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El mártir de Ciudad Guzmán

Anónimo1

Las tomas fotográficas de la ejecución del presbítero Gumersindo Sedano Plasencia, del clero de Colima, diseminadas por el gobierno callista para desalentar la resistencia activa de los católicos en México, dieron la vuelta al mundo y provocaron exactamente el efecto contrario al que deseaban sus divulgadores, según da a conocer el siguiente texto, publicado en Barcelona y casi contemporáneo a los hechos.

Luz y sombras

Tal podemos llamar al martirio del padre Sedano, invicto sacerdote de la perseguida iglesia de Méjico. El heroísmo de la víctima contrasta fuertemente con la crueldad y barbarie de los verdugos.

El martirio del padre Sedano arroja nuevos torrentes de luz sobre las páginas gloriosas de la historia de la Iglesia Católica, que en todas las latitudes y en todos los tiempos ha sabido formar héroes y mártires. Y ese mismo martirio es una mancha y una injuria para nuestra generación que ve no sólo con indiferencia tales crueldades, sino que aún procura justificar al verdugo de todo un pueblo.

La sola fotografía que acompaña la narración de la muerte gloriosa del sacerdote mejicano es suficiente para darnos idea de la crueldad de este nuevo martirio.

Precio de sangre

El 6 de septiembre de 1927 se presenta en la casa donde se oculta el Padre Sedano, una anciana que falsamente se hace pasar por una pordiosera; después de recibir la limosna que pedía y de cerciorarse de la presencia del sacerdote, se dirige al capitán Urbina, a quien dice:

- Si usted me da una gratificación, yo le comunicaré algo que le interesa.

- ¿Qué puede ser? - responde el militar.

- Diga usted la gratificación que me dará, pues es cosa que a usted le conviene saber.

- Le daré a usted un peso.

- No, deme dos pesos.

Por fin, el capitán le ofrece 1,50 $ y la infeliz pordiosera por tan vil cantidad entrega al sacerdote; para mayor seguridad, ella misma acompaña al militar hasta la casa donde se oculta el padre Sedano; una vez reconocido el lugar y consumado este nefando contrato, se despide la anciana del perseguidor.

Ese mismo día, al anochecer, el capitán Urbina en persona, acompañado de varios soldados, captura al padre Sedano.

Al siguiente día, juntamente con otros prisioneros, sale en un camión hacia la estación del ferrocarril, sitio destinado para el martirio. Lejos de intimidarse al ver la proximidad de su muerte, comienza a exclamar lleno de gozo: “Venid a ver cómo mueren los cristianos. ”Este fue el grito de triunfo que el mártir2 repitió durante todo el camino hasta llegar al lugar del sacrificio.

Ejecutan primero a los compañeros del padre Sedano, suspendiendo después de los árboles sus cadáveres. Ni este bárbaro asesinato intimida al mártir, que espera ansioso el momento de ser él inmolado.

Al ver que se acerca ya el momento de su martirio, pide al capitán la última gracia, poder hablar a todos los que le rodean. Una vez obtenido el permiso, con la entereza y valor propio de los mártires cristianos, dice: “Hermanos, la muerte no es la que me arredra ni atormenta; supuesto que dentro de breves momentos estaré gozando de Aquel en quien siempre he esperado y a quien siempre he servido con todas mis fuerzas en el santo ministerio sacerdotal; lo que me arredra y atormenta es el temor de que no vaya yo a ser un verdadero mártir: es decir, un verdadero soldado que sepa desprenderse de esta vida mortal y perecedera. Mi delito no es otro, lo confieso, sino ser del número de los sacerdotes; ser del número de los que en esta vida son los encargados de llevar las almas a Cristo Nuestro Redentor. Mas tengo la satisfacción de haber cumplido con mi deber hasta los últimos momentos en que Dios Nuestro Señor me va a llamar a su tribunal sagrado, en donde tengo que dar cuenta de todos y de cada uno de los fieles que me han sido confiados en mi parroquia”.

“Espero en la infinita misericordia de Dios que sabe perdonar y olvidar las ofensas de sus hijos, y que sabe absolver a los que se entregan en sus manos”.

“No os pido otra cosa sino que siempre confeséis a Cristo en todo lugar y en todo momento; “todo lo podemos en Aquél que nos conforta”, como dice el Espíritu Santo.

