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Colaboración del varón y la mujer en la Iglesia y en el mundo

 

 

María Noemí Caro Gómez, HCJC[1]

 

 

 

Con el cambio generacional de los últimos años, la participación de la mujer en México y en el mundo ha dado un vuelco de 180 grados y de efectos aun impredecibles. Estas líneas abordan la percepción de la ‘sexualidad’ desde el ámbito social y de la fe en una representativa porción de la zona metropolitana de Guadalajara[2]

 

Aunque lo más denso de la colaboración mutua entre el varón y la mujer discurra en el ámbito de la sexualidad, los significados de este término pueden volverse equívocos. Hasta el pasado reciente la ‘sexualidad’ aludía a lo específico del sexo, entiéndase, a lo que genéticamente distingue al varón de la mujer, a las diferencias sexuales. Hoy, tan restringido contorno ha sido rebasado, de modo que el término -especialmente en el uso cotidiano- puede alcanzar las diversas interpretaciones.

Al respecto, abonan las disociación, controversias tales como las suscitadas al filo del debate mismo del tema, toda vez que la colaboración entre el hombre y la mujer ahora se analiza desde extremos que antes no existían y que van de los movimientos feministas a la participación relevante de la mujer en la vida social y en los servicios públicos, no menos que la creciente colaboración del varón en las tareas domésticas y en la atención de la prole.

Pero ¿Qué opina la gente de todo esto? Este análisis, realizado durante la primera mitad del año 2011 se practicó entre los habitantes de dos populosas colonias de la zona metropolitana de Guadalajara: Lomas de la Primavera y Arenales Tapatío, ambas en el municipio de Zapopan, para luego contrastar sus respuestas con la de algunos estudiantes de la Preparatoria Marista de la colonia Loma Bonita, de la misma municipalidad. Las diferencias entre los estratos sociales de los encuestados son notorias, pues mientras los primeros son personas de economía baja a ínfima, los segundos la tienen de media alta a muy alta.

 

1.      Tocando la realidad

 

He aquí las preguntas de la encuesta: ¿Qué entiendes por sexualidad humana? ¿Quién tiene más oportunidades en la Iglesia, en la sociedad y en la familia, el varón o la mujer? ¿Por qué? ¿Cuál crees que debería ser el aporte de la mujer en la familia, en la sociedad y en la Iglesia? ¿Cuál crees que debería ser el aporte del varón en la familia, en la sociedad, en la Iglesia? ¿Cuáles serían los derechos y obligaciones del hombre? ¿Cuáles serían los derechos y obligaciones de la mujer?

Párrafos más adelante se condensarán los datos más significativos. Por lo pronto, digamos que este acercamiento a la realidad nos ha permitido constatar que el común de los mortales no tiene una respuesta clara acerca de la definición y de los límites de la sexualidad humana, y que aún quienes sí parecen tenerla, sufren del riesgo de una confusión al definir este término. Es digno de tomarse en cuenta que para los adolescentes y jóvenes, la sexualidad es una cuestión de género y no de sexo.

En lo que toca a las oportunidades que un tejido social urbano como es el de Guadalajara, ofrece al varón y a la mujer en los diferentes campos, los encuestados advirtieron igualdad en los diferentes ministerios de participación en la vida de la Iglesia, aunque no pocos ven con atención crítica la disciplina que reserva al varón acceder al orden sagrado.

En el campo de la sociedad, en cambio, casi todos los encuestados señalan que el varón tiene más oportunidades de prevalecer en un ámbito social que privilegia la ‘fuerza’, en lo cual se advierten pespuntes de conductas ‘machistas’.[3] Así por ejemplo, un encuestado considera superior a la mujer las posibilidades del varón para ocupar la presidencia de la república.

En lo que al ámbito propio de la vida familiar respecta, los entrevistados en su mayoría  ven que tanto el varón como la mujer gozan ya de las mismas oportunidades, aunque sigan ahí conductas de tipo ‘machista, que favorecen al varón en cuanto tal y desdeñan a la mujer por el hecho de serlo. Por otro lado, se advierte que la presencia de la mujer en el hogar sigue siendo mayor a la del varón, lo cual le confiere a esta un ascendiente superior a aquel para influir en la familia.

Un porcentaje mayoritario de los encuestados se sigue inclinando por la implementación de los roles tradicionalmente asignados a la complementariedad de los sexos. Dicen, por ejemplo, que el aporte específico de la mujer en los diferentes campos de la vida familiar es la función educadora, esto es, ocuparse del hogar y de los hijos, y que la figura del varón ha de involucrarse más en el campo social y como proveedor o sostén económico de la familia. No obstante, un elemento casi universal por el que se pronuncian los encuestados se manifiesta a favor del anhelo de igualdad en las oportunidades entre los sexos. Por lo que toca a la participación de varón y mujer en la vida de la iglesia, la mayoría de los encuestados opina que tanto el varón como la mujer se han de involucrar más en las tareas apostólicas –no especifican cuáles-, siendo importante la aportación de ambos en un nivel de simetría y respeto.

