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Cuarto destierro del arzobispo Orozco y Jiménez: un acercamiento a través de sus escritos y correspondencia personal

Juan González Morfín1

Con el paso de los años, la figura del siervo de Dios Francisco Orozco y Jiménez puede analizarse sin el apasionamiento que le rodeó en su tiempo. Varón cribado por las pruebas más acerbas, la posteridad ha terminado por verlo como lo que fue: un dignatario coherente con sus principios, incapaz de negociar lo que consideraba justo y apegado al derecho

1. Su postura ante los arreglos

El 15 de enero de 1928 L’Osservatore Romano daba cuenta de una carta pastoral dirigida por el arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez a los fieles de su diócesis, en la que desmiente estar implicado en la defensa armada y, al mismo tiempo, fija su postura en relación con la suspensión del culto decretada por el episcopado mexicano.2 En cuanto al primer punto, la carta señalaba:

Desde muchas partes se afirma que mis palabras son interpretadas como propaganda sediciosa; este tipo de discursos no serían en manera alguna de acuerdo a mi oficio pastoral, ni serían conformes a los objetivos que me he prefijado, puesto que lo he dicho desde el principio que mi más grande deseo es el de sostener entre vosotros vuestro espíritu cristiano, vuestra fe y vuestra piedad, en medio de las adversidades que os afligen. Por consiguiente, yo niego las acusaciones calumniosas que se me hacen de haber incitado los movimientos sediciosos. En ningún momento ha sido presentada prueba alguna de similares acciones y, si se han esparcido ese tipo de afirmaciones, éstas pueden ser rechazadas por millares de personas que son testigos oculares de acciones opuestas de parte mía.

Con estas declaraciones el obispo intentaba dejar en claro que su permanencia entre la feligresía, a pesar del peligro que eso representaba, nada tenía que ver con un supuesto apoyo a la lucha armada.

            Luego pasaba a explicar que, en tanto que no cambiaran las leyes que habían conducido a que el episcopado de forma unánime decretara la suspensión del culto, a su leal entender era impensable que se diera marcha atrás en esta medida, por más que el gobierno utilizara todo tipo de mecanismos para intentar llegar a un acuerdo sin derogar las leyes:

Las violencias han encontrado en nosotros una tenaz y resuelta resistencia, que nos es impuesta por el deber y que ningún poder humano, ni el transcurrir de los meses, ni de los años, podrán debilitar. Dejad que todo el mecanismo del poder sea empleado contra nosotros. Dejad que sean puestas en uso las caricias, las lisonjas, las falsas promesas. Nuestra respuesta permanecerá inmutable, será simplemente: non possumus3 y, en verdad, no podemos.

            Más tarde, en una carta a Pío xi de junio de 1928, el señor Orozco y Jiménez analizaba con frialdad los distintos escenarios para un posible arreglo con el gobierno, y afirmaba:

Es tan grande la oposición del clero y del pueblo en general a un arreglo a medias, que apenas circula algún rumor de un arreglo en dicha forma, como pasa actualmente, cuando al punto todo el pueblo se alarma, entra en una inquietud increíble y como que el pueblo se escandaliza; y no se oye otra voz que ésta: ¿De qué han servido tantos sacrificios si al fin los católicos hemos de quedar esclavos? ¿A qué tanta sangre, tantos sufrimientos y lágrimas, si habíamos de quedar como estamos ahora o poco menos? (...) Por esta causa juzgamos, con toda verdad, que si alguna vez hubiera de temerse alguna división en el clero y en el pueblo, más podría motivarlo un arreglo a medias, en que se cediera a las injustas exigencias de los perseguidores, que por la constancia en esperar hasta que sea posible obtener una verdadera y completa libertad de conciencia.4

Y anticipaba las consecuencias que podrían venir:

El gobierno jamás consentirá que se crea, y menos que se diga, que él ha cedido en lo que toca al conflicto religioso; de aquí resultará que, al hacerse algún arreglo como el que examinamos, el gobierno en declaraciones oficiales y en la prensa dirá que no ha habido tal arreglo, sino que los obispos rebeldes a la autoridad y los católicos, vencidos y subyugados, se habían sometido a las leyes persecutorias. Esto, después del espectáculo admirable que han dado con la ayuda de Dios el episcopado y el pueblo mexicano a todo el mundo católico, sería un escándalo universal que no podría evitarse ni repararse, ya que a los obispos no se les permitiría hacer declaraciones en contrario. Ya sabemos que en manos de este gobierno ha muerto por completo la libertad de prensa.5

