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La devoción a Nuestra Señora de Guadalupe

Lucio Guadalupe Villanueva1

La relación que sigue, escrita hace 85 años por uno de los protagonistas

del catolicismo social mexicano, pero también víctima de la persecución religiosa, especialmente la callista, tiene dos motivaciones: mostrar, al calor del iv Centenario

de las Apariciones del Tepeyac, la legitimidad y convalidación del culto

no menos que las expectativas de la Iglesia, en un contexto

de absoluta marginación jurídica y postura gobiernista anticlerical.2

 

 

Templos

 

Cual perenne monumento, así de los continuos beneficios de María como de nuestra filial gratitud, elévanse más de 420 templos, ya modestas capillas, ya santuarios magníficos, dedicados en México y en el extranjero a la Inmaculada del Nuevo Mundo. Imposible es formar la estadística de sus altares e imágenes. Por iniciativa del Ilustrísimo Señor Arzobispo de Puebla, don Ramón Ibarra y González, se erigió en 1910 un altar a Nuestra Reina en el Monte Olivete, con la elevada idea de orar y celebrar diariamente la misa por nuestra Patria. Que no falte en iglesia alguna al menos una buena imagen de Nuestra Señora de Guadalupe lo han promovido muchos prelados, prescrito varios sínodos diocesanos y provinciales y en 1905 los Ilustrísimos Obispos de Venezuela en su Concilio Nacional. Un nuevo templo se le edificará en la Ciudad Eterna por indicación de S.S. Pío x en 1908: será la gran Basílica que la América consagrará a la Inmaculada del mundo de Colón.

 

Lábaro sacrosanto

 

Agradeciendo con júbilo purísimo el designio de la Providencia, debemos recordar siempre que la primera bandera de la patria se enarboló “ostentando la imagen venerada de Nuestra Señora de Guadalupe”. Morelos, en un decreto publicado el 11 de marzo de 1813, la llamaba “Patrona, Defensora y distinguida Emperatriz de este reino”; mandaba que en todos los pueblos “se continúe la devoción de celebrar una misa el día 12 de cada mes en honor y gloria de la Santísima Virgen de Guadalupe”; a los vecinos, exponer la santa imagen en las puertas y balcones de sus casas sobre un lienzo decente; y a todo varón de diez años arriba, ostentar “una divisa de listón, cinta, lienzo o papel en que declarará ser devoto de la Santísima Imagen de Guadalupe, soldado y defensor de su culto, y al mismo tiempo defensor de la religión y de su patria”. Y para cerrar con broche de oro el triunfo de la libertad, entregó Iturbide en 1821 en manos de Santa María de Guadalupe el porvenir de la patria. El 12 de octubre rindió ante Ella solemnes gracias el libertador, acompañado por los principales caudillos del Ejército de la Independencia. Fundó la Orden de Guadalupe y declaró a Nuestra Señora Protectora de la Nación. Muchos presidentes, como Victoria, Guerrero, Comonfort y otros fueron en peregrinación a su santuario. En 1822 se colocó una imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe que se conservó durante largos años en la Cámara de Diputados. Un decreto del Congreso general en 1828 declaró el 12 de diciembre fiesta religiosa nacional, y así se guardó durante muchos años.

 

Peregrinaciones

 

Empezaron el día mismo en que los pueblos del valle de México, entre júbilos de gloria, trasladaron la celestial imagen a su “primera ermita“. Al punto, agrupándose sin cesar ante el humilde altar de la Guadalupana, se fue formando bajo su manto la Iglesia y logró consolidarse la nacionalidad mexicana. “Aparecióse entre unos riscos y a esta devoción acude toda la tierra”: frase exactísima siempre, hoy más que nunca forma la clave y síntesis de nuestra historia religiosa. Millones de amantes hijos en cuatro siglos han venido de muy lejos a contemplar y venerar la celestial hermosura de nuestra Madre, millares de millones desfilarán ante Ella cual glorioso cortejo de las generaciones que la proclaman Bienaventurada.

Siempre numerosas, creciendo siempre, las peregrinaciones hanse centuplicado con las vías férreas y con la moderna organización. Sus cifras pasmosas presentarían una consoladora estadística. Las miriadas de peregrinos formarían una vía láctea luminosa en el cielo del Tepeyac. Solamente el 12 de diciembre, la compañía de tranvías ha vendido en 10 años, de 1902 a 1911, 864 267 boletos. No es ni la mitad de cuantos ese día, llenando todos los caminos, a pie, por todos los medios de conducción, se trasladan a la santa Basílica. ¿A cuánto alcanzará la cifra total de peregrinos en un año, a cuánto la estadística aproximada desde la Coronación con los datos de todos los ferrocarriles, de los que sin cesar se aglomeran en el sagrado recinto, de los que tributan igual obsequio a Nuestra Reina en los 325 templos y capillas guadalupanos de México?