Los encuestados reconocen para ambos los mismos derechos, pero insisten en señalar que para el varón el peso de su responsabilidad específica está en lo laboral remunerado y en el apoyo material a la economía familiar; en el mismo tenor, respecto a la mujer señalan que su obligación se ubica preferentemente en el ejercicio de sus funciones como madre y esposa, además del hogar.

 

2.      La opinión de la Iglesia

 

Esto es lo que manifiesta un pequeño segmento de vox populi. Pero ¿Qué dice el magisterio eclesiástico reciente? La Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo, de la Congregación para la Doctrina de la Fe,publicada el 31 de mayo del año 2004, ilumina de forma directa este tema. Entresacamos algunos párrafos de la Carta que no sólo iluminan este tema, sino que dan una respuesta práctica a estas inquietudes:

 

·                    En los últimos años se han delineado nuevas tendencias para afrontar la cuestión femenina. Una primera tendencia subraya fuertemente la condición de subordinación de la mujer a fin de suscitar una actitud de contestación. La mujer, para ser ella misma, se constituye en antagonista del hombre. A los abusos de poder responde con una estrategia de búsqueda del poder. Este proceso lleva a una rivalidad entre los sexos, en el que la identidad y el rol de uno son asumidos en desventaja del otro, teniendo como consecuencia la introducción en la antropología de una confusión deletérea, que tiene su implicación más inmediata y nefasta en la estructura de la familia (n.2).

·                    Una segunda tendencia emerge como consecuencia de la primera. Para evitar cualquier supremacía de uno u otro sexo, se tiende a cancelar las diferencias, consideradas como simple efecto de un condicionamiento histórico-cultural. En esta nivelación, la diferencia corpórea, llamada sexo, se minimiza, mientras la dimensión estrictamente cultural, llamada género, queda subrayada al máximo y considerada primaria (n. 2).

·                    Ante estas corrientes de pensamiento, la Iglesia, iluminada por la fe en Jesucristo, habla en cambio de colaboración activa entre el hombre y la mujer, precisamente en el reconocimiento de la diferencia misma (n.4).

·                    Para comprender mejor el fundamento, sentido y consecuencias de esta respuesta, conviene volver, aunque sea brevemente, a las Sagradas Escrituras, —ricas también en sabiduría humana— en las que la misma se ha manifestado progresivamente, gracias a la intervención de Dios en favor de la humanidad (n.4).

·                    En el primer texto (Gn 1,1-2,4), se describe la potencia creadora de la Palabra de Dios, que obra realizando distinciones en el caos primigenio. […] Surge un mundo ordenado a partir de diferencias, que, por otro lado, son otras tantas promesas de relaciones. […] “Y dijo Dios: Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra... Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, hombre y mujer los creó” (Gn 1,26-27). La humanidad es descrita aquí como articulada, desde su primer origen, en la relación de lo masculino con lo femenino. Es esta humanidad sexuada la que se declara explícitamente “imagen de Dios” (n.5).

·                    La segunda narración de la creación (Gn 2,4-25) confirma de modo inequívoco la importancia de la diferencia sexual. Una vez plasmado por Dios y situado en el jardín del que recibe la gestión, aquel que es designado —todavía de manera genérica— como Adán experimenta una soledad, que la presencia de los animales no logra llenar. […] Solamente la mujer, creada de su misma “carne” y envuelta por su mismo misterio, ofrece a la vida del hombre un porvenir. Esto se verifica a nivel ontológico, en el sentido de que la creación de la mujer por parte de Dios caracteriza a la humanidad como realidad relacional. En este encuentro emerge también la palabra que por primera vez abre la boca del hombre, en una expresión de maravilla: “Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne” (Gn 2,23) (n. 6).

·                    “De la reflexión bíblica emerge la verdad sobre el carácter personal del ser humano. El hombre —ya sea hombre o mujer— es persona igualmente; en efecto, ambos, han sido creados a imagen y semejanza del Dios personal”. La igual dignidad de las personas se realiza como complementariedad física, psicológica y ontológica, dando lugar a una armónica “unidualidad” relacional, que sólo el pecado y las “estructuras de pecado” inscritas en la cultura han hecho potencialmente conflictivas. La antropología bíblica sugiere afrontar desde un punto de vista relacional, no competitivo ni de revancha, los problemas que a nivel público o privado suponen la diferencia de sexos (n.8).