Y, casi para finalizar su carta, refrendaba su acatamiento incondicional a lo que Roma viera más conveniente:

Todo lo anterior lo hemos dicho para informar a la Santa Sede lo que pensamos y lo que piensan el clero y el pueblo mexicanos en general. Pero si a nuestro amadísimo Padre el Papa le parece conveniente otra solución, de antemano la aceptamos y acatamos reverentes y nos sometemos a ella con toda sinceridad y creemos que nuestro pueblo, tan adicto a la Santa Sede, la acatará también.6

En esta forma, el jerarca tapatío dejaba claro, por un lado, su rechazo a unos arreglos incompletos, que dejaran mal parada a la parte beligerante y, por otro, adelantaba su sometimiento a cualquier solución distinta de la que él proponía, en caso de que la Sede Apostólica viera más conveniente seguir otro camino.

2. Un efecto colateral de los arreglos: el cuarto destierro de Orozco y Jiménez

Entre mayo y junio de 1929 se llevaron a cabo varias conferencias entre dos representantes de la jerarquía católica y el presidente Emilio Portes Gil con el fin de encontrar un camino extralegal que permitiera la reanudación del culto y, con ello, cesara la causa que originó la defensa armada de la libertad religiosa. Las conversaciones terminaron con la declaración conjunta, el 21 de junio de 1929, en la que los obispos Pascual Díaz y Leopoldo Ruiz y Flores comunicaban al pueblo católico que, con las declaraciones del presidente en las que se comprometía a no aplicar las leyes con tendencia ‘sectarista’ y aclaraba que “el artículo de la ley que determina el registro de ministros, no significa que el Gobierno pueda registrar a aquellos que no hayan sido nombrados por el superior jerárquico del credo religioso respectivo, o conforme a las reglas del propio credo”, quedaba solucionado el conflicto que había llevado al episcopado a ordenar la suspensión del culto y a millares de católicos a levantarse en armas para exigir la revocación de las leyes. Así, con estas escuetas declaraciones dadas a conocer por la prensa, quedaba ‘saldado’ un capítulo trágico de la historia de México:

El Obispo Díaz y yo hemos tenido varias conferencias con el C. Presidente de la República y sus resultados se ponen de manifiesto en las declaraciones que hoy expidió. Me satisface manifestar que todas las conversaciones se han significado por un espíritu de mutua voluntad y respeto. Como consecuencia de dichas declaraciones, hechas por el C. Presidente, el clero mexicano reanudará los servicios religiosos de acuerdo con las leyes vigentes.7

            Lo que habría de seguirse después de este acuerdo para la vida de don Francisco Orozco y Jiménez lo cuenta él mismo dentro de un largo memorándum en el que relataba de manera pormenorizada el camino que lo llevó a su cuarto destierro:8

Como es sabido, vinieron los arreglos con el Gobierno. Cuando se iban a iniciar, el Excmo. Sr. D. Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia y antiguo compañero mío de colegio, por medio de carta circular me preguntó si estaba de acuerdo en que el Papa, por su conducto, celebrara arreglos con el Gobierno, a lo que contesté que en lo absoluto. Más tarde me comunicó que la Santa Sede lo había nombrado Delegado ad referendum, y mi contestación fue en forma placentera y obsequiosa, diciendo que lo reconocía y veneraba en su alta representación.9

            Apenas hechos públicos los arreglos, ya en México y en su función de delegado apostólico, el señor Ruiz y Flores invitó al señor Orozco y Jiménez a que acudiera a la ciudad de México, presentara la lista de sacerdotes que deberían ejercer su ministerio en la arquidiócesis, “que resultaron ser quinientos cincuenta”,10 y, después de dos días, se entrevistara con el presidente Portes Gil. Aquel encuentro lo recuerda el obispo con clarividencia:

