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La peregrinación como teatro político en la Revolución Mexicana. 1910-1930

 

Robert Curley

 

En un momento crucial para la conformación del México contemporáneo tuvo lugar una celebración religiosa, la dedicación de México al Sagrado Corazón de Jesús, en 1914, suceso solemnizado de diversas formas en las diócesis del país. El autor del presente estudio escudriña esta y otras manifestaciones de índole similar  desde un ángulo sociológico novedoso

 

Introducción

 

Entre más contemplo la idea base que inspiró este trabajo, más claro me parece  errónea concepción del mismo. Al principio lo concebí como una posibilidad de analizar la peregrinación como una forma de práctica política, sin embargo, el argumento que aquí expongo pretende demostrar cómo el teatro político se sirvió para sus fines de los mismos elementos de una peregrinación. Considerando que el fenómeno que ha ocupado mi tiempo en este trabajo no siempre puede entenderse como una peregrinación, toda vez que originalmente el hilo conductor de mi estudio es el uso de la calle como escaparate político de una acción colectiva, he de proponer, pues, la inversión de lugar del sujeto y el objeto de mi tema. Cierto es que el fenómeno presenta una clara dificultad para separar de él lo político de lo religioso, entroncado como está con la tradición milenaria de la peregrinación. No obstante, he de concluir que los personajes que habitan estas páginas no siempre se condujeron como “peregrinos”.

La peregrinación ha tenido motivos y destinos variados en la tradición cristiana. El Nuevo Testamento, por ejemplo, recuerda cómo san Pablo cumplió su anhelo de recorrer el lugar en donde el Salvador oró y de relacionarse con la comunidad que Él fundó (Gal. 1,8). Las generaciones posteriores de cristianos peregrinaron a las catacumbas de Roma y a los lugares marcados con la huella de los mártires que allí siguieron el ejemplo de san Pedro. Los destinos de la peregrinación cristiana se multiplicaron, y ya en el siglo ii, además de visitar Jerusalén, se agregaron al itinerario de las peregrinaciones cristianas los poblados de Belén, Nazaret, Caná y otros sitios allende la Tierra Santa.

Tomados en común, estos lugares dan la pauta para preguntarnos sobre los modos y motivos que animaron a cada peregrino a deambular esas rutas: ¿Cómo y por qué los creyentes han buscado el favor de intercesores celestiales para alcanzar una curación, un auxilio o consuelo?

Haciendo un esfuerzo por trazar una tipología en torno a las peregrinaciones, podemos distinguir al menos tres formas básicas: una tradición muy antigua relacionada con motivos proselitistas y ascéticos, es la peregrinación ininterrumpida de predicadores y monjes que con destino incierto marchan a enseñar en nombre de Cristo; segundo, los peregrinos penitentes que viajan a un lugar particular a impetrar la expiación de sus pecados o los de una persona a la que representan. Esta forma de peregrinación se generalizará en los siglos xi y xii, como consecuencia de la celebración del primer milenio cristiano. Finalmente, aquellos que se lanzan al camino con el deseo de obtener en su meta un favor o agradecerlo si ya lo recibieron. El fondo común de toda peregrinación es el deseo de orar ante la tumba de un santo, en el entendido de que la plegaria será más eficaz si se realiza ante las reliquias del intercesor o en algún sitio donde se cree que lo sobrenatural se hace patente. La práctica indica, pues que Dios se manifiesta de forma más directa a los fieles en estos lugares que en otros, lo cual no deja de ser paradójico en el ámbito del cristianismo, el cual, separándose del concepto pagano de la peregrinación, sostienen que indistintamente se pueden ofrecer plegarias a Dios en un templo o en cualquier otro sitio.

En atención a esto último, ¿por qué emprender una peregrinación como lo hacen miles de cristianos? ¿Por qué visitar los lugares en donde Cristo caminó, donde los mártires sufrieron una muerte cruel o incluso donde se afirma que la Virgen María se apareció?