Pasan de 130 las peregrinaciones fijas que acuden anualmente al Tepeyac de todos los ámbitos de la República. Cada una de las 30 diócesis envía la suya por orden para el 12 de cada mes. Guadalajara y Puebla las han traído de nueve y doce mil personas. Muchos años lleva Querétaro dando el edificante espectáculo de quinientos, de mil peregrinos a pie, como también lo han dado Pachuca y el remoto estado de Chiapas. Éstos y mayores sacrificios compensa una sola mirada de Nuestra Madre. Junto al mendigo, el potentado y el sabio; los sacerdotes y los militares, con los representantes de todas las profesiones; escuelas y colegios; numerosas congregaciones y centros de obreros; la agricultura y la industria, la minería y el comercio; los pueblos y las parroquias más apartadas; los periodistas católicos con sus sacrificios y sus esperanzas; con su noble ardimiento la juventud católica... todos en unánime concierto repiten la común aspiración: “¡Salve, Augusta Reina de los mexicanos, Madre Santísima de Guadalupe, Salve! Ante tu excelso trono y delante del cielo, renuevo el juramento de mis antepasados aclamándote patrona de mi Patria, México, confesando tu milagrosa aparición en el Tepeyac, y consagrándote cuanto soy y puedo. Tuyo soy, Madre Inmaculada, acéptame y bendíceme. Bendice y salva a nuestra Patria, a la Patria tuya, tu México amado”.

 

El episcopado

 

Cierto es que, autorizada por innumerables obispos nacionales y extranjeros, en los cuatro siglos, la devoción de la Inmaculada del Tepeyac se ha difundido, así por América y Filipinas como por España, Portugal, Italia, Francia, Alemania y otras regiones. Más de sesenta prelados, americanos y españoles, de los que asistían al Concilio Vaticano, celebraron en Roma con inusitado esplendor la fiesta de la Guadalupana el 12 de diciembre de 1869. Ecos permanentes del ardiente amor de pastores y pueblos son las numerosas obras de sabios escritores, las solemnes fiestas, la intensa y variadísima propaganda, los homenajes de la prensa, las instituciones guadalupanas de todo género, los monumentos de las órdenes religiosas, las aclamaciones y los votos de nuestros congresos católicos y de los prelados en sus sínodos y en el Concilio Plenario Latinoamericano.

 

La Santa Sede

 

Pero el culto universal que recibe y se acrecienta en tantas naciones lleva también el sello de la Sede Apostólica. Veinte Sumos Pontífices han colmado de indulgencias y extraordinarios privilegios a las imágenes, los templos y las congregaciones de Nuestra Señora de Guadalupe, al Cabildo y a la Basílica Nacional.

Celebérrimo es el non fecit taliter omni nationi (no hizo cosa igual con ninguna otra nación), inspiradamente aplicado por Benedicto xiv al oír de la milagrosa aparición. Su Santidad León xiii escribía en 1894 a los obispos mexicanos:

 

Con todo el amor de nuestro corazón exhortamos por vuestro medio a la Nación Mexicana que mire siempre, y conserve esta veneración y amor a la Divina Madre como la gloria más insigne y fuente de los bienes más apreciables. Y tened por verdad del todo firme y averiguada que la fe católica, que es el tesoro más preciado, durará entre vosotros en todo su integridad y firmeza, mientras se mantenga esa piedad, digna en todo de la de vuestros antepasados.

 

Del todo conformes con estas hermosas ideas son los dísticos que el gran Pontífice envió para la Coronación, y están esculpidos al pie de la celestial imagen: Mexicus, heic populus, mira sub imagine gaudet / te colere, Alma Parens, praesidioque frui. / Per te sic vigeat felix, teque auspice, Christi / immotam servet firmior usque fidem (México aquí te goza, Madre Santa, / tu imagen honra y tu favor espera; / hazlo feliz, y con tu auxilio, entera / guarde la fe de Cristo sacrosanta).3

 

Pío x, a petición del Ilustrísimo Señor [Francisco] Orozco [y Jiménez], en 25 de agosto de 1908, concedió que en toda la República se pueda decir perpetuamente misa votiva de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de cada mes, siempre que no ocurra alguna fiesta que impida votivar. Concedida al tenor de la votiva del Sagrado Corazón, debe celebrarse con Gloria, Credo y una sola oración.

 

Coronación

 

Todas las gracias de sus predecesores las sublimó León xiii al conceder el nuevo Oficio y lo que en ciento cincuenta años había sido nuestro ferviente anhelo: la Coronación de la augusta Reina de los mexicanos. Ocho años duraron los preparativos. Sólo la corona costó más de medio millón de francos. Al grandioso acto fueron invitados todos los obispos de la América. Realizóse el memorable 12 de octubre de 1895, en nombre de Su Santidad León xiii. En aquellos momentos inenarrables, mientras el llanto, las plegarias, las jubilosas aclamaciones de cien mil fieles... abrían los cielos sobre nosotros, los treinta y ocho príncipes de la Iglesia asistentes depositan sus mitras y báculos ante la Excelsa Coronada: “porque Ella es la Emperatriz de las Américas y la Reina de México”.

Monseñor [John Frederick Ignatius] Horstmann, Ilustrísimo Obispo de Cleveland, Ohio, había escrito: “¡Con cuánto gozo asistiría yo el 12 de octubre a la solemne Coronación de Nuestra Señora de Guadalupe para proclamarla Nuestra Señora de América!” Con creces quedaba satisfecho este ardiente voto por sus hermanos, representantes del episcopado de América y España.

 

Concilio Plenario Latino Americano

 

El Patronato sobre los ochenta millones de nuestra raza, sobre las 21 naciones hermanas por la sangre, la religión, el idioma, por civilización, tradiciones e ideales comunes, de modo más significativo hubo de formularse, como fruto de un convencimiento mayor. Es la suave e irresistible acción de la Providencia que glorifica cada vez más a la celeste Imagen que nos llamó a la fe.

