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El mártir de Tlalpam

Anónimo

El carácter apologético del siguiente relato, no le resta la eficacia que debió tener en el ámbito de la propaganda a favor de la resistencia activa de los católicos en México, ni tampoco la crudeza de un tiempo donde personas muy cualificadas terminaron donde menos hubieran querido: en el patíbulo

LA ERA DE LOS MÁRTIRES

El odio de los perseguidores de Cristo en México ha querido renovar en aquel heroico y cristiano pueblo todos los tormentos y martirios de los primeros tiempos de la Iglesia. El suelo mejicano, como en otro tiempo la pagana Roma, ve los potros y cadalsos teñidos, no en sangre de malhechores, sino de inocentes niños, de indefensas vírgenes, de esforzados jóvenes y decrépitos ancianos. El fuego ha vuelto a alimentarse con carne de cristianos, y los patíbulos son saludados por los confesores de la fe. La nueva era, pues, de mártires, ha dado ya principio en el pueblo mexicano.

¡A LAS ARMAS!

Agotados todos los medios pacíficos para lograr lo libertad de la Iglesia y la reconquista de los derechos humanos, Manuel Bonilla, como la mayor parte de los mexicanos, vio que no le quedaba otro recurso que lanzarse a la lucha armada, y se lanzó a ella con ánimo esforzado y generoso. El diario que durante los días de la campaña llevó nos revela la nobleza de miras que le impulsaron a la defensa armada, a la vez que las horas amargas y terribles pruebas que en ella sufrió aquel corazón dotado de una sensibilidad exquisita.

ESPIGANDO EN SU DIARIO

Las cortas líneas de que disponemos nos obligan a desflorar tan sólo los hermosos y nobles sentimientos que respira todo el diario del mártir:

“Marzo, 15... ¡Oh Señor, sabes que te amo y que sólo por Ti lucho y sufro! Te he ofrendado mi vida y mi sangre. Tú, Señora, sabes muy bien que soy sincero. Dile a tu Hijo que se apresure, que ya es tiempo de que reine en mi patria, de la cual Tú eres Reina. Ofrece este incienso de sacrificios y estas vidas que sucumben en el campo de la lucha: estos actos heroicos de las madres y de las esposas, al dejar con resignación a las prendas de su corazón. Ofrece todo esto, y tal vez porque Tú lo pides obtendremos la pronta libertad de que carecemos. Tú conoces también, Madre mía, mis sufrimientos desde que tomé las armas. Tú has visto gotear sangre de mi corazón al pensar en los que, como tú, han visto mis sufrimientos... Sin comer ni beber, muchas veces; otras, sin dormir o haciéndolo en el duro suelo; frío que hiela hasta los huesos; sol que quema o cansancio que mata; sufrimientos morales, al ver la inconstancia de los que nos acompañan.”

Hay páginas en que el ánimo de Bonilla nos revela con toda ingenuidad las horas de lucha que pasan por su espíritu. El recuerdo de su anciana madre, a quien ha dejado en la indigencia; la falta de todo lo necesario, muchas veces, para continuar en la defensa armada, y el ver la inconstancia de algunos, de tal modo impresionan su alma, que le hacen escribir trozos como éste:

“¡Dios mío, siento mi ánimo decaer! Pienso en huir, dejar esta vida de penas, correr adonde están los míos. Se me figura que mis sacrificios son inútiles... ¡Qué lucha tan atroz, superior a mis fuerzas!... Soy de carne, y ella me grita para negarme al sacrificio. ¡Dame ánimo, dame valor, dame entusiasmo! Si consideras que esta cruz que pesa sobre mí te es grata, la acepto; mas no me niegues lo que te pido: gracia, más gracia, para sobrenaturalizar mis actos todos y no desmayar ni un momento. Mis propósitos son de ver el triunfo de la causa, O morir antes de dar media vuelta. En tus manos estoy, y Tú sabes lo que haces!”

El 3 de abril, las penas interiores han pasado, y el mártir vuelve a dejarnos ver a través de su pluma la serenidad y fervor de su alma noble y cristiana.

“3 de abril. Amanece. Domingo, día de oír misa... ¡Dios mío, te amo con toda mi alma! Por eso he venido a sufrir. Confío ciegamente en Ti... Espero que, ya que no puedo recibirte sacra-mentalmente, al menos espiritualmente... Madre del cielo, cuida y protege a mi madre y a Luz (su prometida}... Y en la hora de mi muerte, que sea recibido en tus brazos.”

