Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

COLABORACIONES

¿Por qué desistió Calles de impulsar una iglesia católica mexicana?

Una posible respuesta en una carta a Calles de Álvaro Obregón

Juan González Morfín1

Una de las muchas estrategias implementadas por el Presidente Plutarco Elías Calles para descatolizar al pueblo de México consistió en azuzar un movimiento cismático, valiéndose de un poderoso gremio en ese tiempo a las órdenes del gobierno. Entre los motivos para que no prosperara el intento, se ofrece ahora un interesante análisis

1.Un principio tormentoso

El día 22 de febrero de 1925, grandes titulares en la prensa nacional daban cuenta de un hecho hasta ese momento inédito: “Fue asaltado ayer el templo de la Soledad de la ciudad de México”, “Pretendió apoderarse de él un grupo de cismáticos que reconocen como Patriarca al Pbro. Joaquín Pérez”, “Iban encabezados por un cura español y por un diputado”, “Los católicos pretendieron linchar a los asaltantes”, “Intervienen las tropas federales”.2 Efectivamente, el día anterior un grupo de militantes de la Confederación Regional Obrera de México (CROM) se habían apoderado por la fuerza de una iglesia concreta, la de Nuestra Señora de la Soledad, que habían elegido como sede de su recién fundada “Iglesia Católica Apostólica Mexicana” (ICAM).

Los días sucesivos se registraron varios enfrentamientos entre los elementos de la CROM y los feligreses del templo que, a pesar de la intervención de los soldados, pretendían retomarlo para el culto normal. Así, por ejemplo, el día 24 se destacaba a grandes columnas: “Sangrientas escenas en las calles de la capital”, “Los católicos pretendieron por dos veces durante el día de ayer recuperar por la fuerza el templo de la Soledad”, “Por su parte, los sismáticos [sic] intentaron ocupar el de San Pablo, sin haber logrado conseguirlo”.3

La osadía de los seguidores del Patriarca Pérez rebasó los límites que se podía haber esperado el día 25, cuando intentaron, como antes lo habían hecho con la Soledad, apoderarse ahora de la Basílica de Guadalupe. Al día siguiente, la prensa informaba: “Los cismáticos intentaron apoderarse de la Villa de Guadalupe. Numerosos jóvenes católicos, indígenas y gente del pueblo, fueron a la Villa a impedirlo. Interviene la policía”.4

Pero, ¿qué era eso de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana? Apenas unos días antes del asalto a la Soledad, una buena parte del clero católico había recibido un Manifiesto, firmado por el “patriarca Pérez”, que contenía una invitación a unirse a la nueva iglesia, al mismo tiempo que explicaba el motivo de su nacimiento, argumentando motivos teológicos y, más que nada, nacionalistas:

Todo buen sacerdote ilustrado en las Santas Escrituras sabe a fondo por las legítimas enseñanzas de San Pablo que, en los primeros siglos del cristianismo, se fundaron iglesias nacionales fuera de Jerusalén (…) Precisamente fundados en esa práctica y costumbre primitiva de la Iglesia y haciendo uso de un derecho legítimo, con apoyo de las Santas Escrituras fundamos la Iglesia Católica Apostólica Mexicana únicamente sacerdotes de la Iglesia romana, sin que en este movimiento se hayan mezclado sectarios protestantes de ningún género.

En el Manifiesto se menciona el “hermoso ideal de independencia del Vaticano” y se prevé la expulsión de los sacerdotes extranjeros, que “ocupan los mejores templos y curatos de la República”,5 para que, en su lugar, esos puestos sean ocupados por quienes se unan al cisma. Terminaba diciendo:

Os hacemos un llamamiento cristiano apelando a vuestros sentimientos de honradez sacerdotal y de patriotismo, a fin de que laboréis en una causa tan justa y digna de vuestra santa misión, pues de estar resueltos a venir a nuestro lado podéis estar seguros de la posición honrosa que tendréis y de las garantías indispensables que os serán otorgadas para vuestra seguridad.6

