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Ecos de la persecución

(1ª de dos partes)

 

 

Publicado en cuatro páginas de tamaño doble oficio, bajo el signo de la imprenta La Voz de México, de la capital de la república, y con fecha 28 de octubre de 1926, se dio a la luz uno de tantos impresos divulgados desde la clandestinidad por los católicos de la resistencia activa, en las vísperas del inicio de la llamada Guerra Cristera. Estos panfletos son evidencia –a su modo- de las causas irritantes que provocaron este sangriento episodio, y su rescate, lectura y glosa pausada, una fuente en exploración en proceso[1]

 

I

Una digresión por vía de preámbulo

 

París acaba de contemplar un brillante desfile de religiosos. ¡El hábito franciscano, la cogulla del trapense, la sotana del jesuita, el distintivo del Hermano de las Escuelas Cristianas en plena Avenida de los Campos Eliseos! Son los religiosos que dijeron a Herriot: “Por el honor de Francia no saldremos de Francia”. Llevan muchos de ellos en sus rostros las cicatrices del combate. Avanzan hacia la Plaza de la Estrella. Precédeles una bandera que levanta en alto el jesuita padre Pfleger, condecorado con la Legión de Honor por méritos de campaña. Ante aquel inusitado desfile, todo el tráfico – el tráfico de una tarde de domingo parisiense– se paraliza. La muchedumbre saluda respetuosa y se descubre al paso de las manifestaciones, varios de ellos dolorosamente mutilados. Un aplauso general y vibrante se escucha a su llegada al Arco del Triunfo. Síguese luego un silencio solemne, y una larga distancia percibo las apagadas voces de una arenga o discurso.

En México, ¡qué distinto! Pensaba para mí. Allá las leyes antirreligiosas se han de cumplir a todo trance y con todo rigor, aunque hieran los sentimientos de la nación entera que las rechaza y del orbe católico que protesta. Aquí habiendo leyes semejantes, no se urge su observancia, antes se toleran actos contrarios. Y ciertamente no es por debilidad de las autoridades, sino por el civismo y la cultura, por el respeto y honor de la Francia misma. LA mentalidad de nuestros tiempos ya no concibe la persecución religiosa en Estados verdaderamente libres y civilizados. Esta quizá es una de las razones por qué la prensa de Europa y América llama al actual gobierno de México con apelativos que sonrojan a todo buen mexicano que había en el extranjero.

Los lectores saben cómo desde el año de 1914 la Iglesia en México sufre con heroísmo los golpes de una persecución verdadera. Fácil cosa sería cargar de tinta ese cuadro triste de vandalismo y de ultrajes contra nuestra santa religión durante los últimos doce años. Solamente para los sucesos de febrero a esta parte, ofrecen material para varios volúmenes.

Los venerables arzobispos de España, en nombre de los prelados y de todos los fieles, han enviado un mensaje de adhesión al Episcopado y clero mexicanos. Es un documento valiosísimo que la historia de nuestras desgracias recoge con gratitud y cariño.

El nos confirma la espiritual unión y noble solicitud que la Madre Patria ha ejercido y ejerce sobre aquel tribulado país, antaño rico florón de la Corona española y “ahora, como dicen los arzobispos españoles, están puestos en gravísimos peligro los sagrados intereses de Nuestro Señor Jesucristo”.

Una idea de la situación religiosa, siquiera sea a grandes rasgos, fomentará en los lectores esa unión, principalmente de oraciones y sacrificios por el bienestar de la Iglesia en México.

 

II

 

La revolución triunfante de hace 10 años reformó, ilegalmente por cierto, la Constitución política que regía en México desde 1857. La revolución tuvo el apoyo moral y material de Wilson. Y mientras aquel hombre nefasto para la historia de México “estaba salvando el mundo para la democracia, -cito las palabras del actual arzobispo de Baltimore,- los pistoleros de Carranza y Obregón se reunían en Querétaro en 1917 para escribir bajo la dirección rusa, la infame Constitución”.

La alevosía de los constituyentes rayó en miedo y cobardía, al legislar sobre la Iglesia. Sabían ellos que dejando al pueblo católico en el pleno goce de sus derechos, la minoría revolucionaria desaparecía de la escena. Su castillo de naipes, al primer soplo de la democracia hubiera caído por tierra. El miedo a la igualdad les llevó al desarme completo y total del adversario.

Los católicos, en vigor dicha Constitución, no pueden como tales formar ningún partido político; los católicos no pueden tener ningún periódico católico que informe o trate de los asuntos políticos o de las autoridades de la nación; los católicos no pueden fundar escuelas católicas donde se enseñe la religión; los católicos carecen de libertad de cultos y el ejercicio de éstos se sujeta a la vigilancia gubernamental; los católicos, como miembros integrantes de la Iglesia, no poseen personalidad jurídica.

Hay más; la Constitución considera a los sacerdotes como simples profesionistas; les exige se mexicanos por nacimiento; su número ha de ser limitado; niégales el ejercicio de sus derechos políticos, el de sus derechos puramente cívicos; les prohíbe heredar aun de parientes cercano; les incapacita para ejercer un dominio cualquiera sobre bienes raíces o capitales impuestos sobre ellos; concede acción para fundar la denuncia; les arranca la propiedad de los obispados, casas curales, seminarios, asilos, colegios, casas religiosas, casas de caridad, considerados como bienes de la Iglesia; los templos pasan a ser dominio de la nación. En una palabra, los constituyentes tuvieron miedo a la fuerza y poder del catolicismo.

No sin razón escribe en su valiente memorial el obispo de Tacámbaro: “En el momento histórico en que vivimos aquí en México, se necesita no un héroe, sino un ejército de héroes, ¡que bendito sea Dios! No han faltado, ni faltarán para luchar a pecho descubierto contra la fuerza bruta parapetada tras las trincheras del poder público.”