Quiso el Concilio Plenario Latinoamericano, según consta en sus actas, “que en cada nación se celebrase el recuerdo del Santuario Guadalupano del Tepeyac, que es el tesoro común y el perenne monumento del amor de la Santísima Virgen hacia toda la América Latina”. Con júbilo la aclamaron muchas veces los Padres:

 

Inmaculada Virgen, Amantísima y Potentísima Patrona de nuestra América Latina, que con dulce encanto atraes los corazones de los hombres. Tú has arrebatado los corazones de nuestros pueblos; Tú, por la benignísima aparición de tu imagen de Guadalupe, has arraigado las primicias de la fe en todas nuestras naciones, y Tú también la has extendido y confirmado por tu protección suavísima desde el Tepeyac y desde los demás alcázares de tu maternal amor. ¡Oh, Purísima Señora!, ya que te plugo constituirte madre y maestra de nuestros pueblos en la fe, dígnate ser también su amparo, defensa y baluarte. Protégenos como herencia tuya. ¡Oh, Inmaculada María!, celestial patrona y defensora nuestra, protégenos, sálvanos; une a nuestras naciones, por el amor de la propia libertad y por la profesión fuerte de fe católica y apostólica, en una estrecha alianza para la mutua independencia de la raza.

 

Pidieron finalmente antes de separarse, y el 1º de enero de 1900 les concedió Su Santidad, que el novísimo oficio y misa propios de Nuestra Señora de Guadalupe se extendiesen con rito de Primera clase a toda la América Latina.

 

Los congresistas panamericanos

 

Celebrábase en México a fines de 1901 el Congreso Panamericano. Gustosos aceptaron los congresistas atenta invitación para una fiesta en el Santuario del Tepeyac. Y el 29 de diciembre “sabios estadistas y acendrados patriotas se prosternaron reverentes ante la milagrosa y cinco veces secular imagen”. Celebrado el Santo Sacrificio para impetrar el bienestar moral y material del continente, “en solemne procesión y portando los gloriosos pabellones de sus países, recorrieron aquellos distinguidos caballeros las naves del santuario”, ante nuestro pueblo altamente edificado. Luego, con religioso respeto, depositaron en el altar de la excelsa Patrona de las Américas las banderas de sus respetables naciones.

 

Sublime ideal

 

Tal fue la primera solemnidad por la paz y prosperidad del continente americano. A los pocos días, el Ilustrísimo Metropolitano de México decretaba que se repitiese anualmente aquella fiesta de tan trascendental significación. Era el testimonio del amor de los católicos mexicanos a nuestras hermanas las naciones del Nuevo Mundo. En el hogar común, el Santuario de Nuestra Señora de América, los hijos todos de tan misericordiosa Madre le piden “marchar siempre por el camino del deber y del engrandecimiento moral y material, a fin de que se realice en cada una de las Repúblicas Americanas, de la manera más amplia, el sublime ideal del progreso cristiano, el reinado social del Corazón Divino de Jesucristo, único verdadero dueño de las naciones”.

 

El centenario de 1910

 

Próximo ya el día de los grandes recuerdos, el episcopado nacional nos exhortaba a recurrir a la que ha sido para el pueblo mexicano “lábaro de la independencia, centro de unión y áncora de esperanza”. Su santidad Pío x, al felicitar a nuestra patria el día 23 de febrero de 1910, proponía “honrar ante todo con la mayor piedad a la gran Madre de Dios en el mismo Santuario de Guadalupe, donde tan propicia y misericordiosa la experimentó siempre el pueblo mexicano”. Y llegada la fecha gloriosa, “ostentando la imagen venerada de nuestra Señora de Guadalupe” el mismo gloriosísimo lábaro de 1810, Generales y Oficiales de nuestro ejército recorrieron las mejores calles de la metrópoli engalanada, el 17 de septiembre de 1910. Una lluvia de flores caía de los balcones al paso de la imagen, todas las manos aplaudían, con las músicas atronaban el espacio vivas y aclamaciones, y muchas personas, rompiendo las filas militares, se postraban a besar la santa bandera de Hidalgo.

Por el júbilo que tan esperado acontecimiento despertó en los corazones, puede decirse que la Capital entera la aclamó por su Reina con el sublime entusiasmo de quinientas mil almas, con el hosanna de infinitas bendiciones. Por este acto, el más emocionante del Centenario, ante el cuerpo diplomático y las colonias extranjeras y los delegados de cuarenta naciones amigas y ante el universo, probamos siempre que la Inmaculada Virgen de Guadalupe es la gloria, la alegría y el esplendor del pueblo mexicano.

 

Fiesta nacional

 

Plebiscito imponente fue el del Centenario. Uno nuevo va reuniendo los mismos ardientes votos de toda la Nación: que el día de Santa María de Guadalupe se restablezca como fiesta nacional. Millares de firmas y peticiones se han recogido para obtener de las Cámaras tan deseada sanción. Millones si es preciso se presentarán durante el iv Centenario, pues queremos sea éste “el día de la gratitud nacional”, en que todo México, bajo el estrellado manto de la Inmaculada del Tepeyac, se postre ante Dios reconociendo sus infinitos beneficios, proclamando la soberanía y el reinado público de Jesucristo.