Como se puede observar, no se trataba de un problema de dogmas o de enseñanzas, pues se ofrecía continuar con las mismas prácticas, sin mezclarse con ningún tipo de protestantes, pero sin obedecer a Roma, por más que únicamente serían admitidos como ministros de culto quienes en ese momento fueran sacerdotes de la “Iglesia romana”. Se trataba, pues, de hacer nacer una “iglesia nacional”, desligada del Papa, bajo las órdenes –y ésta era la primera inconsistencia– de un sacerdote completamente desconocido que, por otro lado, tendría como vicario general –segunda inconsistencia– a un sacerdote español, siendo que en el Manifiesto se ofrecía, entre otras cosas, expulsar a los sacerdotes extranjeros, para que fueran mexicanos quienes ocuparan las mejores parroquias.

En resumen, se invitaba al clero católico romano a unirse a una nueva iglesia católica nacional, desligada de Roma, a cambio de “garantías de seguridad”, otorgadas por el gobierno, y de usufructuar las parroquias más pingües con el solo hecho de cambiarse de bando.

Al parecer, a los sacerdotes obedientes al Vaticano ninguna de estas ofertas les resultó lo suficientemente atractiva, pues, en la efímera vida de la ICAM, apenas pasaron de una docena los a ella afiliados.7

2.    Primeros reveses

Los seguidores de Pérez se hicieron llamar Caballeros de la Orden de Guadalupe y, cuando incluso todavía no terminaban de adueñarse de la Soledad, se dieron a la tarea de invitar a través de volantes y carteles a una primera ceremonia solemne en su recién adquirido templo, para el domingo 22 de febrero, apenas unas horas después del zafarrancho que les había permitido apoderarse del inmueble.

Ese día, desde temprana hora, la Soledad comenzó a abarrotarse de personas, en buena parte mujeres, aunque también mucha gente sencilla y no pocos jóvenes. Los iniciadores del cisma veían con sorpresa la nutrida respuesta que estaban teniendo. De esa forma,

a la hora fijada y cuando el templo estaba lleno a reventar, hizo su aparición Manuel Luis Monge vistiendo los ornamentos sacerdotales. Se detuvo a la mitad del altar, se puso frente a sus fieles y extendió la mano para bendecirlos. En forma inesperada, una mujer que se hallaba arrodillada a poca distancia brincó un barandal y le cruzó el rostro con una bofetada. El cura reaccionó y le detuvo la mano a la agresora, pero la mujer, enfurecida, le lanzó fuertes mordiscos. En forma inmediata, otros fieles se lanzaron contra Monge rompiéndole un cirio de cera en la cabeza y rasgándole las vestiduras (…) El comisario de la Segunda Demarcación de policía hizo acto de presencia y, pasados algunos minutos, les sugirió a los sacerdotes José Joaquín Pérez y Manuel Luis Monge que se quitaran las ropas sacerdotales y se pusieran otras de civil para poder sacarlos y evitar su linchamiento. A continuación, los condujo por una puerta lateral del templo, los subió a un camión policiaco y se los llevó a las oficinas de la policía. Pasado el tiempo, y cuando las autoridades consideraron que sus vidas ya no corrían peligro, los sacerdotes fueron dejados en libertad, saliendo a la calle con rumbo desconocido.8

A raíz de este acontecimiento, cuando apenas nacía la iglesia cismática de la que él ostentaba el título de vicario general, el sacerdote Manuel L. Monge habría de renegar. Así, en los diarios nacionales se leía:

México, marzo 2. –El presbítero español Manuel Monge, secretario del movimiento cismático iniciado en esta capital por el presbítero Joaquín Pérez, que tanta alarma despertó entre los católicos de todo el país, se retractó hoy de su separación de la Iglesia católica apostólica romana, habiendo pedido, desde luego, perdón al señor arzobispo de esta arquidiócesis y a su santidad el Papa. Las gestiones para obtener de su santidad el perdón fueron hechas por los Caballeros de San Luis, institución en la que predomina el elemento ibero.