En la fiesta de San Pedro Apóstol se abrió solemnemente el culto público en Guadalajara, a la vez que en la capital. El mismo día tuve la audiencia con el Sr. Presidente Portes Gil, acompañado por indicación mía por los Ilmos. Sres. Delegado Apostólico y Arzobispo de México; tuve yo la palabra durante una hora, y haciendo ver que si hasta la fecha había habido divergencias de criterio sobre la manera de obrar en las relaciones con las autoridades civiles, de ahí en adelante, dadas las nuevas normas de la Santa Sede, que yo, al igual que los demás Prelados, acataba con todo respeto, esperaba no había temores de malas inteligencias. Fui oído con excesiva serenidad, o más bien, frialdad de parte del Presidente; y como conclusión de todo lo que le dije, lo único que él expresó fue que, estando convenido que saldría del país, debería abandonar la República, el día que yo quisiera; pero que no fuera a ocultarme.11

La larga narración terminaba con tan sólo esta frase: “He aquí la razón de por qué me encuentro en este destierro, que como es natural, yo califico de injusto e ilógico. Dios así lo permite: ¡Bendito sea!”12

3. La amargura del destierro

Después de casi tres años de estarse escondiendo y a sabiendas del alto precio que se había puesto por su cabeza, justo en el momento en que parecía que se iniciaba una época de tolerancia en materia de libertad religiosa, el obispo Orozco y Jiménez experimentaría por cuarta vez el dolor de verse obligado a salir de su país y ausentarse de su diócesis, ahora porque había sido acordado entre el delegado apostólico y el presidente Portes Gil que él mismo, junto con otros dos prelados, por un tiempo indeterminado permanecieran fuera del territorio patrio, mientras los ánimos siguieran exaltados.13

            Las expectativas de regresar pronto, al menos al principio, habían sido demasiado optimistas y, ahora que se encontraba en el extranjero, no se veía cómo podrían cumplirse. Casi desde su llegada a los Estados Unidos comenzó a buscar quién lo pudiera apoyar en su deseo de volver cuanto antes a su grey. El 27 de agosto de 1929 escribió nada menos que a Dwight W. Morrow, embajador de los Estados Unidos en México y personaje cuya influencia en Calles se había dejado sentir, para solicitarle una entrevista. En tono cordial, aunque evasivo, Mr. Morrow le contestaba dos días después:

Su carta del 27 de agosto me ha llegado a North Haven, Maine. Espero quedarme aquí vacacionando hasta por los finales de septiembre y, entonces regresar a México, haciendo escala por unos días en Nueva York y Washington. Si estuviera usted en Nueva York en torno al 1° de octubre, me dará gusto tener oportunidad de conversar con usted.14

            La intercesión del diplomático estadounidense, si es que la hubo, no tendría resultado alguno; por eso es que monseñor Orozco continuaba haciendo esfuerzos para que quien tuviera en sus manos la posibilidad de hacer algo que le permitiera regresar, lo hiciera cuanto antes. Eso lo llevó incluso a escribir, quizá de un modo políticamente poco correcto, al mismo presidente Portes Gil, a fines de 1929.

            En esta comunicación comienza justificándose de atreverse a escribir al mismo presidente, pero le recuerda que en la entrevista del 29 de junio pasado se le había dado esa alternativa. Ahora la usa como última instancia, ya que la intervención del delegado apostólico no ha surtido efecto. Aprovecha para echarle en cara que, sin tener un solo cargo en su contra, se le haya condenado al destierro como si fuera culpable.15

            Por otra parte, en un par de entrevistas con el Procurador General de la República se le había hecho pensar que era un trámite para dar un espacio de reflexión a los que lo acusaban, pero que en muy breve tiempo se le permitiría regresar:

Debo yo agregar, lo que todos ignoran, que el Procurador de Justicia Nacional, con quien, a ruego de amigos míos, tuve dos conferencias, me aseguró a nombre de U. que al llegar a los EEUU bastaría para mi regreso que le dirigiera a él una carta indicándolo y enseguida contestaría notificándome la libertad en que U. me dejaba para volver a mi Patria. Así lo hice y sólo conseguí tener una honda decepción.16