 

Celestial patrona de la América Latina

 

Elévase ya hasta la sublime altura de la Madre de Dios otro grandioso anhelo de pueblos y pastores. Nuestros ardientes votos por la glorificación siempre creciente de Santa María de Guadalupe preséntanse definitivamente ante el mundo, con la suprema sanción del Pontificado. He aquí su decreto:

 

En el Santuario del Tepeyac, monumento de la piedad de toda la América hacia la Madre de Dios, venérase hace cuatro siglos la Santísima Virgen de Guadalupe, cuya hermosísima imagen, pintada milagrosamente, es invocada como celestial patrona no sólo de México, sino de toda la América Latina. En atención a esto, todos los Prelados de la Nación Mexicana y demás Reverendísimos Ordinarios de toda la América Latina, presididos por el Arzobispo de [São Sebastião do] Rio de Janeiro, Señor Cardenal Joaquim Arcoverde de Albuquerque Cavalcanti, suplicaron a nuestro Santísimo Padre Pío x se dignara constituir por patrona celestial de toda la América a la misma Santísima Virgen de Guadalupe.

 

Propuso a la Sagrada Congregación de Ritos el referido Patronato Su Eminencia el Señor Cardenal [José de Calasanz Félix Santiago] Vives y Tutó, O.F.M. Cap. Presentado por los Eminentísimos Padres el 16 de agosto de 1910, contestaron “afirmativamente, si tal fuese el beneplácito de Su Santidad”. El 24 de dicho mes, Su Santidad confirmó la resolución de la Sagrada Congregación, y con su autoridad suprema declaró y constituyó a la Bienaventurada Virgen de Guadalupe por Patrona celestial de toda la América Latina, asignándole todos los privilegios y honores que por derecho corresponden a los Patrones principales de los pueblos.

            El Episcopado nacional comunicó al de América Latina la concesión del Santo Padre, al mismo tiempo que invitaba a todos los Ilustrísimos Prelados “para venir a México a dar mayor realce con su presencia a las fiestas que han de celebrarse con motivo del fausto acontecimiento”. La guerra ha impedido hasta el presente las grandes solemnidades proyectadas. Mas en medio del cataclismo, únicamente la Estrella del Tepeyac surge cual iris de paz y faro de bonanza. Dígnese la celestial Patrona de la América Latina apresurar la ansiada calma y aparecer en los destinos de Hispanoamérica como “fulgentísimo lábaro”, que avive la solidaridad de nuestras naciones para la defensa de la raza, de la fe y del reinado social de Jesucristo.

 

Durante la guerra civil, 1910 a 1918

 

A las manifestaciones de júbilo que se vieron en el Centenario de 1910, y a las que se proyectaban con el concurso de la América, se vienen sucediendo otras de prolongado duelo que aún no terminan. Mientras los enemigos de la fe, sembrando por todas partes la muerte y desolación de lucha fratricida, atormentaban el corazón de la más amante Madre, las víctimas de tantas desgracias presentaban por su medio, incesantes plegarias, a fin de obtener el perdón de nuestro gran pecado, la apostasía oficial. De aquí los novenarios y las rogativas mandadas o autorizadas por los Obispos, las peregrinaciones a los diferentes templos de Nuestra Señora de Guadalupe, y las que al Tepeyac hicieron en abril de 1914 el clero de la Capital, y en mayo más de treinta y cinco mil niños del Distrito, con las frecuentísimas organizadas por las asociaciones piadosas.

            Por nuestra patria, y ante su celestial Patrona, han orado nuestros hermanos en todo el continente. Muchos Prelados extranjeros, en sus pastorales, han exhortado a ofrecer misas y comuniones por México.

            De las festividades del 12 de diciembre han sido notables las celebradas en varias ciudades de Estados Unidos, en La Habana, en Bogotá, en Barcelona y en Roma.

            Sí, de Roma principalmente es de donde parte la voz del consuelo. Para los sacerdotes, a quienes el santo Padre concede celebrar la misa votiva de Nuestra Señora de Guadalupe el 12 de cada mes, en cualquier nación donde se hallen. Para los Obispos y el pueblo todo, porque desde el 15 de junio de 1917 exhortaba el Papa a

 

LA GRAN PLEGARIA

 

No os faltará el auxilio de la Madre de Dios, que desde su Santuario de Guadalupe vela por el pueblo mexicano, y si Ella, como siempre, se ha mostrado tantas veces Patrona clementísima de la nación, no puede dudarse que en la presente calamidad os brindará pronto su poderosa ayuda. Con vosotros insistiremos Nos mismo, en continuas y urgentes súplicas ante el solio de la Santísima Virgen. Y para daros alguna prueba de esta unión, tenemos la satisfacción de anunciaros, Venerables Hermanos, que el día 12 de diciembre en que se celebra entre vosotros la solemne festividad de la Beatísima Virgen de Guadalupe, Nos celebraremos la misa, tanto para honrar a Aquélla a quien veneráis tan tiernamente con este título como para implorar la salvación de nuestro muy querido pueblo mexicano. Cuidad vosotros que esta solicitud Nuestra sea oportunamente anunciada a vuestros diocesanos para que, asociados con Nos en las mismas plegarias, más fácilmente obtengan los dones de la paz y de la tranquilidad para su Patria tan atribulada.

Roma y México debían por tanto estrechar sus corazones a través del inmenso mar, en aquel memorable Día de Plegaria, 12 de diciembre de 1917. A la misma hora que Su Santidad, las 12 de la noche en México, las 6 de la mañana en Roma, elevaban nuestros Obispos y Sacerdotes la Hostia de propiciación sobre toda la extensión de la patria ensangrentada. Día feliz en que oímos del Pontífice de la Paz:

 

Hace mucho tiempo que venimos pidiendo a Dios se digne poner término a las desventuras sin número y sin medida que afligen a la Nación Mexicana; pero nunca como hoy la esperanza de alcanzar esa gracia ha alentado nuestro corazón.