El presbítero Monge se encuentra escondido, temiendo represalias de los cismáticos; ahora sólo espera la primera oportunidad para abandonar el país.9

El segundo gran revés de la naciente iglesia procedió curiosamente de las autoridades que la habían venido apoyando, pues, a causa de la presión popular que no había decaído con el pasar de los días, con vistas a mitigar el conflicto, el presidente Calles ordenó el 13 de marzo que la sede arrebatada a los católicos por las huestes del patriarca Pérez fuera cerrada al culto y entregada a la Secretaría de Educación Pública para que le diera el uso que quisiera. Y, aunque a principios de mayo se dotó a la ICAM con el templo de Corpus Christi, en ese momento cerrado al culto por el gobierno de Calles, no dejó de constituir esto un primer indicio de pérdida de confianza en los alcances que podría tener la aventura emprendida por el patriarca para sustituir en México la Iglesia católica del rito romano por otra de rito nacional.

3.    Discrepancias de Obregón respecto de la ICAM

En el momento del zafarrancho del 21 de febrero, el Secretario de Gobernación del gobierno de Calles, Gilberto Valenzuela, se encontraba en el teatro Hidalgo, en un homenaje a Madero y Pino Suárez por el aniversario de su muerte. Al salir del acto, completamente desprevenido, tuvo que contestar preguntas a los periodistas y su postura fue de rechazo tajante al asalto que había sufrido el templo de la Soledad por los cismáticos: “Conforme a la ley –afirmó–, el gobierno tiene la obligación de dar garantías, y en este caso se las dará a los católicos, siempre que estén dentro de la ley”.10

Dos días después, el general Calles directamente giró órdenes al inspector general de policía, Pedro J. Almada, para que brindara garantías a los cismáticos.11 Y, a pesar de lo que había afirmado el 21 de febrero a favor de los católicos, seis días después Gilberto Valenzuela haría declaraciones que, aun siendo ambiguas, parecían darle razón a los cismáticos, que “predicando su doctrina nueva de caridad y religión nacional atacan al clero que depende del Vaticano”, mientras que éste, “proclamando la fe trata de seguir una formal campaña en contra de los cismáticos”. Por la tanto, “lo más prudente en este asunto es serenar la contienda, dejando que el tiempo se encargue de dar la razón a quien la tenga”.12

Justamente entre estas declaraciones y la posterior entrega del templo de Corpus Christi a los seguidores del patriarca Pérez por parte del gobierno de Calles, el general Álvaro Obregón escribió al presidente esta interesante carta:

Mi querido amigo:

Cuando la prensa dio cuenta de las primeras manifestaciones del movimiento cismático iniciado en el templo de la Soledad, no le di importancia a este incidente ni creí que pudiera tenerla, pero con los incidentes posteriores que se han venido produciendo alrededor de este cisma, he reparado un poco mi atención y después de estudiar los aspectos que abarca, he llegado a suponer que reviste alguna trascendencia política este asunto y he querido, haciendo honor a la sinceridad que mutuamente nos debemos, presentarte mis puntos de vista sin más deseo que hacerte conocer mi opinión, ya que tienes la tarea, bien difícil aunque muy honrosa, de salvaguardar el prestigio del partido Liberal que con singular unanimidad depositó en ti su confianza.

Te saludo con el cariño de siempre repitiéndome a tus órdenes tu amigo que te quiere,

A. Obregón [rúbrica13

La carta, serena y hasta cariñosa, era como la introducción a una serie de cuestionamientos más serios sobre los eventos citados. Para el caudillo resultaba más que evidente que las cosas no se habían pensado lo suficiente y quería ayudar a reflexionar a quien sin duda las había avalado, pues era impensable que los sucesos recientes no hubieran estado autorizados, si no es que inclusive auspiciados, por el general Calles, aun habiendo estado ocultos, al menos por lo que se alcanza a ver, a su Secretario de Gobernación, puesto que en un primer momento había condenado la acción de los cismáticos.

