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Hacia la romanización de la Iglesia mexicana a fines del siglo xix

(2ª parte)

Cecilia Adriana Bautista García[1]

 

Concluye el estudio en torno  al despliegue estratégico desarrollado por la Santa Sede para potenciar su ascendencia en los obispados de América Latina, que daría lugar a una forma nueva de vinculación entre el Papa y los obispos de México, libre ya de los vericuetos derivados de las relaciones institucionales entre un Estado Mexicano jurídicamente anticlerical y un episcopado cuyos integrantes se han formado, en buena parte, en la Roma papal.[2]

 

Un sector del clero, formado por buena parte de los egresados del Pío Latino, se pronunciaba por una incondicional obediencia a Roma y explícitamente se negaba, incluso, a hacer cualquier tipo de sugerencia a las disposiciones que emanaran de su jerarquía, por ejemplo, a la consulta para las sesiones del Concilio, como lo muestra el comentario del obispo de Tehuantepec -quien más tarde sería arzobispo de México-, José Dolores Mora y del Río.[3]

 

“Yo, pobre obispo de Tehuantepec, no me atreveré a hacer ninguna observación, y sí lo apruebo en el conjunto y en sus partes, tanto más que viene de Roma, maestra infalible de verdad, aunque no tenga la aprobación formal del Sumo Pontífice”.[4]

 

El 25 de diciembre de 1898, León xiii firmó las letras apostólicas convocando al Concilio. El documento señalaba que la conmemoración del cuarto centenario del descubrimiento de América era una buena ocasión para reflexionar sobre los beneficios de una reunión episcopal con el objeto de:

 

[…] dictar las disposiciones más aptas para que, en esas naciones, que la identidad, o por lo menos, la afinidad de raza deberían tener estrechamente coligadas, se mantenga incólume la unidad de la eclesiástica disciplina, resplandezca la moral católica y florezca públicamente la Iglesia.[5]

 

El Colegio Pío Latino se designó como la sede oficial del Concilio, que fue inaugurado el 28 de mayo de 1899 y clausurado el 9 de julio de 1899, con la asistencia de la mayoría de la jerarquía latinoamericana.[6] Durante 43 días las sesiones conciliares se dividieron en nueve asambleas solemnes y 29 generales. Después de una serie de disputas acerca del país en el cual recaería la presidencia del Concilio, se acordó que ésta fuera por turnos y que estuviese a cargo de los arzobispos siguiendo el orden de su antigüedad.

Los decretos de las asambleas aprobaron, casi en su mayoría, el esquema elaborado por la jerarquía romana, en el que se suprimieron varios temas específicos relativos a la problemática latinoamericana y se evitó tratar los temas referentes a la conquista y a la condición social de varios sectores como las poblaciones negra e indígena, probablemente por sus implicaciones políticas.[7]

Las disposiciones finales fueron publicadas y divididas en 16 títulos, formados por varios capítulos, que sumaron un total de 998. Los primeros decretos muestran el predominio de una jerarquía preocupada por asentar formalmente la autoridad pontificia. Desde el título iii, relativo a las personas eclesiásticas, se afirmó una progresiva disminución de la autoridad de los Cabildos Catedrales en favor del aumento de las prerrogativas de los obispos y del papa que se hizo evidente en las sucesiones episcopales como veremos más adelante.

El título iii estableció puntualmente el orden de las jerarquías y la obediencia de los fieles y los miembros del clero al obispo, a la curia romana y al pontífice:

 

Inquirir en los actos de los obispos, o contradecirlos, de ninguna manera toca a los particulares: atañe tan sólo a los que son superiores a aquellos en la sagrada jerarquía y principalmente al Pontífice Máximo [a los sacerdotes] Sepan que su ministerio será más fructuoso para sí mismos, y más provechoso para la salud del prójimo, si lo conforman en todo a las órdenes y deseos del que maneja el timón de la diócesis. [A los obispos] Para mejor atestiguar con qué intenciones, con qué mente y con qué espíritu nos adherimos y sujetamos al Romano Pontífice, declaramos y prometemos que no sólo aceptaremos con humildad los mandatos de la Santa Sede, y los ejecutaremos con la mayor diligencia, sino que acataremos también con piedad filial sus advertencias, consejos y deseos. [Prerrogativas de la curia] Sosteniendo la autoridad de las Sagradas Congregaciones de Cardenales de la Santa Iglesia Romana, inculcaremos con la palabra y con el ejemplo el acatamiento y la religiosa obediencia debida a sus declaraciones y mandatos, dados a nombre del Sumo Pontífice […][8]

           

            La uniformidad de la disciplina eclesiástica y la imposición del “ritual romano” establecido por la Secretaría de la Sagrada Congregación de Ritos fue otra parte importante de los decretos, que tendieron a eliminar “cualquier costumbre en contrario” y a mantener un control más efectivo sobre el clero.[9]

Durante el Concilio la jerarquía vaticana consiguió que los obispos se comprometieran a proteger el Colegio Pío Latinoamericano, mediante su contribución económica y el envío de alumnos, que se educarían en la “capital del Orbe cristiano y bajo los ojos de los Romanos Pontífices.”[10]

Los acuerdos del Concilio formalizaban varios puntos del proceso de romanización que ya se estaban dando en diversos países de América Latina. En el caso de México, ese proceso había comenzado a darse con la gestión del arzobispo Labastida (1863-1891), con la llegada de  los primeros egresados del Colegio Pío Latinoamericano y con la visita apostólica de Nicolás Averardi, entre 1896-1899.

Mediante su apoyo al Colegio Pío Latinoamericano, Labastida reforzó el grupo eclesiástico mexicano cercano a Roma y se enfocó a organizar un nuevo tipo de clero dirigente, que reafirmara su lealtad con Roma y que fuera capaz de reformar a la Iglesia mexicana. Labastida precisaba que, para lograr una transformación eclesiástica, los obispos deberían tener un acercamiento con él y debían, además, multiplicar sus relaciones con la Santa Sede, ya fuera directamente o por medio de un delegado apostólico.[11] El prelado se proponía realizar en México un proceso de centralización similar al de Roma, que colocara al arzobispado de México como el centro rector de la política eclesiástica del resto de las provincias del país. Eso aumentaría considerablemente el poder de la jerarquía que estuviera ligada a él, en detrimento de los grupos clericales locales.