            Hemos querido poner en un rincón del Vaticano la sucursal de México, para que aquí se eleven a la Santísima Virgen los ruegos que tal vez olvidan elevar algunos de los actuales habitantes de México. Hay, pues, unión de almas entre Roma y México, hay simultaneidad de ruegos entre próximos y lejanos.

            Sabemos, además, por la historia de la Aparición de Nuestra Señora de Guadalupe, que le plugo a la celestial Señora tomar a la Nación Mexicana bajo su maternal patrocinio; pero nunca como en el día de su fiesta debe inclinarse la Virgen en favor de sus protegidos. Hoy, pues, podemos esperar mire a México con ojos de particular benevolencia, y aleje las nubes, disipe las tinieblas que cubren tanta parte del país de su valiosa protección.

 

Inefable consuelo, unión de almas entre Roma y México que reitera el Papa al decir de nuevo en diciembre de 1919: “Sí, la Virgen de Guadalupe es la protectora del Pontífice”.

 

La entronización en 1918

 

La propuso para su arquidiócesis el Señor Arzobispo de Guadalajara, doctor don Francisco Orozco y Jiménez.

 

La entronización de Nuestra Señora de Guadalupe –decía en mayo de 1918– es el reconocimiento de sus maternales favores y de su soberanía, a cuyas plantas ahora debemos acudir pidiendo perdón, gracias y auxilios para ser dignos hijos suyos. Por lo tanto, ordenamos que en nuestra Santa Iglesia Metropolitana y en todos los templos que tengan capellán se entronice solemnemente el 26 de mayo la Venerable Imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, cantándose al final el himno guadalupano. A la vez, deseamos que en seguida esta devoción se difunda y propague en las casas particulares, y se lleve a cabo por todas las familias cristianas. Bendecimos, alabamos y recomendamos esta hermosísima práctica, y concederemos para toda esta Provincia Eclesiástica, a los fieles que la lleven a cabo, indulgencia de cien días.

 

            El episcopado la ha seguido extendiendo por todo México.

            Patrona nuestra la hemos solemnemente jurado, Reina de México la hemos coronado, un sagrario tiene en cada corazón mexicano, ¿no debemos ofrecerle un trono en cada hogar? Que Santa María de Guadalupe, que el Corazón Sagrado de Jesús reinen públicamente sobre México; vivir siempre la consagración que hemos hecho, he aquí un nobilísimo ideal.

 

El porvenir

 

Y para este ideal y esperanza de restauración cristiana, ¿contamos acaso con medio más eficaz que la arraigada, general, creciente devoción de Nuestra Señora de Guadalupe? ¿La hemos aprovechado? Socialmente, no.

 

 De la santa montaña en la cumbre

irradió como un astro María,

ahuyentando con plácida lumbre

las tinieblas de la idolatría.

 

            Pasaron los sacrificios humanos, pero otro paganismo nos invade, y nuestras campiñas con sangre se riegan, sobre sangre se estampa nuestro pie… Al ver subir la fatídica pirámide de cadáveres, contar los 500 000 cráneos de nuestras luchas fratricidas, cuán lejos nos sentimos de los designios amorosos de la Madre del Dios verdadero: traernos la fe, incorporarnos a la Iglesia de Jesucristo, elevar a los aborígenes a las alturas de la civilización cristiana. Tal fue su grandioso programa, la alianza eterna del 12 de diciembre de 1531.

 

Jubileo de la coronación

 

Como recuerdo perdurable fundó el Ilustrísimo Señor Arzobispo doctor don José Mora y del Río la Academia Mexicana de Nuestra Señora de Guadalupe. “Es una corporación de carácter científico-religioso que tiene por fin primordial la investigación histórica relacionada con la veneración de Nuestra Señora de Guadalupe, desde su maravillosa aparición hasta nuestros días”. Se inauguró el mismo día del vigésimo quinto aniversario, con la recepción ante la celestial Imagen de los primeros académicos.

            Las solemnidades no acostumbradas que presenciamos nos traerán a la memoria aquel día, glorioso entre los mayores de México. Ninguna ocasión mejor para que las generaciones presentes renovemos el propósito de que el pueblo de Santa María de Guadalupe será siempre el pueblo de Dios. Dígnese Ella irradiar, con sus miradas suavísimas, unión, paz, indefinible alegría y esperanza del Cielo, que en este caos apaguen los rencores de sus hijos y reconcilien hermanos con hermanos. Y al confiarnos a su inagotable misericordia, juremos ante el mundo: hay dos corazones que nacieron para estar eternamente unidos, el corazón del pueblo mexicano y el Corazón de su Salvador, en el Corazón maternal de la Inmaculada Virgen del Tepeyac.

           

Atentados contra nuestra señora de Guadalupe

 

•          1921. 1º de mayo. Profanan los socialistas, atravesándola a puñaladas, una imagen de la Santísima Virgen de Guadalupe en la catedral de Morelia. En la gran manifestación de desagravio y protesta organizada el 12 de mayo por los católicos, el joven Rómulo González Reyes cae muerto de un balazo y varios jóvenes de la ACJM quedan heridos alevosamente por los socialistas.