La preocupación del general Obregón era múltiple, según demuestra en las casi tres páginas con sus “puntos de vista”: “El movimiento cismático, en la forma y términos en que se ha iniciado, constituye un ensayo peligroso cuyas consecuencias no son fácilmente abarcables”.14 Le preocupaba, en primer lugar, que a simple vista, lo que había ocurrido en la Soledad había sido un grotesco despojo perpetrado por un grupo de sacerdotes sin respaldo popular, apoyados por un organismo fingido –la Orden de los Caballeros de Guadalupe– que, en realidad, eran seudocatólicos para nada convencidos de la causa “religiosa” que defendían. Por lo que “será pues necesario improvisar un partido seudocatólico de tal manera numeroso que pueda impresionar a la opinión pública”.15

Y eso era apenas el inicio de los problemas. Una vez organizado el partido “seudocatólico”, ¿quién lo dirigiría?, pues en los partidos católicos la dirección había recaído, a final de cuentas, en el alto clero y, en esa nueva criatura, las cosas no podrían ser muy diferentes, por más que se contara con sacerdotes cismáticos y afines al programa nacionalista del gobierno. Y, por otra parte, prestarle apoyo a una causa religiosa, ¿no vendría a ser lo mismo que abjurar del credo liberal? Pues

los liberales que supongan que su presencia en un acto religioso presidido por un sacerdote cismático constituye una fuerza para éste [es decir, para el Partido Liberal], cometen un error fundamental, pues son ellos los que pierden su fuerza moral y su prestigio cívico al mostrarse sumisos y contritos a todas las consejas y prejuicios del ritual, creyendo que de todos estos errores los absuelve el hecho de tomar la denominación de “Católicos Nacionales”.16

No era, pues, tan fácil de un momento a otro admitir como verdadera la misma doctrina que se había combatido, por el hecho solo de que ahora esa doctrina estaba patrocinada por sacerdotes cismáticos y fieles al gobierno.

¿Qué seguía a continuación? Algo de lo más contradictorio: que el Partido Liberal, incluso sin abjurar de su ideología, comenzara a propagar la doctrina cristiana, si bien intentándola adaptar al propio creo, lo cual no era asunto tan sencillo:

El Partido Liberal, para no falsear sus propias tendencias y para fortalecer sus postulados socialistas, puede muy bien rendir culto al Nazareno, que es seguramente el socialista más avanzado que pagó con su vida la audacia de su piedad, pero despojarlo de toda conseja y de toda leyenda de especulación, como lo han hecho sus propios enemigos que son los mismos del socialismo actual, y proclamarlo fundador de sus doctrinas y, sobre esta base, sin mengua de su civismo y sin mengua de su moral, rendirle homenaje y tributo, procurando dar a conocer su verdadera vida a todas las masas ignorantes de las ciudades y del campo, despojándolas así del fanatismo que tan hábilmente ha sido usado contra la conciencia colectiva por los eternos explotadores de dichas masas.17

Las consideraciones de Obregón, tomando en cuenta su experiencia, su ideología también anticlerical y quizá sobre todo su peso, tienen que haber hecho mella en el ánimo de Calles de cara a apostar demasiado por fomentar una división entre el pueblo católico que, de llegar a darse, más que evitarle un tropiezo le acarreaba otro. De hecho, a los cismáticos se les había ofrecido, al momento de quitarles el templo de la Soledad, que se les darían en su lugar otros dos templos;18 sin embargo, tuvieron que pasar un par de meses y solamente se les otorgó el de Corpus Christi, con lo que se alcanzó a apreciar un significativo descenso en el apoyo que tenían.

A partir de ese momento, la suerte de la ICAM estuvo ligada, más que al apoyo federal, al que recibirían de manera temporal por algunos de los gobernadores estatales. Así, en Chiapas, el presbítero José Ramírez, con el apoyo del gobierno, se adueñó de la iglesia de San Agustín en Tapachula y desde ahí intentó lograr adeptos a la ICAM en comunidades vecinas; sin embargo, después de los arreglos de junio de 1929, se le pidió abandonar el templo, por lo que buscó refugio en el vecino estado de Tabasco, donde tampoco se le recibió.19

Conclusión

El nacimiento y la existencia más bien marginal de la Iglesia Católica Apostólica Mexicana, guiada en sus comienzos por los sacerdotes Joaquín Pérez y Manuel L. Monge, tuvo una irrupción sorpresiva en la historia político-religiosa nacional, que duró muy poco y le llevó más bien a pasar inadvertida, tanto por no haber contado realmente con respaldo popular como por la indiferencia, si no es que abandono, de los que desde el gobierno en un principio la habían apoyado.20

No es improbable que, para haberse llegado tan rápidamente a la decisión de interrumpir el soporte que se le había dado desde el gobierno de Calles, hayan influido, en buena parte, las consideraciones que el general Álvaro Obregón le hiciera llegar, a título personal, el 7 de abril de 1925.