Labastida promovió la formación de una nueva generación de jerarcas mexicanos educados en el Colegio Pío Latinoamericano, institución a la que había enviado a su sobrino José Antonio Plancarte, quien años después fue el encargado de promover la formación de los sacerdotes en Roma.[12]

Los egresados del Colegio Pío Latinoamericano se caracterizaron por su celo en la aplicación del ritual romano. Pero el ascenso del grupo Pío Latinoamericano al episcopado se topó con la oposición de la jerarquía clerical educada en las instituciones mexicanas, que se vio desplazada por la aparición de este nuevo grupo, como veremos más adelante.

Como mencioné, otro de los aspectos que más impactó a la Iglesia mexicana y su relación con el papado fue la visita apostólica de Nicolás Averardi.

 

La visita apostólica de Nicolás Averardi a  México

 

Ésta tuvo como objetivos: ordenar algunos aspectos de la administración de las jurisdicciones eclesiásticas, promover la celebración de concilios provinciales y hacer las investigaciones correspondientes sobre las acusaciones contra cuatro miembros de la jerarquía mexicana.[13] En la visita se trataron además, la creación del obispado de Aguascalientes y la definición de los límites de la diócesis de Antequera en Oaxaca.[14]

Cada uno de estos procesos merece un tratamiento especial. Sin embargo, sólo me referiré al caso de la creación del obispado de Aguascalientes con el objeto de observar el grado de injerencia del visitador apostólico en los asuntos eclesiásticos mexicanos y sus esfuerzos por aplicar la política centralizadora del papado en ese periodo.

 

La creación del obispado de Aguascalientes

 

Para 1896 el grupo formado en el Pío Latinoamericano había alcanzado una considerable presencia dentro del episcopado mexicano. Eulogio Gillow[15] estuvo al frente de la diócesis de Oaxaca desde 1887, Ignacio Montes de Oca había sido obispo de Tamaulipas, de Linares y de San Luis Potosí;[16] Antonio Plancarte era director del Colegio Clerical de San Joaquín de la ciudad de México en 1884 y abad de la Basílica de Guadalupe desde 1895, Jesús Herrera y Piña y Francisco Orozco y Jiménez estaban a cargo del rectorado del Seminario Conciliar de México.[17]

Gillow fue uno de los personajes que más se destacó dentro de la política eclesiástica mexicana, en parte porque mantuvo fuertes nexos en el Vaticano y con el presidente Porfirio Díaz.[18] Uno de los ejemplos que muestran el peso del obispo Gillow son sus gestiones exitosas para que en 1892 el Vaticano aprobara su propuesta para la creación de las provincias eclesiásticas de Oaxaca, Linares y Durango. Gillow también influyó en la promoción episcopal de José Mora y del Río como obispo de Tehuantepec en 1891 y de Francisco Plancarte -sobrino de José Antonio Plancarte- como obispo de Campeche, en 1895.[19]

La influencia de Gillow se vio confrontada a la llegada del visitador apostólico Nicolás Averardi en 1896, quien se propuso disminuir el predominio eclesiástico y político de Gillow al obstaculizar algunas de sus propuestas para las sucesiones de las sedes episcopales, a pesar de que éstas cerraran momentáneamente la posibilidad de colocar a sacerdotes cercanos a las directrices de Roma. Como muestra Laura O'Dogherty en la sucesión del obispado de Campeche en 1898, el visitador frenó la designación de Francisco

Orozco, ex alumno del Colegio Pío Latinoamericano y candidato de Gillow, para promover a Rómulo Betancourt,[20] entonces canónigo de la catedral de Morelia, que pertenecía a la corriente eclesiástica que tuvo ciertos conflictos con la que se formó en el Colegio Pío Latinoamericano.[21]

A pesar de que las comunicaciones de Averardi con el cardenal Rampolla, secretario de Estado del Vaticano, muestran la preocupación del papado por colocar en las jurisdicciones eclesiásticas mexicanas a los obispos fieles a Roma, todo indica que Averardi se propuso como prioridad eliminar el poder que ejercía el arzobispo de Oaxaca. La actuación del visitador se puede entender como una acción clara del Vaticano para afianzar la autoridad pontificia frente al poder alcanzado por los hombres fuertes del episcopado mexicano, aun cuando éstos eran miembros del grupo adicto a Roma. Para el Vaticano era importante que los obispos mexicanos asumieran el orden jerárquico y aseguraran su lealtad al papado; el poder alcanzado por personajes como Gillow, que poseía una visión hasta cierto punto progresista del desarrollo económico de México y de la relación Estado-Iglesia, se consideraba peligrosa en tanto que su actuación podía privilegiar su propia perspectiva de los problemas del país en detrimento de la centralización y la directa injerencia que pretendía la jerarquía vaticana en los episcopados locales.

De esta manera, el proceso mismo exigía la eliminación de jerarcas con este tipo de dominio que no era bien visto por el funcionario romano. El caso de la arquidiócesis de Guadalajara, considerada una de las de mayor riqueza y amplitud en México, muestra otros aspectos de la actuación de Averardi. Hacia 1898, esa jurisdicción se convirtió en una de las principales preocupaciones para el visitador apostólico y el secretario de Estado en Roma, debido a que la avanzada edad de su prelado, Pedro Loza y Pardavé, pronosticaba que la sucesión no tardaría en realizarse. Averardi se entrevistó en varias ocasiones con Loza para insinuarle su posible retiro y el nombramiento de un obispo auxiliar que allanara la designación del nuevo prelado. Sin embargo, el arzobispo se negó a aceptar el ofrecimiento argumentando que iba en detrimento de su prestigio y autoridad episcopal y que renunciaría antes que aceptar un coadjutor o secretario auxiliar.[22] Entonces, Averardi decidió apoyar la desintegración del territorio que abarcaba la arquidiócesis de Guadalajara para formar la diócesis sufragánea de Aguascalientes.