•          14 de noviembre. Atentado de la bomba. Manos criminales colocaron un cartucho de dinamita a los pies de la Santa Imagen original. La espantosa explosión, oída hasta México, casi pulverizó las planchas de mármol en el lugar donde se colocó la bomba, causó muchos desperfectos en el altar y en la Basílica, y dobló en arco el crucifijo de bronce del altar. La Sagrada Imagen quedó “ilesa” contra las amenazas y las furias del averno. “La noticia circuló con rapidez vertiginosa por toda la República y por el mundo entero”. No son para descritos el dolor y la indignación profunda que produjo el atentado. Imponentes e incontenibles manifestaciones se organizaron durante muchos días como protesta en todo México, con la espontánea intervención de todas las clases sociales. “Y quede consignado”, escribieron los obispos, “que la generación actual ha sido testigo de un nuevo portento, el que consiste en que el precioso y sagrado tesoro de la Imagen Guadalupana se hubiese librado de una destrucción violenta y segura”. “Quinta aparición” la llamó el Ilustrísimo Señor Obispo de León. ¡Oh! que la “quinta aparición” inicie la Nueva Era de la devoción a la Inmaculada del Tepeyac; del amor esforzado que en la era de las persecuciones a la religión irradia por el mndo, con la púrpura de sus martirios, como heraldo de Cristo Rey y de la Santísima Virgen María de Guadalupe.

 

Congreso Eucarístico Nacional

 

            1923. 20 de mayo. El Episcopado, en pastoral colectiva, decreta “la celebración del Primer Congreso Eucarístico Nacional, que ha de realizarse bajo el amparo y singular protección de la Augusta Patrona y Madre amantísima de México, Santa María de Guadalupe”.

            1924. 4 de octubre. Peregrinación de los niños mexicanos del Distrito Federal a la Nacional Basílica de Guadalupe, para implorar de la Virgen Santísima el éxito del Congreso.

            Conmovedor y triunfal desfile de ciento cincuenta mil niños, desde la Catedral Metropolitana hasta la Nacional Basílica. Su entusiasmo desbordante y comunicativo, su angelical piedad, sus cantos predilectos del Himno guadalupano y del Eucarístico y sus incontenibles vivas a Cristo Rey y a Nuestra Señora de Guadalupe fueron la mejor preparación para el Congreso.

            12 de octubre. La misa del Papa. Allá en la santa colina del Vaticano, ante una imagen de nuestra Reina y Señora Santa María de Guadalupe, enviada desde aquí expresamente para tal acto, el Soberano Pontífice Pío XI, a las siete de la mañana, celebró el Santo Sacrificio de la Misa, aplicándolo por la nación mexicana. Con él se unió todo México: millares de sacerdotes celebrando a la una de la mañana con igual intención, elevando con la Hostia Santa en millares de templos las aspiraciones de millones de católicos, estrechando el Papa y los sacerdotes con el corazón de la Patria, el corazón de Jesucristo. Alianza que debía significarse de la manera más feliz y esplendorosa ante las miradas de nuestra amantísima Madre, precisamente por la Peregrinación Nacional al Tepeyac. Este último acto oficial del Congreso fue la Misa Pontifical que se celebró en la Nacional Basílica ante los congresistas, colonias extranjeras y de los estados que representaban a todo México.

 

Coronaciones célebres

 

La Guadalupana de monseñor Federico Gambarelli

 

Este señor, tenor de profesión, en una gira artística por nuestra República, la llevó de México al regresar a Italia en 1890. Por los extraordinarios favores que de la Santa Imagen recibió, agradecido, se propuso extender su devoción. La condujo al pueblito de Albino, le construyó un santuario y sacrificó riquezas, porvenir y todo, consagrándole su vida en el sacerdocio. Obtuvo del Cabildo Vaticano la coronación de su amadísima Guadalupana, que el Ilustrísimo Obispo de Bérgamo, don Luigi Maria Marelli, verificó el 3 de octubre de 1915. No contento aún, la condujo a Roma, la presentó a Su Santidad Benedicto XV, y logró que el 7 de marzo de 1919 el Papa, emocionado, con sus propias manos impusiera sobre la frente de Santa María de Guadalupe la rica corona que le presentaba su hijo devotísimo Monseñor Federico Gambarelli.

 

Coronada en Roma

 

Es ésta la maravillosa Imagen que los misioneros jesuitas desterrados de México colocaron en 1773 en la iglesia de San Nicolás in Carcere de Roma, y en julio de 1796 hasta diecisiete veces abrió los ojos ante numeroso pueblo romano. El milagro está aprobado con proceso canónico.

            Inició esta coronación la Academia Mexicana de Santa María de Guadalupe el 21 de agosto de 1922. La solicitud, aprobada por el Señor Arzobispo de México el 21 de septiembre, y recomendada a 16 de octubre por el Excelentísimo Señor Delegado, proponía la coronación a nombre del Episcopado, clero y pueblo mexicanos como un desagravio por el atentado de 1921 contra la Santa Imagen original y como un recuerdo del milagro de 1796. Con unánime aplauso admitió tal honor el Cabildo de San Nicola in Carcere.

            Se organizó luego una suscripción nacional para la corona y los gastos.

            Llevó la representación de México la primera Peregrinación Internacional Guadalupana a la coronación. Para mayor esplendor verificóse ésta el 25 de enero de 1925, entre las primeras solemnidades del programa con que comenzó el Año Santo.

            Su Santidad Pío xi bendijo la corona, que impuso a la Guadalupana el Cardenal Merry del Val, en presencia de un pueblo inmenso. El desbordante júbilo del acto se comunicó a la Eterna Ciudad por la procesión pública, con los himnos y aclamaciones a nuestra augusta Reina del Tepeyac y a México.