“Ánimo, hermanos, y si sabéis luchar hasta el fin, nos veremos en el cielo... Ya terminé, capitán”.

Así habló aquel esforzado atleta de Cristo. Sus palabras nos traen a la memoria las de los primeros confesores de nuestra fe ante los tribunales paganos; en ellas se percibe el mismo acento de sublime fortaleza que ha sido a través de todos los siglos la contraseña del mártir cristiano.

Apenas había terminado de hablar, cuando el mismo capitán le ordena que se descalce; obedece al instante; entonces manda a los soldados que le desuellen los pies; tal es el dolor que causa a la víctima este nuevo y bárbaro tormento, que se le ve comprimir y pulverizar en sus manos los terrones de tierra sobre que descansa y de sus ojos se desprenden dos lágrimas, y en medio de este acerbo sufrimiento, dice con frase digna del gran mártir de Antioquía: “Lloro, no porque sienta dolor, sino por la dilación de estos hombres en quitarme la vida y así gozar ya de mi Cristo”.

Palabras verdaderamente sublimes que quedarán inmortalizadas en las páginas de gloria del martirologio cristiano.

Una vez terminado este tormento, el jefe de la escolta le manda que se ponga en píe y le obliga a caminar, cosa que el sacerdote no pudo cumplir por tener las plantas de los pies destrozadas; le ponen después los soldados una soga al cuello y le suspenden de un árbol; mas la ramase desgaja y el cuerpo cae en tierra; por segunda vez le suspenden, pero con igual resultado; ordena entonces el capitán que le suspendan por tercera vez y apoyen el cuerpo en una de las grietas del árbol. Haciendo el último esfuerzo el intrépido luchador de Cristo, se mantiene de pie con el cuerpo erguido, y en esta actitud espera el momento de coronar con la palma de la victoria el cruel y prolongado combate que sostiene; el triunfo no se hace esperar; una lluvia de balas le otorga el ansiado galardón.

Los soldados, satisfaciendo los sanguinarios deseos de su capitán, se entretienen en hacer blanco sobre los sagrados despojos de su víctima.

El cadáver del padre Sedano queda también expuesto al público en uno de los árboles de la estación. Y para dar mayor publicidad a su crimen mandan los militares sacar fotografías del mártir.

Es, pues, un misterio por qué la prensa mundial se empeña en ocultar estos crímenes cometidos contra los indefensos católicos mejicanos, cuando el mismo Calles y sus secuaces con tanto alarde de información los publican.

A los pies del césar

Los autores de este nefando crimen no tardaron en ponerlo en conocimiento de su Señor, pues sin duda con ello halagarían su sectarismo. El general Ferreira dirigió al presidente Calles los telegramas que había recibido de Ciudad Guzmán con estas frases de acatamiento y respeto:

“Honróme en transcribirle los siguientes mensajes que me han dirigido desde Ciudad Guzmán...”

El último y más importante de estos documentos, que transcribimos literalmente del periódico Excélsior, de la ciudad de Méjico, dice así:

“Honróme en participar a usted que en estos momentos acabo de aprehender al cura Sedano, pasándolo por las armas con cinco fanáticos más. Los cadáveres se exhiben en la estación de Ciudad Guzmán”.

El general Ferreira termina su mensaje de triunfo al “César” con estas palabras: “Lo que transcribo para su superior conocimiento. Respetuosamente... J. M. Ferreira.”

No obran, por lo tanto, los empleados y militares de Calles independientemente en la obra de exterminio de los católicos mejicanos. El sanguinario “César” dirige y está al tanto de todos los crímenes que se cometen. Y, sin embargo, de esta complicidad evidente, Calles recibe de los grandes señores presentes y honores, mientras muchos católicos ven con indiferencia sucumbir a sus hermanos en religión que mueren heroicamente por la fe; por esa misma fe de que tanto se glorían muchos católicos.



1Cf. Hojitas, núm. 18, 2ª edición, 4 pp., 15 por 10 cm., Barcelona, Isart Durán Editores, 1927. Imprescindible para la lectura y comprensión integral de estas “hojitas”  es el estudio Ana María Serna, “La calumnia es un arma, la mentira una fe. Revolución y Cristiada: la batalla escrita del espíritu público”, publicado en las páginas de este Boletín en los meses de noviembre y diciembre del año 2013.

2Le  llamamos mártir sin intención de prevenir el juicio de la Iglesia



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