·                    La criatura humana, en su unidad de alma y cuerpo, está, desde el principio, cualificada por la relación con el otro. Esta relación se presenta siempre a la vez como buena y alterada. Es buena por su bondad originaria, declarada por Dios desde el primer momento de la creación; es también alterada por la desarmonía entre Dios y la humanidad, surgida con el pecado. Tal alteración no corresponde, sin embargo, ni al proyecto inicial de Dios sobre el hombre y la mujer, ni a la verdad sobre la relación de los sexos. De esto se deduce, por lo tanto, que esta relación, buena pero herida, necesita ser sanada (n.8).

·                    (La solución que se ofrece es la siguiente). Distintos desde el principio de la creación y permaneciendo así en la eternidad, el hombre y la mujer, injertados en el misterio pascual de Cristo, ya no advierten, sus diferencias como motivo de discordia que hay que superar con la negación o la nivelación, sino como una posibilidad de colaboración que hay que cultivar con el respeto recíproco de la distinción. A partir de aquí se abren nuevas perspectivas para una comprensión más profunda de la dignidad de la mujer y de su papel en la sociedad humana y en la Iglesia (n.12).

 

3.      Elementos de reflexión

 

Unamos ahora lo vertido por la encuesta, lo que la Iglesia insinúa en la multicitada Carta del 2004. Un primer problema se presenta en el enfoque ‘feminista’. Lo entendemos como una reacción a siglos de ‘machismo’ y / o cultura patriarcal,[4] donde la mujer sólo contaba o tenía valor en función del varón (darle hijos y atenderlo en el hogar como cabeza de la familia). La modificación sustancial de este paradigma ha sido gradual y está en proceso, pero su hilo conductor sigue siendo la búsqueda de la conveniente ‘igualdad’ de derechos y responsabilidades entre el varón y la mujer. Tal ‘reacción’ explica, en parte, el radicalismo de no pocas reivindicaciones ‘feministas’, que escaldan a quienes no comparten su opinión o tienen enfoques más apegados al tradicionalismo social, pero que en el campo de la vida práctica sí han conseguido un reconocimiento, incluso jurídico, gracias al cual la mujer, por el hecho de serlo, sufre cada vez menos atentados a su valor individual y no tanto en función al varón. Empero, el desafío sigue a flor de piel: ¿Cómo alcanzar la ‘igualdad’ sin que ello desemboque en una guerra entre sexos?

El magisterio reciente de la Iglesia no se ha cansado de repetir lo que señala la revelación desde su primer testimonio escrito: que la mujer goza de una dignidad propia; que tanto como el varón, fue creada a “imagen de Dios” (Gn 1,27). La dificultad surge en el marco de un ajuste o reacomodo en tanto que la mujer asuma oficios y delegaciones que antes le estaban vetados.

Lo que vivimos ahora discurre al filo de la aportación específica de lo ‘femenino’ a una cultura modelada en lo social desde lo ‘masculino’. Pero también desde el aporte que lo ‘masculino’ está ya haciendo en lo que respecta a labores antes consideradas menudas e insignificantes, y por lo mismo reservadas a la mujer.

Estamos, pues, ante una gran oportunidad que podrá resolverse de manera airosa, creemos, si partiendo de la complementariedad psíquica, física y ontológica entre el varón y la mujer, se reconoce la gran riqueza que irá adquiriendo la humanidad gracias al liderazgo y a los espacios que poco a poco va ganando la mujer.

De este planteamiento deriva una preocupación implícita en los que razonan en términos antropológicos acerca de este tema. Es casi un dilema: ¿Debe la mujer, en ciertos casos, desentenderse o delegar en otras manos la atención tradicional del hogar y de la prole? Como ya lo hemos insinuado, la respuesta a esta problemática no se ha de reducir al enfoque femenino, sino a la colaboración complementaria de los sexos. Lo que está en medio de este planteamiento es, en todo caso, el ‘equilibrio’ de los roles que no ha de darse, como antaño, colocando a uno por encima del otro.

En todo caso, las mujeres que dicen sentirse vejadas por pertenecer a un género ‘eliminado’ de los principales capítulos de la historia de la humanidad, deben colocarse al otro lado de los platillos de la balanza de su juicio crítico para conceder que si la postura recalcitrante del machismo impidió durante mucho tiempo la madurez en la participación social de la mujer, esta conducta ha sido igualmente nociva para el varón.

