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Desde mi sótano

Primera publicación de la resistencia activa de los católicos en México (10ª entrega)

Joaquín Cardoso, SJ, y otros

 

Fechado el 7 de noviembre de 1926, el número 11 de este boletín clandestino galopa hacia su extinción y no puede ser de otra forma, cuando con argumentos y hechos más y más contundentes, denuncia las aspiraciones del tirano por despojar a una nación de su fe.

 

El hombre de la macana.

            El hombre de la macana es un ser misterioso. La policía lo busca empeñosamente; pero, como es natural, no lo encuentra. Si se tratara de un sacerdote que ejerce su sagrado ministerio en la casa de un católico cualquiera, o de una de las valientes señoritas que reparten la propaganda de La Liga Nacional de la Defensa Religiosa, la policía ya hubiera hecho una aprehensión y habrá formado un complot tremendo…

            El de la macana no es un criminal de fuste. La policía no puede nada contra él. Sin embargo, nosotros, que nada tenemos de policías, ni hemos hecho estudios hondos sobre los tipos de Lombroso, ni tenemos conocimientos del hampa de nuestro México, ni ostentamos patente de impunidad como los señores de la policía, casi hemos localizado al hombre de la macana y nos extrañamos de que los periódicos no hayan hablado antes de él, pues desde hace muchos años venimos sintiendo en nuestras nucas la fuerza de su brazo y la firmeza de sus golpes.

            ¿Cuánto tiempo llevamos de sufrir macanazo tras macanazo sin pestañear siquiera? ¿Cuántos porrazos nos ha dado el hombre de la macana que multiplica en forma inconcebible sus hazañas y trabaja día y noche sin descansar? Los golpes nos han hecho perder la noción del tiempo y del número, pero sabemos de dónde parten los ataques. Por eso recomendamos a la policía que busque el macanero en las esferas oficiales, donde seguramente lo ha de hallar.

            Un hecho, sin embargo, nos hace dudar de la procedencia del misterioso individuo que es éste: el hombre de la macana roba. ¿Cómo puede vivir entonces en las esferas oficiales? ¡He aquí el misterio!

 

¡Cuidado!… ¡Que te quemas!

            Cuando algún distraído mortal camina por los barrios apartados de una ciudad o por ciertas vereditas sospechosas que conducen a algún pueblito o ranchería, no es raro, si va acompañado de algún caritativo amigo, oír que le dice esa frasecita: ¡Cuidado, hombre, que te quemas! y ya  se sabe lo que quiere decir, es que tiene que mirar al suelo, porque hay por allí alguno de esos detritus humanos en los que trabajan con delicia los escarabajos, y puede el distraído poner su planta en él causándole un verdadero disgusto. Por eso nos parece muy bien el nombre de “El Fuego” que le han puesto a un papelucho que sale por ahí, redactado por algunos empleados de la Secretaría de Gobernación, miembros conspicuos de la famosa asociación de Empleados pro Constitución. Algunas personas nos han preguntado por radio, por qué no nos ocupamos de “El Fuego” en nuestra humilde publicación. Pues…por eso precisamente, ¡porque nos quemamos! ¡Claro! ¿No ven ustedes que es…mismo fuego?

            No, señores, no nos ocuparemos del papelucho porque no somos escarabajos.

 

Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera.

            Es en vano que se levanten en contra de Cristo los tiranos y los tiranuelos. Sí. ¡Es en vano!

            Desde Nerón a Calles, porque se sentían fuertes con las fuerzas que tenían las armas, se irguieron muchos ilusos y mentecatos, queriendo acabar con Cristo y su obra. ¡Inútil y necia empresa!

            Cristo desde hace veinte siglos, vence todos los obstáculos, y quebranta a sus enemigos con esa misma facilidad con que se rompe un vaso de alfarería.