            La respuesta, en apariencia obvia, sería considerar que un sinnúmero de individuos actúa en un campo discursivo determinado bajo la inducción de sus jerarcas, como en el caso que estudiaremos lo fueron obispos de México de ese tiempo.

Empero, yo deseo agregar otra posibilidad interpretativa que aspiro sea más fecunda: sustentar que los motivos de la peregrinación se ajustan más que a la voluntad de personas, a las contingencias históricas, y que estas nos permiten entender cómo en la vida práctica podrán darse modificaciones sustanciales de lugar y formas en tratándose de sucesos excepcionales, como en el ámbito cristiano lo fueron, según lo apuntamos ya, los cambios registrados por la historiografía en torno a las peregrinaciones alrededor del año 1000 de la era cristiana. De sobra sabemos que hacia tal año se hizo una creencia común el sostener que la historia se acabaría con la celebración del milenio del nacimiento de Jesucristo. Esto no sucedió -huelga decirlo- pero, según dijimos, durante los siglos xi y xii se registró un ascenso en las peregrinaciones, en particular las de carácter penitencial. De manera similar -guardando toda distancia-, la antigua tradición del peregrinaje pudo adquirir un contexto nuevo en el siglo xix y durante la revolución mexicana que puede ser susceptible de análisis, según lo diré.

            A esa conclusión he llegado gracias a un profesor de filosofía del seminario de Morelia, el presbítero José María Soto, Operario Guadalupano en 1909, activo propagandista del salario mínimo para los obreros desde antes de la revolución mexicana. Él dio una conferencia en 1904 en el marco de una reunión nacional de católicos -obispos, presbiterio y seglares- celebrada en Morelia. Allí, Soto aludió a una lectura reciente que le había intrigado: un periódico italiano, de ideología liberal, argüía un cambio en la motivación de las peregrinaciones modernas con respecto a las de tiempos pasados: si las de antigüedad eran motivadas por el deseo de expiación de las propias culpas, las modernas tenían como motivo las ajenas. El peregrino moderno, simplificaba el articulista, “invocaba con sus preces los efectos de la divina justicia contra sus hermanos extraviados”. El artículo recordado por Soto concluía advirtiendo que las peregrinaciones modernas constituían un movimiento político de claro peligro para los gobiernos y que por tanto había que combatirlas.

            A Soto le intrigaba una propuesta vertida desde el contexto general de la hegemonía del liberalismo en Europa durante el siglo xix, que entre otras cosas disolvió, en 1870, los Estados Pontificios como paso obligado para alcanzar la creación de la Italia unida y republicana, y que a pesar de esto seguía temiendo los intentos de una restauración católica en Europa y en América.

Soto expresó su desacuerdo con el periódico italiano insistiendo en que los peregrinos modernos no pedían a Dios un castigo para los secuaces del liberalismo. En contraste, siguiendo la metodología de principios del siglo xx, el clérigo ofrece una interpretación matizada, analizando la peregrinación a través de un lenguaje sociológico de inspiración religiosa. Para él, la diferencia estaba en el “fin” y la “significación social” de la peregrinación. En corto, el fin no es la venganza sino el perdón: los peregrinos modernos pedían la misericordia divina, el perdón de Dios para los hermanos culpables. En el siglo xxi la diferencia puede parecernos semántica, y quién sabe cómo habría respondido el autor –confeso de liberalismo- del artículo original. Pero, para Soto y los pensadores católicos de 1900, la distinción era clara y radical. La significación social, o contexto de la peregrinación en ese tiempo es la emergencia suscitada por gobiernos anticristianos, empeñados en desterrar a Jesús de la sociedad civil. En resumen, el problema para los creyentes, según Soto y otros de su generación, consiste en estar sometidos a las decisiones de gobiernos ateos.

Aunque es obvio que merecen atención, voy a pasar por alto el análisis de los términos “anticristiano” y “ateo” en el discurso de Soto. Lo que me interesa aquí es más sencillo: el despliegue de la forma tradicional de la peregrinación a fines nuevos, en atención a lo que el presbítero cataloga como “el imperio de los gobiernos anticristianos”.