La división de territorios eclesiásticos fue algo común en la historia eclesiástica mexicana. Sin embargo, desde la segunda mitad del siglo xix la fragmentación de las jurisdicciones eclesiásticas fue más frecuente y tuvo mayor impacto como mecanismo promovido por la Santa Sede para hacer más eficientes las administraciones diocesanas, que durante el periodo colonial se habían caracterizado por la amplitud territorial difícil de manejar. La formación de nuevas jurisdicciones fue apoyada por algunos sectores de la jerarquía mexicana y por los egresados del Colegio Pío Latinoamericano, que vieron en ello la posibilidad de ascender al episcopado sin la oposición que presentaban, en ocasiones, los cabildos locales de añeja tradición, colocándose en obispados jóvenes y alejados del centro de la República.

El proyecto para la formación de la diócesis de Aguascalientes le fue presentado a Averardi desde su llegada a México por Felipe Nieto, conocido hacendado de esa región que había fungido como gobernador interino del estado en 1844.[23] En dicho proyecto se proponía que el nuevo obispado abarcara una extensión mayor que la ocupada por la jurisdicción civil de Aguascalientes, incluyendo seis parroquias pertenecientes al estado de Jalisco. El arzobispo de Guadalajara se opuso terminantemente a la formación de la diócesis por las pérdidas económicas que significaba para los ingresos decimales de su jurisdicción. La desmembración de las seis parroquias provocaría la sensible disminución de sus beneficios porque eran “precisamente las de mayor importancia, las de mejores recursos decimales para el sostenimiento de la Iglesia de Guadalajara.”[24]

Durante los siguientes tres años, Felipe Nieto y varios de los principales vecinos de Aguascalientes dirigieron una serie de peticiones al visitador apostólico y a Roma, argumentaron, principalmente, que las necesidades espirituales de la población no eran atendidas por el arzobispo de Guadalajara en una época en que el protestantismo presentaba el peligro de expandirse con la llegada de varias empresas estadounidenses que se estaban instalando en ese estado.[25]

Nieto se comprometió a donar una casa para la habitación del nuevo obispo y ofreció un pagaré por la cantidad de 4800 pesos plata, si el proyecto llegaba a realizarse.[26] El interés de Nieto y su grupo posiblemente fue consolidar la estabilidad del estado de Aguascalientes mediante la creación del obispado, debido a la serie de problemas que había enfrentado la formación de dicho estado que, en varias ocasiones, se declaraba independiente o se anexaba a otros territorios ya constituidos.[27] La estrategia pareció incluir el aumento de la pequeña extensión que abarcaba Aguascalientes a costa de las poblaciones limítrofes pertenecientes a Jalisco, las cuales estaban incluidas en el proyecto de formación de la nueva jurisdicción eclesiástica. El grupo que promovió la formación del obispado podía pensar que, una vez que se incluyeran las poblaciones jaliscienses como parte de la diócesis de Aguascalientes, su anexión al estado sería cuestión de tiempo. El grupo de interesados incluyó a Francisco del Hoyo, Carlos Sagredo y al doctor Carlos M. López, figuras importantes que “controlaron el estado” de Aguascalientes durante el porfiriato y que fungieron como gobernadores y diputados del estado, como el caso de Nieto.[28]

Averardi se dedicó a apoyar esa propuesta ante la Secretaría de Estado en Roma a la que instó a considerar el generoso financiamiento de Nieto. E incluso el visitador ya se había comprometido con el entonces obispo de Saltillo, José María Portugal, para recomendar su candidatura para la silla episcopal de Aguascalientes.[29] El arzobispo de Guadalajara murió en noviembre de 1898 y el cabildo en sede vacante mantuvo su oposición a ese proyecto. El grupo de Nieto comenzaba a impacientarse debido a que deseaba obtener el decreto de erección antes de que se nombrara al sustituto de Loza, por lo que comenzó a presionar a Averardi advirtiendo que retiraría su ofrecimiento económico. Pero ésa no fue la única presión que recibió el visitador en ese asunto; el problema llegó a ser tan álgido que incluyó la llegada de amenazas anónimas para el sacerdote que le prevenían de no seguir apoyando la creación de la diócesis con una explicación que deja ver las preocupaciones de un cabildo eclesiástico que se sentía amenazado por la pérdida de su preeminencia: “Háganos usía favor de no influir en que se haga obispado Aguascalientes porque le quita Usía toda su preponderancia a Guadalajara, cuyo cabildo es noble y hasta ahora opulento y de mucho mérito y consideración […]”[30]

En el anónimo se hacía mención de que los miembros del cabildo de Guadalajara tenían comunicación directa con Roma y que podían manifestar su inconformidad no sólo con el proyecto de la nueva diócesis, sino con el desempeño de Averardi. No obstante que al final del anónimo se señalaba que “en esto no tiene injerencia el Cabildo de esta ciudad”, Averardi decía “reconocer” la letra que indicaba su procedencia, como comentó al obispo de Saltillo: “[…] no me he engañado al pensar que para realizar el proyecto de la Santa Sede continuarán hasta el fin las oposiciones, que desgraciadamente ahora han tomado un carácter amenazador”.[31]

Sin embargo, eso no impidió que se continuaran las gestiones. El 23 de agosto de 1899, el cardenal Rampolla le comunicó al visitador la autorización del papa para erigir la diócesis de Aguascalientes, pero sólo con el territorio correspondiente al estado civil, excluyendo a las jugosas parroquias de Guadalajara. La oposición del cabildo metropolitano había logrado, aunque sólo en parte, frenar las pretensiones del grupo de Nieto y del visitador, al evitar el desprendimiento de sus parroquias más importantes. El grupo que financió la formación del obispado tuvo que conformarse con la decisión, pero que no dejó de manifestar que “el clero jalisciense claro ha demostrado auri sacra fames (horrible hambre de oro)”.[32]

La llegada de Averardi marcó el inicio de la disminución de los privilegios de los Cabildos Catedrales que se formalizó, como ya vimos, en el Primer Concilio de América Latina. La falta de una definición del patronato durante la primera mitad del siglo xix favoreció que los Cabildos mexicanos ejercieran la prerrogativa de proponer, primero a los gobiernos civiles y luego a la Santa Sede, los candidatos para ocupar sus sedes vacantes.[33] Para la segunda mitad del siglo xix pareció afianzarse la posición de los canónigos de varias iglesias locales en la elección del episcopado, al brindarles la oportunidad de ascenso porque estaban en posibilidad de proponer a miembros de su propio cabildo para ocupar la sede vacante. Eso no implicó que el juego político entre las autoridades civiles y eclesiásticas haya estado eliminado de la elección episcopal, sino que la propuesta del cabildo tenía un peso importante. Lo que se pretende resaltar aquí es el poder coyuntural que ciertos cabildos ejercieron de facto para la elección del episcopado, antes de que la romanización ganara terreno. Un ejemplo de ello fue la vacante del arzobispado de México a la muerte de Pelagio Labastida en marzo de 1891. El Cabildo Metropolitano de la ciudad de México realizó varias sesiones para elegir la terna de candidatos; la primera opción recayó en el deán Próspero María Alarcón misma que fue ratificada por Roma sin mayor problema.[34]