Creemos, a la luz de lo que la Iglesia enseña y hemos resaltado, que este síndrome o suerte de ‘enfermedad’ cultural, ha provocado la insensibilidad del varón, mutilando  en él muchas formas para expresar con libertad sus sentimientos, al grado de mermarle su capacidad para donarse a la familia, que le ha configurado, desde el arquetipo tradicional, como duro e insensible, incapaz de experimentar compasión profunda a favor de las necesidades de los miembros de su misma familia, a la cual somete bajo el ejercicio de una autoridad egoísta, que conserva porque sobre ella ejerce, supuestamente, protección y manutención.

Finalmente digamos que para equilibrar los roles tradicionalmente asignados al varón y a la mujer, hemos de reconocer que, ciertamente, la sociedad -y la Iglesia, que forma parte y está dentro de ella- ha favorecido hasta el momento presente, una visión social que por privilegiar lo ‘masculino’ parece que desdeña o minimiza la importancia de lo ‘femenino’. Con ello, el varón ha deslucido su participación en la vida familiar y el disfrute que deriva de ello, al grado que algunos han podido acuñar expresiones tan duras como esta: “que en la familia puede faltar el padre, pero si falta la madre, ésta se destruye”.

Por tanto, no es sólo la mujer la que ha perdido oportunidades, el varón también, y tal vez como nunca, ahora éste debe conquistar su rol en la historia familiar, haciendo a un lado cualquier germen de ‘lucha de poderes’ y a cambio de eso aportando lo que es propio a su constitución sexual.

Consideramos que el planteamiento del feminismo extremo radicaliza la ‘lucha’ entre sexos desde una visión parcial y pobre según la cual la identidad sexual y el rol de los sexos se asumen en desventaja del otro, y en lógica consecuencia sería una opción anular la diferencia sexual.

Encontramos también que la formación en torno a la sexualidad adolece de grandes vacíos. En las encuestas realizadas, a la pregunta ¿Qué es la sexualidad humana? sólo una cuarta parte de los entrevistados insinuaron que es la diferencia sexual entre hombre y mujer. El resto contestó: relaciones entre hombre y mujer, preferencia sexual y, los más de ellos, jóvenes estudiantes en su mayoría, dijeron que es la distinción de género.

Como bien lo advierte el número 2 de la Carta, la cultura occidental está reemplazando el término sexo, por el de género. Este último, por ser una creación cultural le da al ser humano la oportunidad de ser lo que quiera ser. Pues según este, el sexo no determina a la persona, ya que la diferencia corpórea se puede anular.

Es obvio que procediendo de esa manera, se deja de lado la constitución psicológica y ontológica que distingue al varón de la mujer. Este problema se manifiesta de manera contundente en los desórdenes sexuales que cada día más se ponen de manifiesto; homosexualidad, bisexualidad[5]… con todas las consecuencias sociales derivadas d quienes reclaman para estos el mismo trato que se da a las parejas heterosexuales; como es el reconocimiento legal a las uniones entre homosexuales y a la prole, sea por la vía de la adopción o por la procreación inducida por la manipulación técnica.

Más que anular los sexos hemos de buscar respuestas que dignifiquen a varones y a mujeres. Leyendo los signos de los tiempos quitemos de la humanidad aquello que mancha esa “imagen de Dios” en el varón y en la mujer, y promovamos en la complementariedad de los sexos a la luz de los valores Evangélicos.

 



[1] En la elaboración de este trabajo participaron también la Hna. María del Rocío de los Santos Aquino, HCJC y la señorita María de los Ángeles Luis Cervantes. El tipo de entrevista fue global inductiva: se entrevistaron a cien personas de todas las edades, entre la franja de los 16 a los 50. La edad promedio fue de 30 años. Cuando se hable de ‘mayoría’ de encuestados, se refiere a que rebasaban del 85 por ciento de las respuestas.

[2] Este trabajo se propuso como un requisito académico para el curso de antropología filosófica que imparte el R.P. Eduardo Lara Pérez, SDB en el Instituto Teológico Salesiano ‘Cristo Resucitado’, en Tlaquepaque, Jalisco.

[3] Siguiendo al diccionario de la lengua, damos a este término la siguiente definición: “Actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”.

 

[4] Patriarcal: Perteneciente o relativo al patriarca y a su autoridad y gobierno.  Diccionario de la lengua Española. En: http://buscon.rae.es/draeI/SrvltConsulta?TIPO_BUS=3&LEMA=patriarcal

[5] Contrario a algunos estratos sociales y algunas legislaciones, donde la homosexualidad aparece como un derecho a la preferencia sexual, la moral cristiana sigue considerándola un desorden. Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe,  Atención pastoral a las personas homosexuales, Carta a los obispos de la Iglesia católica, (1986), n. 3.

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