Soto, enfatizando el carácter público y colectivo de las procesiones, insiste en que las guían dos reglas: primero, la multitud debía asumir un espíritu de oración y segundo, un espíritu de sacrificio. La oración y el sacrificio de los peregrinos modernos -aquí se eclipsa la noción del individuo- ha de dirigirse cada vez más a los sitios sagrados de carácter nacional o local. En principio, el peregrino mexicano debía dirigir sus oraciones a Santa María del Tepeyac, esto es, a la Virgen de Guadalupe. Aunque Soto haga hincapié en el carácter penitencial de las procesiones católicas, en la era revolucionaria estas construirán una identidad religiosa y una devoción capaz de interpelar los temas a debate en la vida nacional, con resultados muchas veces tan políticos como religiosos. El historiador hace bien en preguntarse no sólo sobre los motivos de los obispos, sino los de la multitud en marcha. ¿Qué hacían? ¿En qué sentido se manifestaba la devoción a través de los actos públicos confesionales en los que tomaron abiertamente parte los católicos como tales durante la revolución mexicana? A través de su participación, ellos -hombres, mujeres y niños- dieron a la peregrinación el significado de desfile patriótico y acto de desagravio. Insisto: ellos le dieron tal significado. En este sentido, su actitud simboliza y anticipa el inicio de una práctica nueva del catolicismo militante, la de la peregrinación como testimonio público. Este término, “testimonio público”, cimbra con la resonancia del lenguaje de los derechos humanos y los movimientos populares. Pero lo cito tal cual del trabajo de Soto, él lo usó básicamente de la misma manera en 1904. Su crítica principal en contra de los gobiernos liberales fue que no eran liberales en materia de culto público. Yo añadiría más: los gobiernos mexicanos conservaron el regalismo de los gobiernos borbónicos.

Para sostener lo dicho presentaré tres casos, elegidos para representar momentos distintos durante la revolución mexicana. Los casos son de los años 1914, 1918 y 1921. Espero que yuxtapuestos, ayuden a ilustrar las tensiones entre lo político y lo religioso. De entrada habría que reconocer que no todos pueden entenderse como peregrinación. Pero precisamente entre la peregrinación convencional y los desfiles, manifestaciones y otras formas de protesta pública, encuentro un terreno complejo en donde una masa de militantes y seguidores tomaron la vía pública. Ellos se inspiraron en la idea antigua de salir a la calle a pedir la intercesión de los santos en respuesta a sus tribulaciones, pero el tenor o temperamento de sus acciones a menudo fue clásicamente político: la denuncia de una ley, el repudio a un personaje, la oposición al mal gobierno, o -con la Constitución de 1917- el ejercicio de los derechos de asamblea y petición en busca del desagravio. Los “mueras” arremetieron contra blancos asociados con el liberalismo, el gobierno y sus titulares; a su vez, las “vivas” se lanzaron en apoyo a la patria y los personajes de la vida religiosa.

 

1.3.La dedicación de México al Sagrado Corazón de Jesús, enero de 1914

 

El 11 de enero de 1914, los obispos mexicanos celebraron procesiones silenciosas a favor de la paz, a nombre del Sagrado Corazón de Jesús. La mayoría de las procesiones se realizaron en silencio y sin alterar el orden público. En cada diócesis se celebró una misa en la catedral al terminar la procesión, con la excepción de Jalisco. En Guadalajara, el gobernador José López Portillo y Rojas otorgó un permiso para la procesión, pero la canceló el día del evento. Con miles de personas organizadas en torno a la catedral, el arzobispo Francisco Orozco y Jiménez envió una delegación compuesta por dos damas de la alta sociedad y dos señoritas a pedir al gobernador que reconsiderara su negativa. Pese a las recomendaciones de su secretario de gobierno, el mandatario concedió a la delegación un permiso para que desfilaran mujeres y niños, pero reiteró la prohibición en el caso de los varones. El arzobispo concluyó que había dos interpretaciones posibles: o el desfile era ilegal y se permitía marchar a las mujeres y niños por condescendencia, o era legal, y prohibía a los varones marchar en contravención del estado de derecho. En respuesta, el prelado decidió presentar la respuesta del gobernador a las masas concentradas en el exterior de la catedral.