            Nerón, Adriano, Diocleciano, Domiciano, Maximino, Juliano, Barbarroja, Dantón, Marat, Robespierre, Voltaire, Bismarck, ¿dónde estáis? ¿Qué ha sido de la obra que consagrasteis vuestros esfuerzos y malicias? ¡Polvo, y nada más que polvo vil!… ¡Y en tanto, ese Cristo a quien jurasteis la muerte y la derrota, vive aun vencedor y glorioso!… Su camino triunfal está sembrado de osamentas, son los huesos envilecidos de aquellos que se irguieron contra él. ¡Cristo vence!:

            Él es rey, y reina a pesar de todos sus enemigos. Podrá una cabeza hueca como la de Casauranc, quitar los crucifijos de las escuelas y los hogares; en millones y millones de pechos ardorosos se levantará el altar viviente de Cristo Redentor, para que en ellos recen como Dios y Señor; y al grito blasfemo contra Cristo y su Iglesia, responderá, y ya lo estamos oyendo, un potente, formidable, atronador “Viva Cristo Rey” que llenará amargos sinsabores, a los tránsfugas que desertaron del ejército del Rey, por las migajas de pan que caen de la mesa de los amos, que se echaron encima en lugar de Cristo. ¡Cristo reina!

            Y desde las orillas de los ríos hasta los confines de los mares su imperio no tendrá fin. Y su imperio es el imperio del amor, no del odio. Venid, dijeron los impíos, venid a manifestar vuestra adhesión a nuestra política contra Cristo, y si no venís os dejaremos a vosotros y a vuestros hijos, y a vuestros ancianos padres, sin el pan de cada día…Y fuera de unos poquísimos energúmenos y descalificados que acudieron con gusto, una inmensa mayoría de los que asistieron a esa manifestación, iban cariacontecidos y murmurando por lo bajo, obligados tan solo por la pícara necesidad de dar de comer a seis o siete bocas hambrientas… Esta fue la adhesión espontánea a los impíos, quienes, tontería incalificable, osaron vanagloriarse de tanta espontaneidad.

            Celebremos y honremos a Cristo Rey, dijo a todo el orbe desde las alturas del Vaticano el Sumo Pontífice: y no cinco o diez forzados, sino cientos de miles, hombres, mujeres y niños, libres, absolutamente libres, corrieron presurosos a Cristo, cantando sus alabanzas y proclamando su realeza universal.

            Cristo no pedía esa manifestación, no amenazaba con ceses injustos, cárceles o tormentos. Cristo parecía callar… Allá en las alturas del Tepeyac, lo representaba la reina, su Madre Benditísima… y allá fueron doscientos mil mexicanos de sólo ¡una ciudad de la República! A protestar su adhesión y vasallaje rendido al dulcísimo imperio de Cristo. ¡Cristo impera!

            ¿Veis esta persecución caricaturesca, con su Calles que ordena y sus seises Tejeda, Romeo, Cruz, Bandala, Delgado, Ortiz, Espinoza, Amaya, y demás técnicos que obedecen? Más terribles, y más peligrosas las ha visto la Iglesia y Cristo las ha vencido todas, ¡sin faltar una!

            También ésta, pasará como pasaron las otras, y Cristo seguirá venciendo, seguirá reinando, seguirá imperando con su amor.

            “Vi al impío, dice la Escritura, erguido como el cedro del Líbano, y volví a pasar y ya no le vi porque ya no existía”.

            Mañana, pasaremos nosotros, pasarán nuestros hijos, por frente al Palacio Nacional, el castillo de Chapultepec, o la Secretaría de Gobernación, y preguntaremos por ellos…

            ¿Veis aquél remolino de polvo, que levanta el viento, en el camino por donde ha pasado triunfante Cristo Rey?- nos responderán- ¡son sus cenizas!

            Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera.

 

Una prueba de la ridiculez del boicot.

            Nos la acaban de dar y muy cumplida los enemigos de la casa de Dios. Ya les llega la lumbre a los aparejos, como vulgarmente se dice, y aunque es muy “ridículo”, y muy “inútil”, el boicot, ya no saben qué hacer para que se acabe, y en vez de recurrir a lo que lo hará terminar como por encanto, es decir, al cese de la persecución religiosa y a la reforma de la Constitución, han empleado otra arma, muy propia de ellos eso sí, pero también una plancha, a un fraude y suplantación de firmas.