Siete años más tarde esa prerrogativa quedó expresamente suprimida en una circular dirigida por Averardi a todos los obispados de la República, en la que informaba:

“[…] que su Santidad nuevamente ha dispuesto de la manera más terminante que no admitirá terna alguna, que los V. V. Cabildos, en sede vacante, le presenten para la provisión de la Silla Episcopal”.[35]

 

Eso provocó que la sucesión del arzobispado de Guadalajara en 1898 siguiera un camino distinto. La presentación de candidatos se circunscribió a los miembros del episcopado y al visitador apostólico. Los candidatos propuestos fueron Ramón Ibarra González, obispo de Chilapa, y a Jacinto López, arzobispo de Linares.

La candidatura de López, originario del estado de Jalisco y antiguo canónigo del cabildo de Michoacán, fue apoyada por el episcopado con un fuerte arraigo local. Ramón Ibarra fue el candidato propuesto por Averardi, que vio en esa ocasión una oportunidad para apoyar a un egresado del Colegio Pío Latinoamericano.[36] Ambos personajes representaban dos grupos de los varios en que estaba escindida la jerarquía mexicana.

El visitador destacaba entre las principales cualidades de Ibarra su apego a Roma y el vertiginoso ascenso que había comenzado en la jerarquía mexicana al ingresar al cabildo poblano a la edad de 32 años.[37] Dos años después fue nombrado vicario capitular de Puebla y con sólo 36 años se convirtió en obispo de Chilapa. Ibarra y sus compañeros eran el modelo del clero “romanizado”, que rompía con la secuencia que comprendía el sistema de ascensos establecido por la jerarquía mexicana. Dicho sistema se puede establecer de la siguiente manera: la formación eclesiástica del sacerdote en los principales seminarios del país, la obtención de alguna cátedra en los seminarios; posteriormente o al mismo tiempo, el sacerdote podía conseguir una media ración en el Cabildo Catedral, sus posiciones podían ir en ascenso con la obtención de alguna canonjía. En jurisdicciones como el arzobispado de Michoacán, los canónigos conservaron importantes puestos en el seminario e, incluso, el rectorado del colegio se constituyó para varios prelados en la antesala de la silla episcopal.[38]

Pero el ascenso del clero romano, como fue llamado el grupo formado en el Colegio Pío Latinoamericano, significaba el desplazamiento del llamado clero local. El cabildo de Guadalajara y varios obispos representantes de la corriente local estuvieron contra la designación de Ibarra. Ante la oposición, Averardi inquirió a varios obispos sobre los motivos por los que “¿no sería bien recibido el Ilmo. candidato para Guadalajara; puesto que es una persona digna y competente?”[39]

La respuesta se puede condensar en las palabras vertidas por el arzobispo de Michoacán, quien respondió que efectivamente no estaba a discusión la capacidad del candidato apoyado por Averardi, pero que la causa por la cual Ibarra no era considerado “a propósito para Guadalajara” era una cuestión de “provincialismo”. Por ese término se quería expresar el hecho de que el candidato no tenía una trayectoria local, es decir, que no había pertenecido al cabildo de Guadalajara, sino que había fungido como canónigo de la diócesis de Puebla, y que por lo tanto era considerado un intruso.[40] Pero ese provincialismo no terminaba de explicarse con la sola alusión regional. A pesar de que Arciga se abstuvo de hacer alguna referencia a la educación de Ibarra en el Colegio Pío Latinoamericano, era notorio que ese aspecto podía tener aún mayor peso:

 

Guadalajara se gloria de haber dado muchos obispos al país, y no se resigna fácilmente a recibir un obispo extraño, queriendo ante todo tener por pastor a uno de sus hijos […] sería mayor la decepción que sufriría la sociedad de Guadalajara […] [que] desde el momento de la muerte del Ilmo. Sr. Loza viene contando con que un hijo de Guadalajara sería el sucesor de tan ilustre prelado.[41]

 

Finalmente el clero local logró que López fuera designado para ocupar la sede vacante en agosto de 1899, meses después de haberse realizado el Concilio Plenario de América Latina. Cabe señalar que Ibarra no fue apoyado por Gillow, con eso demostraba que la actuación del prelado oaxaqueño podía seguir intereses distintos a los de Roma. Sin embargo, López murió pocos meses después y en su lugar fue designado el obispo de Chihuahua, José de Jesús Ortiz y Rodríguez.[42]

La visita de Averardi terminó en ese mismo año, probablemente con un balance más negativo que positivo para el visitador, debido a la resistencia del clero local a aceptar sus cambios. Durante su estancia en México, Averardi lamentaba los obstáculos que había tenido en la aplicación de la misión que el papa le había encomendado:

 

Tengo la conciencia tranquila de haber usado siempre con todos, desde el primer día de mi llegada a esta República la mayor deferencia, prudencia, caridad y benevolencia, haciendo a todos el mayor bien que he podido. En cambio no he recibido sino ingratitudes, y, lo que más me aflige, es ver en circunstancias dadas una marcada oposición a la misión que el Santo Padre ha querido confiarme con el único y exclusivo bien de esta Iglesia. Y para el cual estoy sacrificando, Dios lo sabe, mi salud y bienestar, y tantas otras que no es del caso referir.[43]

 

La jerarquía mexicana parece representar un caso singular en América Latina debido a la proporción numérica de sus miembros y al grado de poder que alcanzaron. Como consecuencia, dicha jerarquía presentó un grado de conflictividad considerable que se expresó en oposición, velada o abierta, al proceso de romanización que amenazaba con eliminar sus privilegios y desplazar las fuertes posiciones que detentaba.