 

Coronada en Santa Fe (argentina)

 

Una estampa de papel, un austero y ferviente devoto, don Javier de la Rosa, una humilde capilla empezada en 1779, son el origen de la devoción a Nuestra Señora de Guadalupe en Santa Fe, Argentina. ¡Cuánta pobreza y vicisitudes en los principios! “Ese pequeño templo levantado en la soledad fue un trono de gracias y favores y como un baluarte inexpugnable, un seguro asilo contra las hordas destructoras de indios que amenazaban diariamente a Santa Fe con la devastación y la ruina”. Pues, según sus promesas, como en los riscos del árido Tepeyac, así en la pampa argentina:

 

Eterna fuente de piedades mana

donde sus plantas asentó María.

 

Así lo entendió el elegido providencial de María, el primer Obispo de Santa Fe, monseñor Juan A. Boneo, uno de los devotos más insignes de la Inmaculada del Tepeyac. En Guadalupe puso su corazón. De pronto, “a esta devoción acude toda la tierra”, y brilla María entre los seculares resplandores de su arcoiris del Tepeyac.

El prelado, apenas consagrado, logra que en 1899 “el clero y todo el pueblo de la diócesis de Santa Fe tenga, honre y venere como Titular a la Virgen María de Guadalupe. Ella su Patrona principal, su Santuario, el alcázar de sus bendiciones y misericordias. Desde entonces empiezan y crecen sin cesar las peregrinaciones anuales. Pone el incansable Obispo en 1904 la primera piedra del nuevo magnífico Santuario, que concluye en 1910.

Ahí detiene, con la protección de María y la viril protesta de más de doce mil peregrinos, a los impíos reformistas de 1921. Funda en Guadalupe su amado Seminario de ciento cincuenta aspirantes al sacerdocio. Le concede Su Santidad Pío xi, en 1924, que en su nombre sea consagrado el Santuario. Y cuando contempla que su diócesis, la Villa de Guadalupe, su Seminario, su clero, su Santuario, su propio corazón, todo gira alrededor de su amadísima Madre, todavía anhela presentarle, con la aureola de su apostólica vida y de su venerable ancianidad, la corona de oro y piedras preciosas de la coronación canónica.

            Obtiene tal gracia desde 1924, y durante cuatro años prepara con increíble esmero a toda su diócesis. Conquista la simpatía y entusiasta cooperación de la Argentina y de México, uniendo a las dos naciones en un homenaje del más puro catolicismo y fervor guadalupano.

            De México parte la segunda Peregrinación Internacional con la histórica bandera guadalupana. Llega el momento suspirado.

            El 21 de abril la ciudad de Santa Fe recibe engalanada a los peregrinos mexicanos y argentinos. El 22 de abril de 1928, a las 9, solemne Pontifical al aire libre, oficiando el Nuncio Apostólico; el coro fue de mil voces. Acto continuo, solemne coronación de la Santísima Virgen de Guadalupe, Patrona y Reina de Santa Fe, por el Excelentísimo Señor Nuncio Apostólico, Monseñor Felipe Cortesi, en nombre del Papa, oblación de Monseñor

Boneo y de su pueblo, con asistencia del Excelentísimo Metropolitano de Buenos Aires, de los Prelados de la República, autoridades eclesiásticas, civiles y militares de la provincia, delegaciones especiales de toda la Argentina, peregrinaciones mexicanas y de todos los pueblos de la diócesis. Predica el Excelentísimo Nuncio Apostólico. Las fuerzas militares hacen guardia de honor y las salvas de costumbre.

            México, entre tanto, se une de corazón por las plegarias que brotan de innumerables almas y por la peregrinación que condujo a la Nacional Basílica a más de cuarenta mil personas.           

 

iv centenario de las apariciones

 

A ese feliz día, 12 de diciembre de 1931, nos acercamos con gozo. Muchos proyectos acaricia el corazón para prepararnos. Mas la preparación providencial empezó hace tiempo. Desde 1910, la fe traída y arraigada por Santa María de Guadalupe hace cuatro siglos se prueba y afirma en el crisol de crecientes tribulaciones, las mayores de nuestra historia. ¿Qué tiene de extraño que para conservar esa misma religión, y obtener fortaleza y consuelo acudiéramos a la que es siempre vida, dulzura y esperanza del pueblo mexicano?

            Entre muchísimas oraciones privadas y públicas debe consignarse la Cruzada Nacional Guadalupana del Rosario. Empezó el 12 de diciembre de 1926, por iniciativa de la Academia Guadalupana y con aprobación del Comité Episcopal. El fin propuesto fue alcanzar el auxilio del Cielo en las tribulaciones y la libertad de la Iglesia, por mediación de Nuestra Señora de Guadalupe. A pesar de increíbles peligros y presiones se propagó la Cruzada por casi todo México, y hasta junio de 1929 había reunidos en el Álbum del Papa más de quince millones de rosarios.

            El Excelentísimo Señor Delegado Apostólico quiere que continúe la Cruzada con el mismo fin “hasta obtener la completa libertad del catolicismo” y con la misma organización: Comité Central en México, comités diocesanos y comités parroquiales para la propaganda guadalupana del Rosario y para recoger el número de socios y de rosarios.

 

Primera proclamación de Cristo Rey

 

31 de octubre de 1926.- La grandeza del acto superó a cuanto podría decirse. Conste que toda la Capital, como entonces la verificó y presenció con delirante entusiasmo, así ahora la recuerda emocionada.           Desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche duró aquel homenaje de doscientas mil personas circulando en columna, tan apretada a veces que levantaba en peso y empujaba como oleada inmensa a los peregrinos. Nadie se detenía sino para clavar la mirada en la Tilma Santa, interpelando con gemidos inenarrables al Corazón de la Madre del alma. ¡Qué actitudes y rostros de incomprensible dolor! Cantos y lágrimas ardientes, clamorosos vivas a Cristo Rey y a María Santísima de Guadalupe semejaban el choque de inmensas oleadas o la explosión del volcán. Como si estuviera en ignición, el corazón de la Patria estallaba en el Tepeyac ¡Sólo su Cristo, sólo su Madre podían comprender su quebranto y responder a sus aspiraciones infinitas!