Al recibir la noticia, la multitud se alborotó y desacató la orden. Al iniciar el desfile, el arzobispo y su cabildo se pusieron al frente. El desfile se extendió a lo largo de nueve cuadras, y dio un recorrido por el centro de la ciudad. Las fuerzas públicas trataron sin éxito de intervenir. Los participantes no guardaron el silencio, prefiriendo lanzar gritos en contra del gobernador. Algunos llevaban ropa y otros distintivos religiosos en abierto rechazo a las leyes de reforma. Ya en camino, la multitud entonó el canto ‘Corazón Santo’, pieza sacra que alaba el Sagrado Corazón de Jesús. Cuando la marcha llegó a su término, el arzobispo vestido con su atuendo episcopal, entonó el himno ambrosiano Te Deum laudamus, antes de bendecir a la multitud.

En resumen, el evento terminó con un acto de culto, nominalmente limitado a los confines del catedral, pero asistido por un público tan grande que se desbordaba por las puertas y ocupaba las calles en torno a la sede arzobispal. Esta práctica, la concentración del público en torno a un templo, devino una de las tácticas más comunes de los católicos jaliscienses durante la revolución mexicana. Era un desafío abierto a las Leyes de Reforma. Constituyendo más que una marcha cívica con tintes religiosos que una peregrinación, el acontecimiento  se convirtió en un momento clave para la formación de la identidad política de los católicos de Guadalajara en particular. Al día siguiente se giraron órdenes de aprehensión para los dirigentes de la marcha, incluyendo el arzobispo, quien salió exiliado a Chicago por dos años. Sin embargo, desde la perspectiva de los católicos, su arzobispo, Francisco Orozco y Jiménez, surgía como un líder cívico de autoridad considerable antes de cumplir su primer año en Guadalajara y cuando el Estado estaba al borde del colapso.

 

2. La huelga clerical de 1918

 

El segundo caso que voy a presentar es la huelga clerical de 1918. Se dio en un contexto de movilización general de la población en contra del gobierno surgido de la constitución de 1917. El detonante tuvo dos aspectos: en primer lugar, el gobernador y el congreso del estado decidieron limitar el número de sacerdotes que podían ejercer su ministerio en el estado de Jalisco a la vez que los subordinaban a la autoridad civil. En segundo lugar, para frenar las posibilidades de un movimiento de oposición, el gobierno volvió a exiliar el arzobispo Orozco y Jiménez. La reacción vio surgir liderazgos laicos y la protesta tomó muchas formas. Sin posibilidades de entrar en detalle, baste decir que se incorporó a una petición escrita, el boicot de periódicos y otros comercios percibidos como antagónicos a la Iglesia, se recurrió al uso de símbolos de protesta en las casas particulares, a la utilización de ropa negra en señal de duelo, a una dieta restringida y a otros votos de sacrificio, por ejemplo, gran parte de la población dejó de ir al cine, escuchar música, bailar, usar los automóviles y los tranvías. Vestidos de negro, muchos católicos manifestaron su repudio en las calles de la ciudad.

            A finales de julio se citó a una manifestación de protesta ante el Palacio de Gobierno; el general Manuel M. Diéguez encaró desde el balcón principal a la multitud. Después de un intercambio tenso de palabras, y frente al reproche pleno de un contingente que se calcula fue entre diez y sesenta mil personas, el mandatario ordenó a la gendarmería desalojar la plaza de armas. Como resultado, agentes de policía golpearon a la multitud compuesta de familias completas, hombres, mujeres y niños. El saldo fue de varios muertos y muchos heridos.