Para el obispo de Chile, el aumento de la jerarquía mexicana propiciado por la creación de nuevos obispados no tenía comparación con otro país latinoamericano, y explicaba los conflictos que el visitador había tenido con la Iglesia mexicana que era un territorio que contaba “con seis arzobispos y veinticinco sufragáneos, sino estoy equivocado.[44]

A pesar de las oposiciones, el grupo romano siguió ganando terreno sin la intervención del visitador. En 1900 Martín Tritshler y Córdova fue elegido obispo de Yucatán.[45] La fuerza de Gillow tampoco pudo frenarse y siguió interviniendo en la designación de otros obispos, como la de Francisco Orozco en Chiapas y de Francisco Banegas en Tabasco. A pesar de que este último personaje no era egresado del Colegio Pío Latinoamericano, se mantuvo cercano a los intereses del clero romano.[46]

A partir de las primeras décadas del siglo xx, comenzó la consolidación de este grupo con la ocupación de las diócesis de Chihuahua, San Luis Potosí, Tehuantepec, Tulancingo, Cuernavaca, Linares, Chiapas, Campeche, Monterrey, León, Córdova, Yucatán, México, Guadalajara y Michoacán.

 

Conclusiones

 

El fin del dominio español en América Latina produjo la ruptura del sistema legal bajo el cual la Iglesia y la monarquía española habían permanecido unidas. Eso produjo una serie de ambigüedades en torno del problema de las relaciones entre los gobiernos independientes y el papado que varios países de América Latina pudieron resolver estableciendo una relación formal con éste. Sin embargo, en el caso de México la política liberal y la oposición que finalmente esgrimió la mayoría de la jerarquía al proceso de reforma obstaculizaron esos intentos. Pero la preocupación de Roma iba más allá de la negociación formal con los gobiernos de las Repúblicas latinoamericanas, contemplando una reforma eclesiástica que le permitiera recuperar los espacios políticos y sociales sin el apoyo del estado y que le permitiera, por otro lado, contrarrestar el proceso de secularización que vivía la mayoría de los países católicos. Para lograr ese objetivo, el Vaticano intentó reforzar su presencia en América Latina, mediante un proceso de reforma que cobró mayor fuerza en las últimas décadas del siglo xix, tendiente a fortalecer la posición de la Iglesia católica frente al proceso de secularización. El papado planteó una política específica para Latinoamérica a partir de la idea de una identidad común entre los países, que eludió el reconocimiento de sus diferencias. La reforma eclesiástica se caracterizó por la paulatina romanización de las iglesias latinoamericanas tendiente a fortalecer la autoridad de la jerarquía romana y del papado frente al poder que ejercía el clero local.

Para lograr este propósito el Vaticano siguió tres estrategias: la creación del Colegio Pío Latinoamericano en Roma; la injerencia en la política eclesiástica local mediante un visitador apostólico y la celebración del Primer Concilio Plenario de América Latina.

El Vaticano se propuso apoyar, mediante la fundación del Colegio Pío Latinoamericano, la organización de una nueva jerarquía sacerdotal ligada con la curia romana, con la cual pudiera tener mayor control del clero latinoamericano y sus jurisdicciones. La formación de un nuevo grupo sacerdotal mexicano en el Colegio Pío Latinoamericano rompió con las formas de ascenso reconocidas por la jerarquía local. Como señala Rodric Ai Camp, los seminaristas que ingresaban al Colegio Pío Latinoamericano se ponían “en contacto con numerosos sacerdotes de América Latina [lo que a la vez] los separaba de sus compañeros en México”.[47] Su formación reconocía lealtades fuera de los capítulos locales y su ascenso dependía de la protección que les otorgaban los prelados con una relación más estrecha con el Vaticano, como en los casos de Labastida y Gillow.

Los egresados del Colegio Pío Latinoamericano comenzaron a ocupar, con el apoyo del Vaticano, las posiciones de nuevas jurisdicciones eclesiásticas, cuya creación continuó con la fragmentación del vasto y rico territorio que se había acentuado desde 1863. La nueva formación de sedes episcopales produjo la apertura de espacios que hasta entonces habían sido controlados por un reducido número de jerarcas quienes, con una formación y trayectoria local, habían ocupado las principales posiciones en los cabildos de las sedes episcopales. Muestra de ello fue el caso de la creación de la diócesis de Aguascalientes, en donde el cabildo de Guadalajara se resistió a perder sus posiciones como ya he referido.

Se puede afirmar que la visita de Averardi a México apoyó el proceso de romanización, pero sólo hasta cierto punto, en tanto que, con la pretensión de aumentar el control de los funcionarios romanos en la política eclesiástica local, empleó una línea que propició aún más la división del clero mexicano e incluso dentro del grupo Pío Latino, lo que en algunos casos obstaculizó el ascenso de algunos de sus miembros.

La celebración del Primer Concilio Plenario de América Latina formalizó la postura de Roma hacia Latinoamérica. Los decretos de la asamblea reafirmaron y dieron un carácter legal al poder del papa y de la jerarquía romana, como máximos dirigentes de la Iglesia católica universal. Eso nos muestra, hasta cierto punto, la forma en que prevaleció una visión poco crítica del Vaticano sobre América Latina en la que se mantuvo una postura reservada por su problemática social, en virtud de cumplir un objetivo de carácter institucional que buscó la homogeneización de las iglesias y alcanzar máximo control sobre los territorios eclesiásticos. Este primer Concilio se puede considerar como el primer articulador de las iglesias latinoamericanas, en tanto que, a partir de éste, se dieron los primeros pasos para organizar su funcionamiento directamente desde el Vaticano.

 

 



[1] Maestra en historia por el Colegio de Michoacán, doctora por el Centro de Estudios Históricos del mismo plantel.

[2]Publicado en la revista Historia Mexicana, julio-septiembre, año/vol. lv, número 001, El Colegio de México, A.C. Distrito Federal, México, 2005,  99-144.