            Parecidos fueron las manifestaciones y el fervor en las siguientes peregrinaciones del mes de diciembre de 1926 y en las otras solemnidades durante los años de 1927 y 1928. Al Tepeyac, “centro de unión y áncora de esperanza”, acudían las miradas y los corazones de todos en una rogativa perpetua de duelo y de penitencia.

            También el mundo católico nos hizo sentir que sin intermisión oraba por la Iglesia de México. El Sumo Pontífice ha exhortado varias veces a iniciar y proseguir estas oraciones mientras dure la despiadada persecución. ¿Cuáles han sido los frutos de la universal plegaria? La unión con el Papa, la firmeza en la fe, la fortaleza en los martirios, la gloria dada a Dios, el ejemplo al mundo han sido tales que la encíclica del sumo Pontífice de 18 de noviembre de 1926 nos colma de elogios, diciendo:

 

Hijos tan nobles y generosos, prontos por la santa libertad de la fe […] han dado tan ejemplar espectáculo que merecieron con todo derecho que Nos los propusiéramos como ejemplo ante los ojos del mundo católico […] Nos presentamos ante el mundo católico entero y proclamamos estos ejemplos de extraordinaria virtud que Nos han servido de sumo consuelo, y los alabamos porque son dignos de ello.4 ¡Oh, espectáculo hermosísimo dado al mundo, a los ángeles y a los hombres! ¡Hechos dignos de eterna alabanza! […] Sólo Nos resta, venerables hermanos, implorar y suplicar a Nuestra Señora Santa María de Guadalupe, celestial Patrona de la Nación mexicana, que, perdonadas las injurias contra ella misma cometidas, alcance con su intercesión a su pueblo las bendiciones de la paz y la concordia; y que si por secretos juicios de Dios aún está lejano este deseado día, que llene de toda clase de consuelos los pechos de los fieles mexicanos y los conforte para seguir luchando por la libertad de profesar su religión.

Hace cuatro siglos que escuchó el pueblo mexicano: “Hijo mío, a quien amo tiernamente como a pequeñito y delicado: Yo soy la Madre del Dios verdadero, como Madre piadosa tuya mostraré mi clemencia amorosa… ¿No estoy aquí yo que soy tu madre?”

¡Sí! ¡Verdaderamente la Madre de Dios es la Madre del pueblo mexicano!

¡Y ante esta Madre Santa las naciones con gloria un pueblo mártir saludaron!

“Seguir luchando por la libertad de profesar su religión”: he aquí el fruto del apostolado de María en México; la contestación al divinal mensaje es “el plebiscito de la sangre”.

La secular devoción de México a su Reina, probada por la historia, la tradición, las festividades, los templos, las peregrinaciones, los libros, la poesías, las artes, las congregaciones, las leyes, las instituciones… el no interrumpido homenaje de todos los pueblos y clases sociales, el patronato, las coronaciones, se prueban mejor por el amor que ofrenda sangre de mártires generosos. Es esa corona de mártires la corona del Cuarto Centenario que México ofrece a su Reina, Ella la presenta al Rey de Reyes. De la realeza de Cristo es heraldo, ante los pueblos católicos del orbe, la nación elegida, evangelizada, acariciada por la Inmaculada del Tepeyac:

Et palmae in manibus eorum,5

Gloria Christi…

Sanguis martyrum semen…6

et laudes eorum nuntiet Ecclesia.7

Pius, Papa xi

 

¡VIVA SANTA MARÍA DE GUADALUPE!

¡VIVA CRISTO REY!

 



1 Religioso de la Compañía de Jesús, cercano colaborador del arzobispo de México José Mora y del Río, a favor del catolicismo social al lado de otros jesuitas como Alfredo Méndez Medina, Carlos María Heredia y Arnulfo Castro. En vísperas de la suspensión del culto público en México (1926) fundó en el templo de Santa Brígida en esa ciudad la Organización Social Católica para Obreras.

2 L.G. Villanueva, S.J., iv Centenario Guadalupano, 1531-1931. La Inmaculada del Tepeyac, celestial patrona de la América Latina. Compendio histórico por el P..., México, Antigua Imprenta de Murguía, 1931, pp. 18-42.

3 Hay una traducción de Monseñor Pedro Loza, que dice: “En admirable Imagen/¡Oh, santa Madre nuestra!/El pueblo mexicano/gozoso te venera,/y tu gran patrocinio/con gozo y gratitud experimenta./Feliz y floreciente/por ti así permanezca,/y mediante el auxilio/que benigna le prestas,/la fe de Jesucristo/inmutable conserve con firmeza”. Citado en la Historia de la aparición de la Sma. Virgen María de Guadalupe de México, desde el año MDXXXI al de MDCCCXCV, por un padre de la Compañía de Jesús, México, Tip. y Lit. La Europea de J. Aguilar Vera y Cía, 1897, t. II, cap. XX, p. 408. N. del E.

4 Ap. 3, 4.

5 Ap. 7, 9.

6 Tertuliano, Apologeticus pro Christianis, L. 13.

7 Eclo. 44, 15.



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