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El mártir de Tototlán

Anónimo1

El bárbaro y crudelísimo tormento al que fue sometido san Sabás Reyes Salazar por los soldados del ejército federal, se divulgó pronto en Europa, dándole a la presidencia de Plutarco Elías Calles un tinte cavernario su enérgico empeño por desarraigar la fe católica del pueblo de México

El precio de la victoria

¡Con qué gallarda muestra de heroísmo cristiano en medio de los más crueles e inauditos suplicios desmiente el clero mejicano a la faz del mundo las calumnias que contra él han esparcido los enemigos de la Iglesia! Raza de héroes y mártires podemos apellidar con toda verdad y justicia a los sacerdotes mejicanos; porque han tenido el valor y la osadía santa de los primeros confesores de la fe prefiriendo la muerte a la apostasía.

Entre todos estos modernos campeones de la causa católica sobresale de un modo particular el padre Sabás Reyes, vicario de un pequeño pueblecito del Estado de Jalisco, por la invicta constancia con que supo sufrir los prolongados e inhumanos tormentos a que se le sujetó durante tres días seguidos. Cansados ya los sayones de tan largo suplicio sin conseguir doblegar el ánimo esforzado del ministro del Señor, al tercer día le matan con crueldad neroniana.

En busca de las víctimas

Se presentan de improviso en Tototlán las tropas del gobierno. Su primera diligencia aquí, como en otras partes, es buscar a los sacerdotes; sujetan a una sirvienta del padre Reyes a tormento colgándola varias veces, a fin de obligarla a declarar la casa donde se halla éste; ella se niega a hacer tal delación, hasta que al fin, falta ya de fuerzas, declara dónde se hospeda el sacerdote. Corren tumultuosamente al lugar indicado; aprehenden al vicario y, en medio de ultrajes y golpes, le conducen a la plaza pública. El general exige al prisionero que descubra el lugar de refugio del párroco. “Lo ignoro, y aun cuando lo supiera no lo declararía”, responde con entereza el mártir.2

Los hijos de nerón

Al ver el militar el ánimo resuelto del sacerdote, determina doblegarlo a fuerza de tormentos. La soldadesca impía empieza por destrozarle la ropa; le arrastran después hacia el pórtico de la Iglesia, a una de cuyas columnas le atan, en tal forma, que los pies no tengan apoyo en el suelo, para que la posición en suspenso sea más violenta y resultasen más dolorosas las ligaduras. Entonces, entre amenazas y blasfemias, vuelven a preguntarle: - ¿Dónde está el cura Vizcarra?

-No lo sé, y aunque lo supiera no lo diría, respondió de nuevo con igual entereza.

Esta pregunta y esta respuesta se repiten varias veces, sin que el ánimo del mártir ceda a la instancia y crueldad del interrogatorio.

El general con su espada y los soldados con sus bayonetas, empiezan a herir por todas partes aquel cuerpo inmóvil y sin fuerzas. A estos nuevos ultrajes, el padre responde que jamás declarará lo que se le pregunta, aunque sea necesario para salvar su vida; y que si le hieren por odio a Cristo y porque es sacerdote, gustosamente padece aquel tormento por quien ha padecido y muerto por los hombres.

Tres días y tres noches pasó el mártir atado dolorosamente a la columna; expuesto durante la noche al frío y durante el día a los ardientes rayos del sol. Tres días y tres noches sin comer ni beber; porque no se permitía a nadie acercarse a él para aliviar de algún modo sus penas y dolores.

Varias veces al día, durante ese tiempo, el general se presenta de nuevo para renovar el mismo interrogatorio y las heridas al mártir, sin que éste dé la menor señal de debilidad en el tormento.

La espada y las bayonetas abren de continuo nuevas heridas o renuevan las ya abiertas. Cansados ya los verdugos de la constancia del padre Reyes, inventaron un nuevo tormento, esperando así rendir a aquel esforzado campeón de Cristo.

Le desuellan primero las plantas de los pies y luego se los rocían de gasolina y prenden fuego; cuando ésta deja de arder, prenden la que forma charco al pie de la columna, y las llamas continúan cebándose en la carne viva y llagada de aquellos pies destrozados.

El vencedor

Concluido este tormento y persuadidos de la imposibilidad de doblegar aquel ánimo invicto, sueltan las ligaduras que por tres días habían sujetado y martirizado el cuerpo del sacerdote, que, extenuado por la fatiga, el hambre y la falta de sangre, cae al suelo. Los verdugos le obligan a levantarse por sí mismo y a caminar hacia el patíbulo; y aquel incansable luchador de Cristo hace el último esfuerzo y con la entereza con que ha soportado las torturas del potro, camina sereno con los pies desollados y quemados. Aquellas plantas benditas van santificando el suelo en que se posan y dejando regueros de sangre que se convertirán bien pronto en campo fértil de nuevos y esforzados defensores de Cristo.

Llega al lugar destinado para el sacrificio, y allí se renuevan las blasfemias, las amenazas y los tormentos, hasta que sucumbe el 14 de abril de 1927 en manos de sus verdugos aquella víctima preciosa.

Silencio criminal

Los cristianos moradores de Tototlán recogen los venerados despojos del mártir para guardarlos como sagrada reliquia y glorioso trofeo arrancado a los enemigos de Cristo después de cruel y prolongado combate.

Si el martirio del padre Sabás Reyes constituye una gloria imperecedera para la Iglesia católica, madre fecunda de héroes, es también una infamia para nuestro siglo, que no sólo contempla indiferente tales actos de barbarie, sino que defiende al tirano o se empeña en ocultar la verdad de los hechos.

Diremos con el actual pontífice, único que ha tenido el valor de defender a las víctimas, que “son crímenes sin nombre y hechos salvajes”.

Un católico, por amor a la Iglesia, por amor a la libertad humana, no puede, no debe permanecer por más tiempo callado ante tales crímenes. ¡Católicos!: ¿Qué habéis hecho por Méjico? ¿Será posible que esos sacerdotes tan cruelmente martirizados no conmuevan los ánimos de los hombres libres? Es necesario correr en defensa de las víctimas, aunque, para ello, tengamos nosotros que pagar su libertad con el precio de la sangre.



1Cf. Hojitas, núm. 16, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas” es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013.

2Le llamamos mártir, sin intención de prevenir el juicio de la Iglesia.



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