[3] José Dolores Mora y del Río. Nació en Pajacuarán, Michoacán., el 24 de febrero de 1854. Fue hijo de Miguel Mora e Ignacia del Río. Minorista del Seminario de Zamora en 1874. Enviado y sostenido por Plancarte al Colegio Pío Latinoamericano (1876-1881) Rector y maestro del Colegio de San Luis Gonzaga de Jacona en 1882. Promotor del patronato de la virgen de Guadalupe sobre toda América Latina. Obispo de Tehuantepec, Oaxaca en 1893 y de Tulancingo, Hidalgo en 1901. Fue nombrado Arzobispo de México en 1908. Falleció en San Antonio, Texas, el 22 de junio de 1928.

[4] Respuesta 29-III-1898 cita 61, en Antón M. Pazos, Anuario de Historia de la Iglesia, VII Instituto de Historia de la Iglesia, Facultad de Teología, Universidad de Navarra, 1998, 199.

[5] “Letras apostólicas convocando el Concilio Plenario de América Latina”, 25 de diciembre de 1898, en Actas y Decretos del Primer Concilio, 1906, XXI.

[6] En la parte final de este trabajo se incluye un anexo con el nombre de los asistentes.

[7] La referencia fue sustituida por un artículo denominado “De las diversas clases de personas” que trató principalmente la situación de los extranjeros y de los obreros, tema reciente en los discursos clericales, véase tít. xi. El celo por el bien de las almas y de la caridad cristiana, cap. ii. núm. 766, en Actas y Decretos del Primer Concilio, Plenario de América Latina, Roma, s.p.i., 1906, 431.

[8] Título iii, De las Personas Eclesiásticas, cap. I, De los Obispos, núms. 182-186, en Actas y Decretos del Primer Concilio Plenario de América Latina, Roma, s.p.i., 1906, 117-135.

[9] Título iv, Del culto divino, cap. viii “De los Sagrados Ritos y del Ritual”, núm. 432, p. 251. El último artículo del Concilio establecía lo siguiente: “Las leyes y costumbres aun inmemoriales, sean provinciales, o diocesanas, o locales, sea cual fuere el nombre con que se las designe aunque se diga o crea que son dignas de especial mención, siendo de cualquier manera contrarias a los Decretos de este Concilio Plenario, quedan derogadas y suprimidas, dejando a salvo los indultos concedidos por la Santa Sede, y el derecho de recurrir a la misma Santa Sede Apostólica”. Título xvi, De la Promulgación y Ejecución de los Decretos del Concilio,  cap. único, núm. 998, en Actas y Decretos, del Primer Concilio Plenario de América Latina, Roma, s.p.i., 1906, 563.

[10] Título XI El celo por el bien de las almas y de la caridad cristiana, cap. VII, “De la protección al Seminario Pío Latino Americano de Roma y su sostenimiento”, núm. 797, en Actas y Decretos del Primer Concilio Plenario de América Latina, Roma, s.p.i., 1906, 449-450.

[11] México su estado político y en sus relaciones con la Iglesia, 1856, manuscrito. Archivo General de la Congregación de las Hijas de María Inmaculada de Guadalupe, México. (en lo sucesivoAGCHMIG).

[12]José Antonio Plancarte, nació en la ciudad de México el 23 de diciembre de 1840. Estudió en el Colegio Seminario de Morelia entre 1852-1854, después en el Colegio Seminario Palafoxiano y posteriormente se trasladó a Inglaterra, ingresó, en 1856, al Colegio de Santa María de Oscott en Birmingham, donde estuvo hasta 1862. Una vez que decidió tomar la carrera sacerdotal con el apoyo de su tío, el obispo Labastida, fue aceptado en la Academia Eclesiástica de Nobles -en la cual, como se mencionó en una nota anterior, habían estudiado el papa León xiii, Ignacio Montes de Oca y Eulogio Gillow, entre otros-, a pesar de que ésta era una institución dedicada a educar a los miembros de la nobleza italiana. Fue ordenado el 11 de mayo de 1865 con adscripción a la arquidiócesis de México. Al año siguiente regresó a México y fue enviado a la diócesis de Zamora por su superior el arzobispo Labastida, para iniciar un proyecto educativo que incluía el envío de jóvenes mexicanos al Colegio Pío Latinoamericano. Fungió como párroco de Jacona, Michoacán, entre 1867-1882. De 1870-1876 Plancarte organizó el ingreso de dos grupos de seminaristas a Roma, formado por jóvenes que en su mayoría eran oriundos del Bajío zamorano. Los estudios fueron costeados tanto por el legado del obispo Munguía, como por los peculiares de Labastida y de Plancarte. Inició la creación de congregaciones femeninas de vida activa en México, con la fundación de las Hijas de María Inmaculada de

Guadalupe. Fue nombrado Misionero Apostólico, cargo que ocupó de1877 hasta su muerte en 1898. Cuando fue párroco de Jacona organizó la primera coronación pontificia de una imagen mariana en América Latina, labor que continuó al promover ese privilegio para la imagen de la virgen de Guadalupe en su cargo de abad de la Colegiata de Guadalupe en septiembre de 1895.

[13] Los casos referidos eran los siguientes: José Antonio Plancarte y los conflictos durante su administración parroquial en Jacona, que habían  interrumpido su nombramiento como obispo titular de Constanza; el proceso del obispo de Tamaulipas Eduardo Sánchez Camacho, por declararse contra la aparición de la virgen de Guadalupe y de su coronación; las acusaciones contra el obispo de Durango presentadas por un miembro de su cabildo y la denuncia del canónigo García Álvarez del Arzobispado de México. ASV,  Roma, Visita Apostólica de Mons. Nicolás Averardi a México.

[14].ASV, Roma, Visita Apostólica de Mons. Nicolás Averardi a México.

[15] Eulogio Gregorio Guillow y Zavalza, nació en Puebla, Puebla, el 11 de marzo de 1841. Desde los diez años fue enviado a estudiar a Inglaterra donde permaneció por espacio de tres años en el colegio Stonyhurst dirigido por jesuitas. Posteriormente pasó al colegio de Alost en Bélgica, también jesuita, donde concluyó sus estudios en humanidades. Más tarde, durante una visita a Roma y después de una audiencia con Pío IX, fue invitado a ingresar a la Academia Eclesiástica de Nobles y concluir sus estudios en la Universidad Gregoriana. Miembro de una acaudalada familia de terratenientes poblanos, se dedicó con gran entusiasmo a emprender una serie de proyectos agrícolas e industriales en la región, que lo llevaron a entablar relaciones con el presidente Porfirio Díaz, con quien desarrolló una estrecha amistad. Véase Cecilia Bautista García, “Un proyecto agrícola-industrial en el Río Atoyac: el obispo Gillow y la hacienda de Chiautla, Puebla (1877-1914)”, en Tzintzun, 38 (jul.-dic. 2003), 135-160. Díaz intervino ante Roma para que fuera nombrado como obispo de Oaxaca en 1887, arquidiócesis a partir de 1892. Murió en Ejutla, Oaxaca, el 18 de mayo de 1922.