            Su recurso ante la máxima autoridad del país no obtuvo tampoco respuesta alguna y la solución simplemente no llegaba. Sabía que poco podría conseguir a través del delegado apostólico, entre otras cosas porque resultaba evidente que hubiera podido haber hecho un poco más para que no fuera desterrado en el momento en que se estaban acordando los arreglos, y al parecer no lo había hecho. Sin embargo, una antigua amistad los unía desde el Colegio Pío Latinoamericano y ya había tenido con él abundante correspondencia en otras ocasiones; así que ¿por qué no escribirle también ahora, siquiera fuese para desahogarse?:

Sin ninguna ahora que contestarle, me dirijo a S.S. siquiera en calidad de desahogo, porque ya se me hace demasiado duro estar por acá, y más en tiempo de Cuaresma, la cual avanza rápidamente, y esto me hace temer no poder estar en Guadalajara para la Semana Santa. Efectivamente, ahora que se ha ido el Sr. Garibi y me encuentro solo, me ha calado mucho este destierro, que siento me va llevando poco a poco al sepulcro, sintiendo mi alma acibarada y saturada de penas de todo género, las cuales van minando mi naturaleza, gastada por tres años de privaciones, enfermedades y angustias, que pueden con toda precisión saltarle a la vista; y todo esto a mi edad de sesenta y seis años.17

            Esa tristeza por el alejamiento del terruño, junto con la incertidumbre absoluta de cuándo podría darse su retorno, llevaron a un mayor deterioro de su estado físico que las mismas penurias y limitaciones que había sufrido durante los años de ocultamiento a causa de la guerra. Así lo describe Julia Preciado, quien hace un interesante estudio acerca de su figura: “Entre 1930 y 1932 el prelado envejeció. Ya no era el gallardo arzobispo de Guadalajara. Los retratos suyos que se conservan de esos años, de nuevo en el exilio, lo muestran cansado, rendido ante el deterioro de los años”.18

4. Regreso y cumplimiento de los pronósticos: la persecución revestida de formas nuevas.

A los pocos días de haber enviado esta misiva, el señor Orozco recibiría por fin el placet de las autoridades para regresar a su diócesis, lo cual lo hizo con sumo recato para evitar herir susceptibilidades que pudieran después ocasionarle problemas.19 Sin embargo, no habían pasado dos días de su regreso cuando el delegado apostólico le escribiría para recomendarle una mayor cautela:

Con la debida reserva me apremio a comunicarle que el Procurador General de la República me habló hoy por encargo del Sr. Presidente para decirme que el Gobierno de Jalisco está disgustado por la vuelta de V. S. I. y que se ha quejado de la manifestación que se organizó en honor de los sacrificados en la persecución. Yo expliqué al Sr. Procurador lo sucedido, hice ver la prudencia de V. S. I. al llegar como llegó y le hice referencia a la carta que V. S. I. escribió al Presidente. Quedó muy satisfecho y me dijo que informaría de todo al Sr. Presidente (…). A mi juicio los momentos presentes aconsejan que se evite toda exterioridad que pueda dar pretexto a los enemigos, por más que aun dentro de las leyes los católicos estuvieran en su derecho de hacerlas.20

            Parecía aquello el cuento de nunca acabar: apenas había pisado territorio de su diócesis cuando ya nuevamente estaba siendo amenazado. Afortunadamente, una semana después recibía otra comunicación del delegado apostólico que si bien no decía nada en concreto sobre los hechos referidos, al menos le permitía ver que don Leopoldo Ruiz y Flores había tomado cartas en el asunto de manera satisfactoria:

Ayer tuve la primera audiencia con el Sr. Presidente, en la cual le expuse la mayor parte de los problemas que tenemos entre manos. Gracias a Dios, encontré en él sincera y franca disposición de llegar a una solución favorable. Dios lo haga.21

            La correspondencia del señor Ruiz siguió siendo frecuente. La mitad de las veces para quejarse de un sacerdote del clero tapatío que, bajo el seudónimo de Silviano Velarde, estaba escribiendo artículos que cuestionaban los arreglos y, de un modo especial, la labor de los prelados que los habían acordado. El sacerdote en cuestión había sido profesor de Teología Moral en el seminario y editor del Boletín de la arquidiócesis, lo que nos hace pensar que tendría cierta cercanía con el señor Orozco y Jiménez; quizá precisamente por esto la reacción de éste fue más bien moderada, casi podríamos presumir que de tolerancia. A causa de ello, más de una de las numerosas cartas que recibiría del delegado llegó a tener un tono de apremio:

Hoy han publicado los periódicos de aquí unas declaraciones mías que creí necesarias. Yo me permitiré rogar a V. S. I. que haga ver al sacerdote autor sic de los artículos publicados en “El Hombre Libre”, que está faltando gravemente a lo mandado en el Código, el cual prohíbe a los sacerdotes publicar artículos de esa clase en periódicos o revistas sin la licencia del Ordinario; y tratándose ahora de un asunto tan delicado, creo llegado el caso de que V. S. I. imponga a dicho sacerdote un precepto formal, para que se abstenga de estar calumniando, denigrando, murmurando, escandalizando y sembrando o ahondando la discordia con semejantes publicaciones.22

            No obstante, por más que esto ciertamente ocuparía tiempo y cabeza del prelado para tratar de llegar a una solución que satisficiera a las dos partes, no estaría ciertamente entre los asuntos más dolorosos que tendría que afrontar. Uno de ellos, el de la reducción del número de sacerdote, lo aborda una carta del delegado apostólico apenas dos meses después del retorno del señor Orozco y Jiménez:

Acabo de saber que el horizonte se enturbia por Jalisco y que se avecinan las dificultades de la ley del número de sacerdotes que ese Gobierno quiere seguir después de un año de tolerancia que tan buenos resultados iba dando. Cuando los arreglos, hicimos ver las dificultades que esas leyes traían consigo: en Gobernación nos dijeron que no podían ellos derogarlas, pero sí dar a entender a los Gobernadores que el número de sacerdotes tenía que ser el necesario según dice la misma Constitución y en una Circular de Gobernación se lo dijeron a los Gobernadores muy clara y terminantemente; por desgracia en ningún Estado se ha conseguido la reforma de la ley, pero en cambio sí han tenido el buen sentido de hacerse disimulados. Inmediatamente he escrito una carta al Sr. Presidente para que me haga favor de interponer su mediación con el fin de que se conjure esa amenaza de Jalisco. Ojalá que algo se consiga.23

            Otro de los asuntos álgidos fue el de la devolución de seminarios y casas de la Iglesia que habían sido requisados y en los arreglos se había quedado de entregarlos de nuevo; sin embargo, el gobierno también en esto se estaba tardando en cumplir lo acordado. Sobre el tema habrían de intercambiar cartas el señor Orozco y el señor Ruiz y Flores a finales de 1930.

            Pero quizás el asunto más espinoso que habría de pesar sobre su cabeza sería el de las continuadas acusaciones de que estaba respaldando nuevos movimientos sediciosos. Así, el 2 de junio de 1931 el delegado apostólico le escribiría:

De Guadalajara han llegado noticias de levantamientos por Los Altos y dan los nombres de los cabecillas, Ramón Aguilar y Rodolfo Valladolid. Avisan haber descubierto depósitos de armas y parque en Tuxcueca, etcétera. Lo peor es que por angas o por mangas quieren mezclar a V. E. Rma. en esas aventuras.24

            La respuesta del señor Orozco y Jiménez, fechada apenas unos días después, expresaba primeramente estar familiarizado con este tipo de acusaciones:

No me sorprende lo que me indica V. E. que me andan complicando, como otras veces, en el asunto de levantamientos. Esto lo atribuyo a gente tonta que supone a uno tan insensato de querer inmiscuirse en lo que no le atañe a uno, ni trae ningún buen resultado y sí un cúmulo de males: también puede tener por origen esto los malos políticos, que pretenderán darla de avisados y pretenden quedar bien.25

Sin embargo, más adelante y después de deslindarse de siquiera conocer los hechos que se le imputan, aflora una queja acerca del estigma que durante años lo había venido persiguiendo: “¿Qué no se fijarán que en veinte años que sufro esas molestias no se ha llegado a presentar una prueba contra mí?”26

A modo de conclusión: un destierro… lleva a otro

No haría falta ninguna prueba. El 24 de enero de 1932, a menos de dos años de su regreso a Guadalajara y por más que se había esforzado en no cuestionar los arreglos ni alentar a quienes lo hacían, don Francisco Orozco y Jiménez fue capturado por un grupo de militares que, al día siguiente, lo subieron en un avión “con todas las garantías” para salir a su quinto destierro.27