            En respuesta, la arquidiócesis anunció que suspendería el culto en los templos de Guadalajara el 1º de agosto y en el resto del estado un mes después. El vicario general de la arquidiócesis, el doctor Manuel Alvarado, gobernador de la Mitra en ausencia del arzobispo, razonó que si el clero no podía ejercer, tampoco debía registrarse ante el gobierno. Como era de esperarse, durante los últimos días de agosto, los templos de Guadalajara estuvieron atiborrados de fieles deseosos de bautizar a sus hijos, casarse, celebrar la primera comunión, confesarse y todas las demás actividades sacramentales de la Iglesia. Cuando se suspendió el culto público en los templos, cada recinto clausurado se convirtió no sólo en un punto de unión para gran parte de los tapatíos, sino también en el símbolo de un sentimiento social de persecución.

            Antes de terminar el mes agosto, el vicario general publicó una carta circular dirigida a los fieles declarando dos días asistencia obligatoria a dos lugares emblemáticos, el 22 y 23 del mes, el primero en la basílica de Zapopan y el segundo en la parroquia de San Pedro Tlaquepaque, ambos sitios eran destinos populares de peregrinación ubicados en las afueras de la capital. La convocatoria produjo un espectáculo en el que decenas de miles de fieles vestidos de negro a cruzar la ciudad caminando durante dos días con el fin de ir a orar a sus sitios sagrados. Nuevamente, era imposible que los templos albergaran la cantidad considerable de peregrinos, y como resultado, la calle devino en espacio de culto.

            En resumen, esta la campaña logró mantenerse durante meses, hasta que a principios de 1919 el mismo Diéguez pidió al Congreso local derogar la ley de cultos. Meses después, mediante una negociación delicada entre la Mitra tapatía, el gobierno federal y las autoridades Jaliscienses, el arzobispo Orozco y Jiménez regresó a Guadalajara.  

 

3. La coronación de la Virgen de Zapopan, enero de 1921

 

La parte final de mi estudio es para replantear un caso de construcción de la identidad católica a través de una compleja jerarquía social mediatizada por relaciones de clase y género, y manifestada en peregrinación y desfile patriótico. Se trata de la coronación pontificia de la Virgen de Zapopan, en enero de 1921, organizada por la arquidiócesis de Guadalajara. El acto fue además de una manifestación pública de devoción religiosa de dimensiones mayúsculas, una confusión plena de las fronteras entre lo público y lo privado, que puso en tela de juicio la distinción legal entre lo sagrado y lo secular.

            La celebración inició con un ciclo de peregrinaciones que arribaron a la basílica zapopana procedentes de los pueblos y de las parroquias del interior de la arquidiócesis y aun de más allá. A partir del 8 de enero y durante los diez días siguientes, nutridos contingentes de peregrinos se presentaban desde las 6:30 de la mañana a las puertas de la basílica, ya se tratara de organizaciones de fieles laicos y piadosas, o bien, acompañados de sus párrocos. Acto continuo, cada uno de esos días, algún miembro del cabildo diocesano los recibía; ocupaban los peregrinos algún lugar en la nave del templo, ante alguno de sus múltiples altares laterales, para presenciar una misa después de la otra, generando una suerte de movimiento confuso, donde la plegaria y la devoción parecían ensambladas con el caos de un tianguis. Esto que pasaba por las mañanas siguió acaeciendo por la tarde: nueva ronda de peregrinos procedentes de las parroquias más cercanas. A las 9:00 de la mañana cada día, la arquidiócesis ofreció una misa pontifical coordinada de modo que durante estos días, algún señor obispo presidió la misa, correspondiéndole a algún brillante orador predicar la homilía.

