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José Miguel Gordoa y Barrios: Presidente de las Cortes de Cádiz y del Primer Congreso Constituyente Mexicano

 

Juan Real Ledezma[1]

 

En el marco del segundo centenario de la primera Constitución de la Monarquía española, se recuerda al tribuno brillante que fue don José Miguel Gordoa y Barrios, quien fuera rector del Seminario de Guadalajara y, primer obispo de esta sede luego del nacimiento de la República Mexicana

 

Ahora que está tan devaluada, e incluso tan detestada la figura del político en general y del diputado en particular, convendría dirigir la mirada así sea someramente, a una de las máximas figuras del parlamentarismo que ha dado este país: don José Miguel Gordoa y Barrios.

Antes de entrar al tema, cabría subrayar como los legisladores nacidos en estas tierras o que vinieron a estudiar a la Real Universidad de Guadalajara, fueron determinantes en la historia constitucional del país; he aquí algunos de los más notables: Miguel Ramos Arizpe, sus intervenciones fueron muy importantes en las citadas Cortes de Cádiz, y por su actuación en el Congreso Constituyente de 1823-1824, se le considera el Padre del Federalismo Mexicano.

José Simeón de Uría Berruecos y Galindo, canónigo de la Catedral tapatía y rector de la Real Universidad, como diputado en Cádiz medio siglo antes de Lincoln, defendió con gran vehemencia los derechos de la raza negra y propuso una audaz reforma agraria.

Valentín Gómez Farías, Padre de Liberalismo Mexicano, como presidente del Congreso Constituyente de 1857, juró de rodillas la nueva Constitución.

Y Luis Manuel Rojas Arriola, presidente del Congreso Constituyente de 1917, por mencionar sólo a algunos auténticos ejemplos.

 

I.- algunos rasgos biográficos

 

José Miguel nació en la Sierra de Pinos, en el actual Estado de Zacatecas, el 21 de marzo de 1771; fueron sus padres los señores María Ana Barrios y Juan Francisco Gordoa, de familia acomodada y con escudo de armas y blasones propios.

En el Colegio de San Francisco de Sales de San Miguel el Grande –hoy Allende- inició sus estudios, los cuales continuó en el Colegio de San Luis Gonzaga en la ciudad de Zacatecas; por su gran capacidad y aprovechamiento se le envió a estudiar a la ciudad de México, donde ingresó al Colegio de San Ildefonso, ahí fue distinguido como presidente de las academias y profesor suplente de Latín y Filosofía; y finalmente en la Real y Pontificia Universidad de México, estudió Teología y obtuvo los grados menores de bachiller en artes y en Teología.

En 1791 llegó a Guadalajara y se matriculó en la recientemente inaugurada Real Universidad, la cual le otorgó el 25 de abril de 1798 la licenciatura en Teología, y el 10 de mayo de 1799 la borla doctoral de la misma facultad teológica; y enseguida se le encomendó la cátedra denominada de Melchor Cano por el autor del libro de texto.

En diciembre de 1800, el obispo Juan Ruiz de Cabañas le confirió la ordenación sacerdotal, y lo nombró catedrático del Seminario Conciliar y le dio el beneficio de la sacristía mayor de la parroquia de Zacatecas, entonces dependiente del obispado tapatío. El ayuntamiento zacatecano lo eligió diputado a las Cortes Españolas de Cádiz, de lo cual trataremos en el siguiente apartado.

Regresó a Guadalajara como medio racionero de la Catedral, luego obtuvo por oposición la canonjía lectoral del Cabildo eclesiástico; fue rector tanto de la Real Universidad de Guadalajara -1819-1821- y del Seminario Conciliar -1818-1831-; también fue electo diputado provincial de Guadalajara, diputado y presidente del primer Congreso Constituyente mexicano y como tal firmó en primer lugar la Constitución federal de 1824; y finalmente el 21 de agosto de 1831, se le consagró obispo de Guadalajara.

Acorde a su ideología de defensor de los Derechos Humanos, ya como obispo defendió y salvó la vida del director de la imprenta del gobierno del Estado José M. Brambila, quien había permitido la impresión de un artículo que criticaba severamente la actuación despótica y autoritaria del comandante militar Ignacio Inclán.

Lamentablemente, su pontificado se apagó mientras practicaba la visita pastoral por los pueblos de la costa del Pacífico, donde contrajo una enfermedad que lo obligó a regresar a Guadalajara, donde falleció al poco tiempo, el 12 de junio de 1832.

 

ii- su actuación en Cádiz

 

Por el voto de los munícipes de la intendencia de Zacatecas fue electo diputado a las Cortes Españolas, reunidas en la ciudad de Cádiz ante la invasión napoleónica, que derrocó a la monarquía de Carlos IV; sin ningún complejo de inferioridad por haber nacido en América –criollo-, actuó con enorme brillantez, la cual le fue reconocida al ser electo presidente del entonces el mayor parlamento reunido en toda la historia de Europa y probablemente de la humanidad, dado que había representantes de los cuatro continentes; integró la Comisión de Juzgados de Primera Instancia y fue electo vicepresidente el 24 de agosto de 1812 y presidente justamente un año después.

