. José Sánchez del Río es un niño con alma de héroe, pero un héroe de su fe.

Escenas de la prisión

Desde Cotija, donde fue hecho prisionero, le condujeron a Sahuayo, su ciudad natal. Al enterarse que estaba allí, se presenta para verle el diputado Picazo, hombre sanguinario y cruel. Piensa encontrar al niño acobardado, y al verle imperturbable, le dice:

-¿Qué has hecho, José?-

 -Pelear como los hombres-; y luego él mismo narra a uno de los compañeros del diputado, dueño del caballo que ofreció al general en el combate, todo lo ocurrido en él. Cuando terminó de narrar aquella verdadera epopeya, le pregunta uno de los que le escuchaban, si estaba dispuesto a todo: “A todo”, responde; “desde que tomé las armas, estoy resuelto a todo”. Y volviéndose al diputado, le dice: “Fusílame, para que luego que llegue con Nuestro Señor, pedirle que te confunda.”-

Desde Cotija escribió a su madre esta hermosa carta:

Cotija, Michoacán, febrero, lunes, 6 de 1928

Mí querida mamá:

Fui hecho prisionero en combate en este día. Creo que en los momentos actuales voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios; yo muero contento, porque muero en la raya al lado de nuestro Dios. No te apures por mi muerte, que es lo que me mortifica; antes diles a mis otros dos hermanos que sigan el ejemplo que de su hermano el más chico les dejó, y tú has la voluntad de Dios, ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba.

 José Sánchez del Río

Juntamente con él, habían hecho prisionero a otro joven a quien el temor de ser fusilado había hecho decaer de ánimo. José, para reanimar su espíritu e impedir que fuese a apostatar de su fe, aprovecha el momento en que se les presenta la comida, se le acerca y le dice: “Vamos comiendo bien; nos van a dar tiempo para todo y luego nos fusilarán. No te hagas para atrás. Duran nuestras penas mientras cerramos el ojo.” Y tal fue el valor que infundió a su compañero, que al llegar éste al lugar en que iba a ser ahorcado, se santiguó, miró al cielo y dijo:  “Ya estoy dispuesto.”

Llevado de los ardientes deseos que tenía de que llegara ya el momento de derramar su sangre por Cristo, se acerca a los soldados y les dice: “Mátenme.” Y, como si temiera que para ellos fuera un obstáculo el verlo de frente, les vuelve la espalda para que le disparen.

Durante su prisión en Cotija, según él mismo dijo, ayunó un día entero por devoción, y en Sahuayo rezó todos los días el rosario; al terminarlo, solía cantar: “Al cielo, al cielo, al cielo quiero ir”, que tan bien interpretaba los grandes anhelos de su alma.

            Al padre del mártir, que al tener noticia de la prisión de su hijo viene en busca de él, le exigen, como rescate, 5,000 pesos. No teniendo a mano aquella cantidad, ofrece, para salvar la vida de aquel ser querido, su casa y algunos otros bienes que en ella poseía, y pide que, en caso de no ser aceptado, no maten a su hijo hasta que él esté fuera de la ciudad. Pero el impío diputado iba a saciar sus sanguinarios deseos de sacrificar a aquel inocente “en los bigotes de su padre, diera o no diera el dinero” (son palabras del mismo diputado).

El mártir, al enterarse de que su padre había venido a rescatarle, dijo que le habían de haber avisado cuando él estuviera ya en el cielo; y le mandó a decir que no diera ni un centavo por él.

La última carta

Enterado ya de que se había dado la sentencia de muerte contra él, escribió a una de sus tías esta bellísima carta:

Sahuayo, 10 de febrero de 1928

Querida tía:

Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media se llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá; tú me haces favor de escribirle también a María. Dile a Magdalena que conseguí que me permitiera verla por última vez, y creo que no se negará a venir (para que le llevase la sagrada comunión, antes del martirio). Salúdame a todos; y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere y verte desea. ¡Cristo Vive, Cristo Reina, Cristo Impera, y Santa María de Guadalupe!

José Sánchez del Río, que murió en defensa de su fe. No dejes de venir. Adiós.

El martirio

Después de las once de la noche del 10 de febrero, le sacan del cuartel y le llevan al cementerio. Durante el camino, el mártir no cesa de gritar: “¡Viva Cristo Rey!”. Al llegar al sitio destinado para la ejecución, pregunta cuál es su sepultura, y se pone de pie al borde de ella, para que no tengan el trabajo de trasladarlo.

Los soldados empiezan a martirizarlo con puñaladas; y él, al sentir sus carnes heridas, no cesaba de repetir: “¡Viva Cristo Rey!” El capitán le pregunta, en medio de este acerbo tormento, qué le mandaba decir a su papá; y él, con un gesto sublime de entereza cristiana, responde: “Que en el cielo nos veremos. ¡Viva Cristo Rey!”. El militar, al oír estas palabras, lleno de ira y reprochando, como él decía, al invicto mártir su fanatismo aún en aquellos momentos, dispara contra él, hiriéndolo en la cabeza.

El nuevo confesor de la fe cae al suelo bañado en sangre y gritando: “¡Viva Cristo Rey!”. Momentos después, su alma volaba al cielo.

Tal fue la conmoción de los católicos de Sahuayo al enterarse al siguiente día del martirio del heroico niño, que el cementerio estuvo todo el día custodiado por los soldados, pues todos querían ir a recoger sangre del mártir.

 

 



1Cf. Hojitas, núm. 22, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas” es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013.

2 Mártir le llamamos sin intención de prevenir el juicio de la Iglesia



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