            El onceavo día de la celebración, 18 de enero, se celebró la coronación. Los devotos llegaron a catedral desde muy temprano por la mañana y se encontraban grupos procedentes de decenas de pueblos a lo largo y ancho de Jalisco. La estatua de la Virgen vistió ropa espectacular, hecha de sedas, oro y piedras preciosas donadas por los fieles. Asociada  con la Independencia de México, fue proclamada en 1821, un siglo antes, generala de la tropa mexicana. Cuando se consumó la coronación, volaron las campanas de todos los templos, las de la catedral avisando y generando un eco concéntrico en todo el valle de Atemajac. La multitud, nuevamente, rebosaba sobradamente la capacidad de la catedral de Guadalajara, y hacia donde alcanzaba la vista, un mar de fieles se hincó en las calles de la ciudad al oír el repique de las campanas. Después, se suscitó un regocijo general y un largo coro de gritos, vivas y rezas.

            Después de la misa, entre diez y veinte mil personas se reunieron en el jardín de San Francisco, en el sitio en donde el gobernador de Jalisco había lanzado las fuerzas policíacas en contra de un grupo pacífico en 1918. El jardín se había convertido en un sitio de mártires y en el futuro los católicos de Guadalajara dejarían otros más allí mismo. Pero este día fue de fiesta y la multitud se organizó a través de las asociaciones laicas en un largo desfile. En frente iba una vanguardia de hombres, incluyendo los Caballeros de Colón y la Asociación Católica de la Juventud Mexicana. Todos llevaron linternas verdes con velas prendidas. En seguida, desfilaron los grupos de mujeres, la Unión de Damas Católicas y otras asociaciones más populares. Ellas llevaron linternas blancas. Atrás siguieron los obreros, organizados a través de sus sindicatos, armados con linternas rojas. Toda la multitud formó una bandera tricolor parpadeante que se extendió muchas cuadras en un acto de patriotismo profundamente arraigado en la cultura religiosa local. Fue una ofrenda a la Virgen de Zapopan y a la República a la vez. El desfile avanzó mediante los gritos contantes de “Viva” a Cristo Rey, la Virgen de Zapopan, la Iglesia Católica, el papa Benedicto xv, el episcopado mexicano, México, Jalisco, y a la libertad religiosa.

            Al día siguiente, 19 de enero, la multitud volvió a formarse en frente de catedral, en número de quince mil personas, para acompañar a la Virgen en su recorrido desde el viejo centro de Guadalajara a su casa, la basílica de Zapopan. La estatua iba a bordo de una carroza decorada en seda y oro, cubierta en flores y jalada por un equipo de caballos negros ataviados en blancas gualdrapas y llevadas por lacayos impecablemente vestidos. Después de unas cuadras, los devotos separaron el equipo de caballos y turnaron jalando la carroza hasta llegar a Zapopan, una peregrinación de varias horas. Los devotos cantaron, rezaron y danzaron por el camino. La procesión iba acompañado por grupos de danzantes y concheros una larga fila de automóviles. Al llegar a Zapopan les esperaba un mar de personas por los laterales del camino, en las azoteas de las casas y en el atrio de la basílica. Repicaron las campanas para recibir a la Reina triunfante.

Una conclusión general es que vale la pena revisar la revolución mexicana a través de las actitudes básicas de la fe y la devoción religiosa, y que la  atención a la religiosidad local apuntale el compromiso con la historiografía desde abajo a medida que el historiador logra separar a los obispos, el clero y los fieles, cada grupo con su propia motivación y subjetividad. En específico, quiero reiterar que no podemos analizar la política y la religión como si existieran por separado. En la revolución mexicana se confunden, se inmiscuyen, no son separables.

            Los casos presentados nos remiten a la memoria colectiva de los mexicanos y la construcción de una identidad religiosa y cívica combativa. La constitución de 1917 relegará a  la religión a una esfera privada imaginaria, pero esto, empíricamente, no existe. Se combinaron distintos tipos de manifestación pública y la peregrinación formó sólo una parte, una táctica, en un repertorio amplio. También es cierto que la marcha cívica y el desfile patriótico se imbuían o teñían de los atributos de la peregrinación, en particular a través de las oraciones, cantos o gritos de desagravio. En fin, aunque José María Soto no lo reconociera, me da la impresión que el testimonio público de las masas católicas en Jalisco se desbordó. Como resultado, junto con las oraciones que pedían la misericordia divina, surgió un reclamo que invocaba los efectos de la divina justicia en contra de los hermanos culpables.