LA PRISIÓN

El 15 de abril, al amanecer, es capturado por las tropas del perseguidor. De su prisión nos habla él mismo en estas lacónicas frases a su hermano, escritas desde el cuartel, poco antes de su muerte: “Hoy es Viernes Santo, día de recuerdos tristes. Hoy me han hecho prisionero, y tal vez me fusilen. Pide y reza por mí.”

LAS ÚLTIMAS CARTAS

Bonilla amaba a su madre con pasión, podemos decir, con delirio. Su recuerdo no le abandona ni un instante, y en medio de las penas o de las alegrías, siempre su corazón se vuelve a ella. Íntimamente unido al amor filial estaba el de sus hermanos y el de su prometida. Basta hojear las páginas de su diario para convencernos de ello. No es, pues, extraño que, al ver la proximidad del sacrificio, se hayan escapado de su corazón las últimas llamaradas de aquel amor tan intensamente tierno, pero a la vez tan sólido, puesto que supo sacrificarlo por Dios cuando fue necesario.

“Amada madrecita, dice en la carta de despedida, te digo adiós por última vez. Dios así lo ha querido. Sé que tu corazón va a sufrir mucho y a desgarrarse al leer las presentes líneas... El pensamiento de abandonarte dejándote sin recursos es lo que me desgarra el alma. Muero tranquilo, eso sí. Dios Nuestro Señor me está dando fortaleza. No llores: reza nada más y confórmate... En la otra vida nos uniremos, para no separarnos jamás. Ofrece el sacrificio de tus lágrimas por tantos hermanos nuestros que están ciegos y no quieren ver. Tu hijo que te ama, Juan.”

Y a continuación escribió otras tres cartas, de las que también vamos a transcribir unos cuantos párrafos:

“Amada hermana: Llegó el momento de despedirme de ti para siempre. Ha querido Dios Nuestro Señor tomar mi sangre y mi vida. Estoy tranquilo ante el sacrificio: pero sufro cruelmente al pensar en ustedes. Mi pobre madre sufrirá mucho, y esos sufrimientos, ¡que sirvan para conseguir de Dios la conversión de tantos ciegos que no quieren ver! ¡La Santísima Virgen tenga en cuenta estos sufrimientos!” “Querido hermano: Dios acepta mi sangre y la toma, y yo con gusto se la doy... Modela tu corazón al calor de los sacramentos. Jamás des media vuelta delante de las dificultades que se presenten para la consecución de tus ideales...”

La última carta está dirigida a su prometida, y contiene sin duda la más bella y explícita confesión de la causa de su muerte:

“Amada Luz: En los postreros momentos de mi existencia te escribo las presentes letras... Ha querido Dios aceptar el sacrificio de mi vida. Mi sangre se derramará hasta la última gota por confesar la fe de quien es el Creador de todo lo existente. El recuerdo mío jamás se borre de tu mente, amada mía. Sufro porque te abandono. Me cogieron prisionero, y dentro de poco me fusilarán. No hay poder humano que me salve. Estoy en las manos de Dios, y Él sabrá lo que decida de mi vida. Confórmate, porque así lo ha querido Dios. Recibe el recuerdo de un corazón que te amó hasta la muerte y te seguirá amando en la eternidad. Tu Juan.”

MUERO POR DIOS

El 15 de abril, cerca de las doce del día, Bonilla es conducido al suplicio, donde la soldadesca, ebria de odio a Jesucristo, va a sacrificar a este joven, precisamente en el día y hora en que conmemoramos la muerte de Jesucristo.
Al llegar al lugar designado para el sacrificio, el mártir, sintiendo ya las alegrías del triunfo, escribe estas sublimes palabras: “La materia impide al alma remontarse, bañarse en lo perfecto... El alma quiere gozar de paz, de dicha eterna, para llenar el vacío que deja la vida material... Quiere la vida perfecta. Por eso no asusta la muerte: alegra su llegada.” A continuación pide que le dejen orar por última vez. Se arrodilla, ora, pasa lentamente el rosario por sus dedos, y escribe en un trozo de papel estas palabras, epitafio sublime escrito por el mismo mártir: “Muero por Dios. Manuel Bonilla.” Después se pone en pie, abre los brazos en forma de cruz, y una descarga de fusilería vino a acabar con aquella vida inmolada a Dios, al mismo tiempo que se escapaba de sus labios, sonoro y vibrante, el grito de “¡Viva Cristo Rey!”

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