            Parecería nuevamente que el destino de este prelado fuera dirigir a su pueblo desde el extranjero, aunque en esta ocasión apoyándose por primera vez en la figura de su obispo auxiliar –luego coadjutor– José Garibi Rivera.28

            Cuando regresó a Guadalajara, más de dos años después, los efectos de ese último exilio se habían hecho notar, pues su imagen era ya propiamente la de un anciano.29



1 Presbítero de la prelatura personal del Opus Dei (2004), licenciado en letras clásicas por la UNAM, doctor en teología por la Universidad de la Santa Cruz en Roma, forma parte del Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara. Es autor de las obras La guerra cristera y su licitud moral (2004), El conflicto religioso en México y Pío xi, (Minos, 2009), Los obispos y la persecución (Universidad Panamericana, 2013).

2 L’Osservatore Romano, 15-I-1928, p. 1, col. 1. En este artículo se menciona que la carta pastoral del obispo Orozco y Jiménez llegó a Washington por vía privada y fue publicada en el boletín de la North Catholic Welfare Conference del 26 de diciembre anterior.

3 Los obispos hicieron referencia, en diferentes momentos, con la expresión latina non possumu‫s a su postura de no registrarse, ni ellos ni los sacerdotes de sus diócesis, ante el poder civil para que se les permitiera ejercer su ministerio, pues creían que con ello facultaban a aquél para decidir sobre cuestiones de disciplina interna de la Iglesia.

4 Carta de Francisco Orozco y Jiménez a Pío XI, 16-VI-1926, cit. por Aurelio Acevedo (ed.), David VI, pp. 24-27.

5 Ib.

6 Ib.

7 Cfr. Emilio Portes Gil, Autobiografía de la Revolución Mexicana, Instituto Mexicano de Cultura, México 1964, pp. 572-573.

8 Este memorándum fue enviado a Roma y, en respuesta de la Secretaría de Estado, don Francisco Orozco y Jiménez fue exhortado a no hacerlo público, por más que se trataba «de una simple narración histórica» ya que, versando sobre acontecimientos contemporáneos, podría prestarse a malas interpretaciones (cfr. Carta de la Secretaria de Estado de la Santa Sede a Mons. Francisco Orozco y Jiménez, 10-III-1930, en Archivo de la Arquidiócesis de Guadalajara desde ahora, AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia, caja por clasificar: «Ringrazio V. S. Ill.ma e Rev.ma di aver inviato, per tramite dell’E.mo Cardinale Cerretti, un “Memorandum” dattilografato scritto “con el caracter intimo”, allo scopo di giustificare la di Lei condotta nel periodo della lotta contro la Chiesa nel Messico. Credo peró utile farLe sapere che, sebbene il “Memorandum” sia una semplice narrazione storica, non convenga pubblicarlo, perché, esponendo avvenimenti contemporanei, potrebbe essere mal compreso e provocare divergenze di giudizio e di sentimenti».

9 Francisco Orozco y Jiménez, Memorandum, Chicago, octubre de 1929, en David VII, p. 169. El documento completo hace una narración breve de las relaciones entre la Iglesia y el Estado en México, con especial mención a las persecuciones de las épocas de Carranza y Calles. Se puede leer completo en David VII, pp. 149-152 y 168-170.

10 Ib., p. 170.

11 Id.

12 Id.

13 En éste, su cuarto destierro, monseñor Orozco se estableció primero en Nueva York, luego en Chicago y, finalmente, en El Paso, Texas. Esto se desprende de la correspondencia que mantuvo en esos meses.

14 Dwight W. Morrow, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, Englewood, Nueva Jersey, 2-IX-1929, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia, caja por clasificar: «Your letter of August 27th has reached me at North Haven, Maine. I hope to remain here on a holiday until about the end of September, and then to go back to Mexico, stopping for a few days in New York and Washington. If you are to be in New York about October 1st, I should be very glad indeed to have the opportunity of talking with you. I am hoping for an opportunity of seeing Father Burke when I go through, and if I stop in New York I will try and communicate with you».