1 Presbítero de la prelatura personal del Opus Dei (2004), licenciado en letras clásicas por la UNAM, doctor en teología por la Universidad de la Santa Cruz en Roma. Forma parte del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara. Ha publicado La guerra cristera y su licitud moral (2004), L’Osservatore Romano en la guerra cristera y El conflicto religioso en México y Pío xi, (2009).

2 El Informador, 22-II-1925, p. 1 (vid. también la p. 5).

3 El Informador, 24-II-1925, p. 1.

4 El Informador, 26-II-1925, p. 1.

5 Lo que no dejaba de una inconsistencia, pues, al momento de su fundación, el vicario general del Patriarca Pérez, el sacerdote Manuel L. Monge, era de nacionalidad española.

6 Citado por Jean Meyer, La Cristiada 2 – El conflicto entre la iglesia y el estado 1926/1929, Siglo XXI, México 1973, pp. 149-150.

7 Al comenzar, la ICAM apenas contaba con media docena de ministros de culto, entre ellos un diácono de 53 años de edad, Antonio Benigno López Sierra, quien por haber contraído matrimonio civil, de acuerdo al rito romano ya no podría ser ordenado sacerdote, aunque lo sería más tarde a manos del Patriarca Pérez (sobre quiénes integraban la ICAM en sus inicios y cuál era su procedencia, véase Mario Ramírez Rancaño, “La ruptura con el Vaticano. José Joaquín Pérez y la Iglesia Católica Apostólica Mexicana, 1925-1931”, en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea 24 [2002/2, pp. 108-110).

8 Ib., pp. 114-115.

9 El Informador, 3-III-1925, p. 1.

10 El Informador, 23-II-1925, p. 1.

11 Cfr. Mario Ramírez Rancaño, op. cit., p. 112.

12 El Informador, 28-II-1925, p. 1.

13 Carta de Álvaro Obregón a Plutarco Elías Calles, 7-IV-1925, en APEC, expediente 5, Álvaro Obregón,  inventario 4038, legajo 13/13, f. 608.

14 Ib., f. 609.

15 Id.

16 Ib.

17 Ib., f. 610.

18 Cfr. El Informador, 15-III-1925, p. 1.

19La respuesta de Garrido Canabal, cuya posición anticlerical se había radicalizado incluso tras los acuerdos firmados entre el Estado y la Iglesia católica, fue contundente en su negativa (…): “Para nosotros, tanto los curas dependientes de Roma como los cismáticos son elementos nocivos que implican un serio peligro para la formación de las mentalidades futuras”“ (Miguel Lisbona Guillén, “La Iglesia Católica Apostólica Mexicana en Chiapas [1925-1934]”, en Relaciones XXX [2009, n. 117, p. 301).

20 Una muestra de la falta de crecimiento de este experimento se puede apreciar en el número tan pequeño de sacerdotes que se unieron al cisma. En el Archivo Histórico de la Arquidiócesis de México hay un documento con una lista de los sacerdotes cismáticos que, al momento de los arreglos, se habían registrado ante el Registro General de Sacerdotes; de un total de quince (entre ellos Joaquín Pérez B.), siete tienen al lado derecho la leyenda “vuelto”, es decir, que regresó a la Iglesia católica romana (cfr. AHAM, Fondo: Episcopal, Sección: Secretaría arzobispal, Serie: Eclesiásticos, Caja 66, Expediente 20).



Aviso de privacidad | Condiciones Generales
Tels. 33 3614-5504, 33 3055-8000 Fax: 33 3658-2300
© 2024 Arquidiócesis de Guadalajara / Todos los derechos reservados.
Alfredo R. Plascencia 995, Chapultepec Country, C.P. 44620 Guadalajara, Jalisco