            Han impreso y hecho circular una hojita, dizque pastoral de los señores Arzobispos Mora y del Río, y Díaz, decretando el fin del boicot, y de paso dándoles a los católicos tibios un rapapolvo.

            Comenzamos, pues, por una pífia estupenda, hacen firmar al ilustrísimo señor Díaz, como Arzobispo de Tabasco, y hasta los niños del catecismo saben que Tabasco no es Arzobispado sino Obispado. Con sólo esto, señores suplantadores de firmas, asomaron la oreja, pues ni siquiera católicos se revelan, no digo ya obispos.

            Pero además y lo más importante es que con éste delito que han cometido penado por todos los Códigos del mundo, de suplantar firmas, lo que están demostrando es de que tienen más ganas de que se acabe el boicot a pesar de ser tan ridículo e inútil, que yo de ser técnico.

            Cuando se hacen ciertas cosas, señores, o se hacen bien o no se hacen.

En cuanto al pueblo mexicano, dada la oportunidad, le advertimos, que esa hojita, según nuestras noticias, es el principio de una serie de ellas por el mismo estilo, y para evitar equivocaciones, tiene que tenerse muy presente que nada de lo que no se reparta por los agentes de la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, es auténtico, aunque vaya firmado por el mismo Papa.

            ¡Mucho ojo! y ¡adelante con el boicot!

 

Una hazaña típica.

            Recibimos de Tulancingo, Hidalgo, la siguiente correspondencia:

            Para conocimiento del mundo entero, vamos a relatar la hazaña cometida en Tulancingo, Hidalgo por el general brigadier Ricardo Luna Morales, el día 5 de octubre de 1926, a fin de que se ponga en lista a dicho esbirro en la plana mayor de los militares sacrílegos, incondicionales y serviles.

            El general en cuestión, para hacer más felón su proceder, parecía simpatizar primero con el elemento católico; pero seguramente a una orden de sus jefes, en el sentido de que persiguiera al elemento católico, se debió la acometida que en seguida relatamos. Dicho militar faltó a sus deberes militares, pues tanto la Ordenanza General del Ejército, como el Código de Justicia Militar sólo exigen obediencia a los militares en asuntos del servicio y como el “allanamiento de una morada” no constituye un servicio ni de armas, ni económico, resulta que éste militar faltó a sus deberes.

            Es el caso que el día antes citado se presentó el ya mencionado militar a la casa del matrimonio, Martínez, ancianos de 64 y 60 años de edad, en donde por cumplir primer año de muerta la única hija del mismo matrimonio, el presbítero Nicolás Contreras, celebraba una misa en lo privado, pues solamente asistían a ella seis personas de la familia del señor Francisco Martínez. El caso fue denunciado por el diputado de ese distrito, Francisco López Soto y el señor Ángel Terrazas, personaje que participó con empeño en las aprehensiones. Luna Morales quiso tomar parte personalmente en esta alta demostración de valor militar, y armado hasta los dientes y con un acicate calado por dos veces, cateó la casa, y hecho un energúmeno, porque tal vez creía que se le iba la oportunidad de  manifestar su pericia militar. Se disponía abandonar la casa por segunda vez, cuando se le ocurrió empujar con fuerza una puerta, al primero que le puso enfrente lo sacó a empellones, al señor Martínez que hasta le luxó un brazo, en seguida se dirigió a descargar sus iras con el sacerdote oficiante, quien acababa de consagrar y después de apartarlo del altar a golpes, vertió por el suelo el sagrado contenido del cáliz y un copón; inmediatamente dio orden a una numerosa escolta que lo protegía que lo hicieran entrar en un automóvil, sin permitirle deponer los ornamentos sagrados; poco después hicieron lo mismo con el padre Aurelio Ríos, que en pieza apartada leía el oficio y las seis personas de la casa. Como viera el héroe de esta jornada que los prisioneros eran pocos, se dedicó, ayudado de Terrazas, a hacer entrar a la casa a las que pasaban por la calle en esos momentos, si no, que lo digan la esposa y tres hijitas del ingeniero Uribe. Una vez que los presuntos reos fueron conducidos del cuartel general a la comandancia de policía, ésta los puso a disposición del juzgado, y la familia del señor Palma tuvo que rogar e hincarse varias veces ante estos empleados del juzgado para que les permitiera recoger las sagradas formas. ¡Sin comentarios!