[16] Ignacio Montes de Oca y Obregón, nació en Guanajuato el 26 de junio de 1840. Estudió en el Colegio de Santa María de Oscott de 1852-1857 y en el Seminario Conciliar de México. Ingresó al Colegio Pío Latinoamericano en Roma en 1858. Compañeros de los mismos colegios, Montes de Oca y Plancarte iniciaron una estrecha amistad en la que se combinó cierta identificación motivada por su pertenencia a un grupo de familias notables que combinaban su riqueza con ascendencia aristocrática. Fue ordenado el 28 de febrero de 1863 y preconizado obispo de Tamaulipas en marzo de 1871. Se trasladó a Linares en 1879 y en 1884 a San Luis Potosí. Participó en algunos proyectos educativos de Antonio Plancarte, pero se caracterizó por varios conflictos con otros eclesiásticos, entre ellos Eulogio Gillow. Murió en Nueva York el 18 de agosto de 1921.

[17] Francisco Orozco y Jiménez nació en Zamora, Michoacán, el 19 de octubre de 1862. Hermano de Luis Orozco, fue llevado por Plancarte al Colegio Pío Latinoamericano (1876-1888) cuyos estudios sostuvieron sus padres y Plancarte. Fue catedrático en el Seminario de Zamora y párroco en el templo de San Francisco de esa ciudad, y de la hacienda La Noria en la diócesis zamorana. Fue maestro de filosofía en el Colegio Clerical de San Joaquín donde Plancarte era rector. Su trayectoria académica incluyó la impartición de cátedras en la Universidad Pontificia de México y en el Seminario Conciliar de México, institución de la cual llegó a ser vicerrector. Fue nombrado obispo de Chiapas en 1902, de donde fue trasladado en 1912 a la arquidiócesis de Guadalajara. En sus gobiernos episcopales continuó con la labor educativa que había iniciado bajo la dirección de su tío Antonio Plancarte, caracterizada por la fundación de congregaciones religiosas de vida activa. En Chiapas fundó la casa de Religiosas Brígadas, un orfanato para niñas y niños y pensionó a seis estudiantes al Colegio Pío Latinoamericano. Murió en Guadalajara el 18 de febrero de 1936. Juan de Jesús Herrera y Piña, nació en Valle de Bravo, Estado de México -Valle de Temascaltepec-  el 26 de diciembre de 1865. Sobrino del padre Arroyo educado en Roma. Fue el alumno más joven que Plancarte envío al Colegio Pío Latinoamericano (1876-1880). Maestro en el Colegio Clerical de San Joaquín. En el Seminario Conciliar estuvo a cargo de las cátedras de Derecho Público y de Instituciones Canónicas y fue su rector hacia 1900. Al igual que varios de sus compañeros pio latinoamericanos, fue fundador de una congregación religiosa que llevó el nombre de las Hermanas Catequistas de los Pobres, en Monterrey, Nuevo León (1923). Fue obispo de Tulancingo, 1907 y se trasladó en 1921 a la diócesis de Linares.

[18] Véase Menéndez Rodríguez, Hernán, Iglesia y poder, proyectos sociales, alianzas políticas y económicas en Yucatán, 1857-1917, México, Nuestra América, 1995

[19] Laura O'dogherty,  “El ascenso de una jerarquía eclesial intransigente, 1890-1914”, en  Manuel Ramos, (comp.), Memoria del I Coloquio Historia de la Iglesia en el siglo xix, México, El Colegio de México, Condumex, 1998,  183

[20] Betancourt Torres, Rómulo. Nació en Irapuato, Guanajuato, el 17 de febrero de 1858. Estudió en la Escuela de Medicina en la ciudad de México en 1876 y en el Colegio Seminario de Morelia en 1880. Cura de La Piedad, 1889; cura de Celaya en 1894. Prebendado en la Iglesia Catedral de Morelia en 1898. Segundo obispo de Campeche, tomó posesión el 20 de diciembre de 1900. Murió en Mérida, Yucatán, el 21 de octubre de1901.

[21]Laura O'dogherty,  “El ascenso de una jerarquía eclesial intransigente, 1890-1914”, en Manuel Ramos, (comp.), Memoria del I Coloquio Historia de la Iglesia en el siglo xix, México, El Colegio de México, Condumex, 1998, 185

[22] Carta de Nicolás Averardi a Mariano Rampolla. ASV, Posizione 2ª, fascículo 5º, 00192-00194 (429rv.-420r.).

[23] La administración interina de Nieto en Aguascalientes se ha calificado como positiva, por el fomento a la educación pública y la estabilización que logró de las situaciones económica y política del entonces Departamento de Aguascalientes. Esa demarcación había sido formada en 1837 y durante varios periodos luchó por su consolidación como estado independiente por medio de constantes forcejeos por su resistencia a anexarse al estado de Zacatecas. Luisa Beatriz Rojas Nieto, et al., Breve historia de Aguascalientes, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, 93-94.

[24] Pedro Loza, arzobispo de Guadalajara al Visitador Apostólico Nicolás Averardi. ASV, 00220-00228 (464-467rv. 468r.), Guadalajara, 29 de agosto de 1896.

[25] Entre las empresas estaban las encargadas de los talleres del Ferrocarril Central, señalan que el obispado contará con diez parroquias: La Asunción, El Señor del Encino, Jesús María, Calvillo, Rincón de Romos y asientos que pertenecen al estado. Ojuelos, La Encarnación, Teocaltiche y Paso de Sotos, pertenecientes al de Jalisco. ASV, 00233-00234Carta dirigida al papa por varios vecinos de Aguascalientes, Aguascalientes, 12 de enero de 1899 y 00235-00237 (512-513rv.). Carta de Felipe Nieto, Francisco del Hoyo, Carlos Sagredo y Dr. Carlos M. López a Averardi. Aguascalientes, 12 de enero de 1899.