Acerquémonos a algunas de sus ideas. Al discutirse el artículo 29 constitucional, para reconocer la igualdad de derechos de todos los habitantes del reino –españoles de ambos hemisferios nativos y naturalizados-, hubo oposición respecto a los derechos raciales de los negros; entonces el teólogo Gordoa aprovechó la ocasión para reconocer no sólo a la raza negra, sino para hacer una apasionada defensa de los más pobres, como los más fieles vasallos de la Corona:

 

“[…] del impávido minero, que se arroja, por decirlo así, a lo más profundo de la tierra para sacar de sus entrañas la sustancia de este mundo, con que florece el Estado, y del artesano laborioso y del humilde labrador, que con el sudor que brota de su fatigada frente cultiva los campos y los fertiliza, cooperando de esta suerte a la opulencia y prosperidad de la nación”.[2]

 

En la sesión del 23 de octubre de 1811, se opuso al ministerio de estado universal y se mostró partidario de la especialización por ramos de la administración pública; argumentaba que salía más caro la tardanza y la ineficacia de una burocracia centralizada, que de una especializada.

Pero el discurso que lo lanzó a la fama fue el de clausura de las Cortes el 14 de septiembre de 1813, he aquí alguna de sus expresiones. Pone a Dios como “Autor y legislador supremo de la sociedad”, luego retóricamente cuestiona la decadencia de España y de sus reinos europeos y de ultramar:

 

“¿Qué fue de sus primeras instituciones? ¿Qué de sus leyes, que contenían mejorada la sabiduría de toda la antigüedad y que sirvieron de ejemplar a los códices de las naciones modernas? ¿Qué de su valor, de su constancia y de la severidad de sus virtudes…? El mismo peso de su grandeza; el poder de reyes soberbios, que lentamente iban extendiendo sus límites; la ambición de los poderosos; la corrupción de costumbres, hija de la riqueza; la peste de los privados, todo contribuyó al olvido y al menosprecio de las leyes y a la disolución moral del Estado”.[3]

 

            Enseguida hace un repaso de la triste situación de España, invadida por Napoleón y:

                                                           

Entonces las Cortes presentaron el espectáculo más grandioso que ha visto la tierra, de congregarse en medio de tantos peligros a salvar la patria, cuando casi ya no había más patria que el terreno donde se juntaron. ¡Oh día siempre memorable, 24 de septiembre! […]”[4]

 

            Más adelante hace un resumen del contenido del texto constitucional: la división de poderes, el reconocimiento del catolicismo como religión oficial, la monarquía con poder ilimitado para hacer el bien, la nivelación de los derechos y obligaciones de los españoles de ambos mundos, la reforma de los tribunales, la reorganización de los servicios educativos en beneficio de la juventud, concluía este apartado:

 

“Permítase que al referir tan memorables beneficios me olvide de que soy diputado en quien reflecta parte de esta gloria; sólo me acuerdo en este instante de que soy un ciudadano que, en cualquier estado y condición, en cualquier ángulo de la monarquía, a la sombra de estas leyes, seré libre y veré felices a mis conciudadanos”.[5]

 

            ¡Admirable párrafo, que define en forma diáfana lo que debería ser la actitud de todo diputado! A quienes dice: “El amor y gratitud de los [representados] y la felicidad de la Patria, ése es vuestro premio”, para nada habla de cuantiosas dietas, bonos, seguros de vida y todo aquello que tanto ofende a nuestra actual ciudadanía [jalisciense].

 

            Finalmente en medio de una gran ovación, dice a los diputados salientes:

 

“Id, pues, a instruirles de los beneficios que les prepara la Constitución; decidles cómo queda, pura, íntegra, ilesa la religión de sus padres; fijad su opinión si se hubiera extraviado; y a aquellos pueblos que aún se hallan disidentes, porque no conocen los deseos y verdaderas intenciones del Congreso nacional, decidles que los mayores enemigos de la esclavitud no pueden desear mayor libertad que la que les asegura esta memorable Carta de nuestros derechos, Haced que, bien instruidos en sus obligaciones y notablemente fieros de su dignidad, piensen y obren como españoles,[6] que por sus virtudes morales y sociales sean el modelo de todos los pueblos de la tierra y que la ciudadanía española sea como fue en otro tiempo la romana, ambicionada por los reyes”.[7]

 

            En José Miguel Gordoa encontramos las grandes cualidades de un diputado digno: congruencia de vida con sus ideales, austero en los bienes materiales, gran orador e ideólogo, que impactó en Cádiz y en México y que hoy debería inspirar a quienes pasaran a la historia –si es que pasan- por su voracidad, ineptitud y demagogia.        



[1] Licenciado en derecho por la Universidad de Guadalajara, maestro en esa disciplina en la Universidad ITESO, autor de varios libros de carácter jurídico e histórico.

[2] Cf. México en las Cortes de Cádiz, Ed. Empresas Editoriales, S. A., México 1949, p. 85.

[3] Op. Cit., p. 224.

[4] Op. Cit., p. 227.

[5] Op. Cit., p. 229.

[6] El término español es aplicable a todos los nacidos en los dominios de la monarquía hispana.

[7] Op. Cit., pp. 233-234.

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