15 «Me permitirá U. manifestarle que la actitud de U., ya que no fungía como juez, siquiera del que ejerce la suprema autoridad, me hizo creer que no prestaba ninguna atención, sino desprecio. Y siendo así, con gran sorpresa mía vi y sentí que, declarándoseme inocente, sin embargo, echada por tierra la misma justicia, se me intimaba a la pena más grande que puede haber, de una muerte prolongada en país extranjero, y a mi edad de sesenta y cinco años» (Francisco Orozco y Jiménez, Carta a Emilio Portes Gil, 28-XII-1929, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia, caja por clasificar).

16 Ib.

17 Francisco Orozco y Jiménez, Carta a Leopoldo Ruiz y Flores, El Paso, Texas, 16-III-1930, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

18 Julia Preciado Zamora, «Dos imágenes del arzobispo de Guadalajara Francisco Orozco y Jiménez», en Desacatos 40 (2012/4), p. 92.

19 La noticia con que El Informador refiere el regreso del señor Orozco, confirma su discreción al llegar: «Ayer en la tarde hizo su arribo a esta ciudad el señor doctor don Francisco Orozco y Jiménez, Arzobispo de Guadalajara. El prelado descendió del  tren local de Irapuato en la vecina estación de La Junta, a las 15:40 horas, abordando en seguida un automóvil que lo esperaba oportunamente, en compañía de su secretario particular y de dos caballeros que fueron a recibirlo hasta La Barca; habiéndose dirigido a su nuevo alojamiento en la avenida Pedro Loza. Debido a que el regreso del señor Arzobispo de esta ciudad se había anunciado hasta mediados de la presente semana, por creerse que primero llegaría a la capital de la República, contadísimas fueron las personas sabedoras de su arribo» (El Informador, 30-III-1939, p. 1., col. 6). En este mismo sentido, escribió Camberos: «Esta vez no hay recibimientos ni manifestaciones de alegría. Llegan a la ciudad como cualquier viajero y se acogen de momento a la protección del anonimato, aunque bien pronto corre la voz de que el padre común está en casa» (Vicente Camberos Vizcaíno, Francisco el Grande, tomo II, Jus, México, 1966, p. 297).

20 Leopoldo Ruiz y Flores, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, 1-IV-1930, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

21 Leopoldo Ruiz y Flores, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, 8-IV-1930, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

22 Leopoldo Ruiz y Flores, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, 22-IX-1930, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

23 Leopoldo Ruiz y Flores, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, 1-VI-1930, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

24 Leopoldo Ruiz y Flores, Carta a Francisco Orozco y Jiménez, 2-VI-1931, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

25 Francisco Orozco y Jiménez, Carta a Leopoldo Ruiz y Flores, 8-VI-1931, en AAG, Francisco Orozco y Jiménez, Correspondencia: caja por clasificar.

26 Id.

27 Cfr. Vicente Camberos Vizcaíno, Francisco el Grande, tomo II, cit., pp. 316-319. La reducida capacidad del delegado apostólico para paliar este tipo de contingencias se aprecia en el telegrama que le escribió al presidente Ortiz Rubio: «Señor Presidente: comunican de Guadalajara arzobispo Orozco y Jiménez deportado en aeroplano. Pido a usted ordene garantías. Respetuosamente» (Leopoldo Ruiz y Flores, Telegrama de Leopoldo Ruiz y Flores a Pascual Ortiz Rubio, 25-I-1932, cit. por Eduardo Chávez Sánchez, La Iglesia de México entre Dictaduras, Revoluciones y Persecuciones, Porrúa, México 1998, p. 244).

28 Por muchos años se había valido de su Vicario General, Manuel Alvarado (sobre la actuación del señor Alvarado durante los destierros de Orozco y Jiménez véase Tomás de Híjar Ornelas, «Manuel M. Diéguez y Manuel Alvarado: gobierno civil y gobierno eclesiástico en tiempos de crisis», en Departamento de Estudios Históricos de la Arquidiócesis de Guadalajara, Jornada Académica Iglesia-Revolución, Dirección de Cultura del Ayuntamiento de Guadalajara / DEHAG, Guadalajara 2010, pp. 191-224).

29 Cfr. Julia Preciado Zamora, Op. cit., p. 92.

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