[26] ASV, 00217 (461 Lr.). Felipe Nieto, 26 de junio de 1896.

[27] Véase Luisa Beatriz Rojas Nieto, et al., Breve historia de Aguascalientes, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, 91-97.

[28] Sagredo fue gobernador del estado en 1899. Luisa Beatriz Rojas Nieto, et al., Breve historia de Aguascalientes, México, Fondo de Cultura Económica, 1994, 115-118. Véase también Jesús Gómez Serrano,  “El ocaso de la clase latifundista”, en Enrique Rodríguez Varela  (comp.), Aguascalientes en la historia: 1786-1920, Documentos, crónicas y testimonios, México, Instituto de Investigaciones Dr. JoséMaría Luis Mora, 1988, t. IV, vol. II., 368- 379.

[29] ASV, 00244-00245 (500rv.). Confidencial Reservada a José María Portugal obispo de Saltillo de N. Averardi, México, 7 de marzo de 1899.

[30]ASV, 00243 (519rv.). Historia del Colegio Pío Latino Americano, 1858-1958, extracto fotocopia mecanografiada Biblioteca del AGCHMIG, t. I. Anónimo de amenaza dirigido a Averardi, Guadalajara, 2 de  marzo de 1899.

[31]ASV, 00244-00245 (500rv.). Confidencial Reservada a José María Portugal obispo de Saltillo de N. Averardi. México, 7 de marzo de1899.

[32]ASV, 00264-00265 (580rv.), 4 de diciembre de 1899. Encarnación de Díaz, carta de Leandro Carví a Felipe Nieto.

[33] La eliminación del Patronato permitió que los cabildos estuvieran en posición de proponer una lista de candidatos, misma que desde el gobierno de Vicente Guerrero se pidió que fuera sancionada por los gobiernos civiles, facultad que después de la ruptura de las relaciones Estado-Iglesia se dejó formalmente al Vaticano, pero que se retomaría más tarde, con características distintas, con el gobierno de Porfirio Díaz. Véase Josefina Vázquez, “Federalismo, Reconocimiento e Iglesia”, en Manuel Ramos (comp.), Memoria del I Coloquio Historia de la Iglesia en el siglo xix, México, El Colegio de México, Condumex, 1998, 94-112.

[34] Archivo del Cabildo Metropolitano de la Ciudad de México (en lo sucesivo ACMCM) México. exp. 7, 10 de marzo de 1891.

[35] Carta de Nicolás Averardi al arzobispo de Michoacán, 15 de febrero de 1898. Archivo Histórico Manuel Castañeda Ramírez, Morelia (en lo sucesivo AHMCR). Diocesano, Gobierno, Correspondencia, Copiadores, c. 54.

[36] Ramón Ibarra González, nació en Olinalá, Guerrero, el 22 de octubre de 1853. Hijo de Miguel Ibarra y de María del Refugio González de Ibarra. Ingresó al Seminario Palafoxiano de Puebla en 1870. Designado en 1877 por el obispo de Puebla Carlos María Colina y Rubio, para ocupar una beca que había fundado en el Colegio Pío Latinoamericano. Canónigo de la Catedral de Puebla en 1885 y vicario capitular en 1887. Nombrado obispo de Chilapa en 1889 y de Puebla en 1902.

[37] Laura O'dogherty,  “El ascenso de una jerarquía eclesial intransigente, 1890-1914”, en Manuel Ramos, (comp.), Memoria del I Coloquio Historia de la Iglesia en el siglo xix, México, El Colegio de México, Condumex, 1998, 185.

[38] Véase Cecilia Bautista García, “Clérigos virtuosos e instruidos: los proyectos de reforma del clero secular en un obispado mexicano, 1867-1882”, tesis de maestría en Historia, Zamora, Michoacán., El Colegio de Michoacán, 2001.

[39] Carta del arzobispo de Michoacán a Nicolás Averardi, 31 de enero de 1899. AHMCR, Diocesano, Gobierno, Correspondencia, Copiadores, c. 54.

[40] Ibíd.

[41] Ibíd. El subrayado es del autor.

[42] José de Jesús E. Ortiz de Ayala y Rodríguez, nació en Pátzcuaro, Michoacán, el 19 de noviembre de 1849 y fue hijo de Jesús Ortiz y Dolores Rodríguez. Estudió en el Colegio de San Nicolás, 1859-1863, al año siguiente ingresó al Seminario de Morelia. Se recibió de abogado en 1870 y se ordenó en 1877. Ingresó al Cabildo Catedral de Morelia el 4 de mayo de 1884. Fue promotor fiscal de la Curia y gobernador de la Mitra, además de que fungió como catedrático de física experimental del Seminario de Morelia y, tiempo después, se desempeñó como vicerrector de esa institución. Ortiz fue hermano del gobernador interino de Michoacán en 1913, Primitivo Ortiz de Ayala y Rodríguez, miembro del Partido Católico. Fue consagrado como primer obispo de Chihuahua el 10 de septiembre de 1893 y después fue trasladado como arzobispo de Guadalajara. Murió el 19 de junio de 1912.

[43] Carta de Averardi al obispo de Zacatecas Buenaventura Portillo, México, 13 de mayo de 1897. ASV, 00381 00382 (252 rv.).

[44] Carta de E. Catón, obispo de Santiago de Chile a Nicolás Averardi, 30 de abril de 1897. ASV, 00383-0384 (297 rv.).

[45]Martín Tritschler y Córdova, nació en San Andrés Chalchicomula, Puebla, el 26 de mayo de 1865. Hijo de Martín Tritschler y Rosa de Córdova. Estudió en el Colegio Pío Latino-americano (1883-1893). Fue ordenado en 1891. Nombrado obispo de Yucatán en agosto de 1900. Falleció el 15 de noviembre de 1942.

[46]Laura O'dogherty,  “El ascenso de una jerarquía eclesial intransigente, 1890-1914”, en Manuel Ramos, (comp.), Memoria del I Coloquio Historia de la Iglesia en el siglo xix, México, El Colegio de México, Condumex, 1998, 183.

[47] Roderic Ai, Camp, Cruce de Espadas: política y religión en México, México, Siglo Veintiuno Editores, 1997, 263

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