Doctor en Filosofía en Historia por la Universidad de Chicago. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel I. Líneas de Investigación: secularización y Política.

Acción y efecto de peregrinar, esto es, ir en romería a un santuario por devoción o por voto. En algunas religiones, peregrinar es vivir entendiendo la vida como un camino que hay que recorrer para llegar a una vida futura en unión con Dios después de la muerte (Cf. Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española).

Obras generales sobre el fenómeno de la peregrinación incluyen Mary Lee Nolaln y Sidney Nolan, Christian Pilgrimage in Modern Western Europe, Chapel Hill, N.C.: The University of North Carolina Press 1989; y Victor Turner y Edith Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture: Anthropological Perspectives, Columbia University Press, New York 1978.

Peter Harbison, Pilgrimage in Ireland: The Monuments and the People, Syracuse University Press, Syracuse, N.Y 1992.

Harbison, Pilgrimage, p. 23.

Nolan y Nolan, Christian Pilgrimage; Turner y Turner, Image and Pilgrimage in Christian Culture; Harbison, Pilgrimage, 11-22.

Memoria del Segundo Congreso Católico de México y Primero Mariano,Talleres Tipográficos de Agustín Martínez Mier, Morelia 1905.

Memoria del Segundo Congreso Católico, 369.

Memoria del Segundo Congreso Católico, 371.

Sobre el caso italiano, ver John Pollard, Catholicism in Modern Italy: Religion, Society and Politics since 1861, Routledge, London 2008; S. William Halperin, The Separation of Church and State in Italian Thought from Cavour to Mussolini, Octagon Books, New York 1971 [1937].

Memoria del Segundo Congreso Católico, 369-71.

Evidentemente, el aumento en la popularidad de las devociones marianas no fue únicamente un fenómeno del siglo diecinueve mexicano; ver, por ejemplo, William J. Callahan, The Catholic Church in Spain, 1875-1998, The Catholic University of America Press, Washington, D.C 2000; Thomas A. Kselman, Miracles & Prophecies in Nineteenth-Century France, Rutgers University Press, New Brunswick, N.J. 1983.

Memoria del Segundo Congreso Católico, 372.

Francisco Orozco y Jiménez, Segunda carta pastoral del Ilmo. y Revmo. Sr. Dr. y Mtro. D. Francisco Orozco y Jiménez, 5o Arzobispo de Guadalajara con motivo de la solemne consagración de la república mexicana al sacratísimo corazón de Jesús, Tipografía de ‘El Regional’, Guadalajara 1913, 8 pp.

Evidentemente, no era poco común este tipo de peticiones. Desde 1899, El Papa León xiii había consagrado a la humanidad en nombre del Sagrado Corazón, y para 1919, el Rey Alfonso xiii dedicaría a España en el mismo sentido; ver León xiii, Annum Sacrum, 25.05.1899; y Mary Vincent, Catholicism in the Second Spanish Republic: Religion and Politics in Salamanca, 1930-1936, Clarendon Press, Oxford 1996, 92.

Antonio Rius Facius, De Don Porfirio a Plutarco, Historia de la A.C.J.M., Jus, México 1958.

Vicente Camberos Vizcaíno, Francisco el Grande. Mons. Francisco Orozco y Jimenez. Biografía, Jus, México 1966, 246.

El Diario de Occidente, 14.01.1914; “Por su patria y por su dama,” El Diario de Occidente, 15.01.1914; Gavroche, “Maledicencias”, El Diario de Occidente, 14.01.1914; El Correo de Jalisco, 9 y 13.02.1914.