 

La situación del momento.

            El general Obregón ha llegado a México. El mundo oficial –un triste mundo por cierto- se ha deshecho en alabanzas y ha barbeado de lo lindo al “gran”  hombre de la revolución. Y la cámara, para borrar quizá ciertas malas impresiones, al solo anuncio del viaje de don Álvaro, reformó el artículo 83 de la Constitución, aniquilando en unas cuantas horas otra de las conquistas de la “gloriosa”: la no reelección.

            Hasta la fecha, y no obstante que muchos periodistas han hecho todo lo posible por desentrañar el misterio, casi nadie sabe el motivo del viaje del autor de los “ocho mil kilómetros de campaña”, a costa de un brazo y de mucho, de muchísimo más…

            El paseíto de don Álvaro trae de cabeza a los políticos y a los que no lo son. Sobre él se dice tantas cosas, que nadie acierta a dar con la verdad. Unos aseguran que Obregón vino porque sus antiguos amigos, los de la CROM le andan haciendo el juego tablas; otros dicen que vino en busca de trescientos mil dólares que tiene urgente necesidad de cubrir bajo pena de disgustar a los capitalistas de Allende el Bravo; no son pocos los que atribuyen el viaje a las dificultades cada día más graves del gobierno de Calles con la Casa Blanca, motivadas por las leyes de extranjería, de petróleo, de minas, etcétera, etcétera. En fin, cada quien se dedica a adivinar y compone las cosas a su gusto.

            Lo peor del caso es que no faltan católicos cándidos que ven en las caminatas del de Celaya la próxima solución del conflicto religioso. Nosotros no podemos explicarnos semejante candor. Conocemos al general Obregón y sabemos que, como buen revolucionario, es un traga frailes incorregible, incapaz de hacer a un lado el jacobinismo agudo, para dar a los católicos la libertad completa a que tienen derecho.

             No es difícil que don Álvaro influya porque se modifiquen un tanto las condiciones que actualmente prevalecen en el país, pues es menos tonto que otros “grandes hombres” de la “gloriosa” y más político. Pero esto no debe halagarnos, ya que al fin y al cabo cualquier maniobra revolucionaria habría de resultar para nosotros una pura tanteada, ni más ni menos.

            Las condiciones de los católicos han variado. Nos hemos puesto en el terreno que nos corresponde: el de la intransigencia. Queremos libertad absoluta y no pequeñas dosis de libertad, mendrugos que la revolución nos arrojaría como limosna, cuando tenemos derecho a todo.

            Así pues, hemos de exigir todo y no aceptar nada. La reforma completa de la Queretana, de acuerdo con la solicitud hecha recientemente por varios de los nuestros, apoyados por un millón seiscientos mil firmas de católicos, o la lucha hasta el fin. Ya hemos hecho sacrificios grandísimos para dejar que se pierdan con una componenda ridícula. Ya hemos hecho sentir nuestra fuerza y es necesario, capital, que sepamos aprovecharla hasta lograr el último triunfo.

            Por lo tanto, no debemos poner nuestras esperanzas en ningún revolucionario, que esto equivaldría a poner a la Iglesia en manos de Lutero. Nuestra fe, nuestra esperanza, la conciencia de nuestra fuerza y de nuestro derecho nos ha de alcanzar, tarde o temprano la libertad.

            ¡Adelante, pues, como los buenos, sin esperar el remedio de tantas calamidades como nos afligen del “héroe” de Celaya que expulsara a un delegado del Papa, consignara [ante el agente del Ministerio Público] al Congreso Eucarístico Nacional, abofeteara al ilustrísimo señor Segura y cometiera, no hace mucho, tantos atropellos con los nuestros!

 

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