Aquellas leyes con más o menos tiranía y violencias, se han ido poniendo en ejecución. Pero a principios de febrero se declararon de urgente aplicación simultánea en toda la República. La causa permanece oculta. Pero no ha podido ocultarse la intervención de la secta metodista mexicana y yanqui.

Advirtamos que el presidente Calles, cuyo primer apellido es Elías y es de origen turco, casa a su hija ante un ministro protestante. Aarón Sáenz, que ocupa la cartera de Relaciones, es “obispo” metodista; metodista es el subsecretario de Instrucción Pública. Protestante y masón furibundo es el Rector de la Universidad, Dr. Pruneda. Un ambiente nauseabundo de protestantismo y masonería se aspira en las esferas oficiales.

El arzobispo de México, a petición de un repórter, hace declaraciones acerca de la Constitución. Al día siguiente publícanse aumentadas por el repórter, quien, según me escribía un amigo, “recibió 1800 pesos para armar el enredo”. Con este motivo, a 4 de febrero se abría un proceso judicial contra el ilustrísimo señor [José] Mora [y del Río], acusado de no sé qué delito. Este fue el principio del recrudecimiento de la actual persecución religiosa. Hablar de cada uno de los atropellos y villanías sería largo. Mucho menos podemos entrar en detalles y comentarios. Hoy son los doce primeros sacerdotes españoles que sin darles tiempo ni para tomar el sombrero, son deportados a Veracruz, echándoles de la nación. Al otro día la clausura de colegios particulares. Luego la expulsión ruin, salvaje, de indefensas religiosas. Después el robo o confiscación y saqueo de casas de la Juventud Católica y Caballeros de Colón; más tarde los esbirros de Calles “armados de balas hasta los dientes”, lanzados brutalmente contra las damas de la ciudad de México. El apuesto (?) y galante Inspector General de Policía de la Ciudad de México, General de División don Roberto Cruz, rechaza valientemente a un grupo de distinguidas damas que acuden a él para rogarle que impida los atropellos a indefensas mujeres; más aún: estoicamente propina un fuetazo en el rostro a una de aquellas. El señor Cruz es un clásico modelo de “héroe de la Revolución”. Síguense la clausura de seminarios; el cierre de templos; la expulsión del obispo de Papantla. Corre la sangre de católicos, incluso del sexo débil, en San Luis Potosí, en Tepic, en Colima, en Zitácuaro, etcétera. Las aprehensiones injustificadas se suceden. Es amordazada la prensa, prohíbanse las protesta aun por escrito. Morelia ve vagar por calles y plaza, pidiendo de comer a pobres niños e infelices ancianos, privados de su asilo y sus religiosos. Hospitales hubo en que los enfermos quedaron abandonados por idénticas razones. Instrúyese un proceso contra el heroico obispo de Huejutla. Se insulta a los misterios de nuestra santa religión en las calles de México, siendo protagonista una hija del presidente. Si se tornan a abrir escuelas particulares no ha de haber en ellas crucifijos ni emblemas religiosos, ni rezo alguno, ni capilla, ni han de ser visitados por sacerdotes. Se recibe un documento protesta del Papa y el Gobierno ni si quiera se da por enterado. Estamos en abril, y según Excelsior, para aquella fecha habían sido expulsados de la nación doscientos sacerdotes extranjeros y exclaustrados más de ciento dieciséis colegios y más de setenta edificios confiscados.

¿Se habrá calmado con esto la furia de la persecución? Calles, con una altanería que parece mentira, anuncia a la nación martirizada que las leyes serán no sólo aplicadas sino reforzadas. Los obispos firman una carta colectiva y es llevada a los tribunales porque el clero no puede hacer crítica del Gobierno ni de sus leyes. Un pelotón de soldados conduce prisionero, a pie, por largo camino, al obispo de Huejutla, el mismo que no ha pedido a los tiranos más favor que el de ser muerto a lo hombre, no por la espalda. El señor obispo tiene por cárcel la ciudad de Pachuca. Un tal Tejeda, antaño simple arriero y ahora ministro de Gobernación, en las respuestas que da al arzobispo de Michoacán no sabe ocultar se pedantería y ordena que las iglesias de aquella diócesis se retiren del culto. Así mismo doce templos son clausurados en la de Tabasco. Añádense al Código Penal nuevos artículos contra la desobediencia a las leyes antirreligiosas. Las Legislaturas de los Estados decretan la limitación de los sacerdotes a un número verdaderamente irrisorio. Se destituye a los empleados católicos en las oficinas oficiales, si firman protestas o tienen parte en las manifestaciones de cualquier género contra estos actos vandálicos del Gobierno. No quisiera proseguir. La orgía canibalesca de los politicastros de Méjico ha llegado al límite donde los abusos carecen de nombre: el 16 de mayo sale despedido de la nación, el Excmo. Señor Cardana, Delegado Apostólico, representante del Vicario de Jesucristo. Es la tercera vez que los sin nombre afrentan al pueblo mexicano con este baldón ignominioso. La nación se consterna, y una ola de protesta de dentro y fuera de México estalla, sin ningún efecto, en las orejas de los gobernantes. Y… cerremos aquí sin más comentarios esta ya pesada y enojosa enumeración de atentados contra los derechos de la Santa Iglesia. Después de lo dicho, y mucho más que deja de decirse, que vengan los cónsules mejicanos de Europa y América a decirnos que en México no hay persecución religiosa.

 



[1] Tomado del  Fondo Jesús Medina Asencio de la biblioteca del Seminario Mayor de Guadalajara.  

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