Francisco Orozco y Jiménez se exilió por primera vez en los Estados Unidos en 1914, de nuevo en 1918; su tercer exilio fue a Roma en 1929 al terminar la rebelión cristera. Allí permaneció hasta el fin de su vida, regresando con el permiso del presidente Lázaro Cárdenas en 1935. Falleció el año entrante, a los 72 años. Camberos Vizcaíno, Francisco el Grande, es la biografía más completa de Orozco y Jiménez; ver también J. Ignacio Dávila Garibi, Apuntes para la historia de la Iglesia en Guadalajara, Tomo 5, Editorial Cultura, México 1977, que contiene una combinación de material biográfico y documentos de época pertinentes a su vida.

Anacleto González Flores, La cuestión religiosa en Jalisco. 2ª edición, A.C.J.M., México 1920, 315; Rius Facius, De Don Porfirio, 104-108.

Fondo Palomar y Vizcarra (en adelante FPyV), 41.297.3207, Álvarez Tostado y Palomar y Vizcarra, 22-23.07.1918; Biblioteca Pública del Estado de Jalisco (en adelante BPE), Miscelánea 783.7, “Apuntes,” 19. El Informador, 23.07.1918, estimó más que diez mil personas.

FPyV, 41.297.3206, Álvarez y Palomar, 22-23.07.1918; FPyV, 41.297.3207, Álvarez y Palomar, 22-23 Julio 1918; González Flores, Cuestión Religiosa, 321-23.

Rius Facius, De Don Porfirio, 111.

BPE, Miscelánea 783.7, “Apuntes,” 21; Dávila, Apuntes, 5:380-85.

Para un punto de comparación oaxaqueño, ver Edward Wright-Rios, “Envisioning Mexico’s Catholic Resurgence: The Virgin of Solitude and the Talking Christ of Tlacoxcalco 1908-1924,” Past & Present, No. 195, Mayo 2007, 197-239; Cuarto Congreso Católico Nacional Mexicano, Tipografía de la Casa de Gama, Oaxaca, 1913.

Album de la coronación de Ntra. Sra. de Zapopan, Impresores y Editores Juan Kaiser Sucs., S. En C., Guadalajara 1921.

John Goggin, “Pontifical Mass”. The Catholic Encyclopedia. Vol. 12, Robert Appleton Company, New York 1911. 28.05.2009, , consultado 20.11.2009.

El Informador, 19.01.1921, 1- 3, incluye fotografías; Album de la coronación, 64-66, 70-73; Álbum de la coronación, apéndice, 10, 18.

El Informador, 19.01.1921, 1, 3; Álbum de la coronación, 76; Luis Páez Brotchie, Jalisco, historia mínima, H. Ayuntamiento Municipal, Guadalajara 1985 [1940], 363: ambas fuentes citan el estimado de veinte mil personas que publicó La Epoca. El Obrero, No. 86, 22.01.1921, 1-2, estima treinta mil. Para contextualizar las cifras, treinta mil manifestantes equivaldrían a una de cada cinco personas de las que en ese tiempo habitaban en toda Guadalajara al momento de la manifestación. En contraste, Barry Carr se refiere a una marcha de cuarenta mil personas en la Ciudad de México en apoyo a la CROM en la víspera de la rebelión cristera (1926), y la describe como la más grande de la década. Proporcionalmente, aunque hayan sido tan sólo veinte mil personas las que desfilaron en Guadalajara, se trata de un evento más formidable debido a que se dio en una ciudad mucho más pequeña que la de México. Habría que tomar en cuenta, además, el alboroto que generó la presencia de una gran cantidad de forasteros que llegaron a Guadalajara en calidad de peregrinos con el motivo de participar en la coronación. Ver Barry Carr, El movimiento obrero y la política en México, 1910-1929, Era, México 1991, 222.

Album de la coronación, 74-75; El Informador, 20.01.1921, 1, 3, incluye fotografías;Páez Brotchie, Jalisco, historia mínima, 362-365; Meyer, La Cristiada, vol. 2, Siglo xxi editores, México, 1978, 113.

 

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