Documentos Diocesanos

Boletín Eclesiástico

2009
2010
2011
2012
2013
2014
2015
2016
2017
2018
2019
2020
2021
2022
2023
2024

Volver Atrás

Curso de conservación de obras de arte

y objetos litúrgicos en recintos religiosos


Mirta Insaurralde

 

Se redondean las ideas expuestas en la colaboración próxima pasada en torno a la responsabilidad compartida de los custodios institucionales del patrimonio histórico, artístico y cultural de un pueblo

 

Capítulo XXXII (2ª parte)

Más sobre la prevención de riesgos en el patrimonio cultural

En la entrega anterior se reflexionó sobre la importancia de integrar los esfuerzos e intereses de las instancias de gobierno y de la sociedad civil para establecer sistemas de prevención de riesgos para zonas de sitios y monumentos, o para recintos que resguardan bienes de interés patrimonial. Si bien es cierto que existen instancias gubernamentales competentes en materia de conservación del patrimonio cultural, es importante afrontar el asunto de la prevención de riesgos de manera participativa, asumiendo nuestro rol de agentes activos y propositivos en ese ámbito.

Como eje para la elaboración de un plan maestro de prevención debemos recordar que un riesgo es una amenaza latente o potencial que puede prevenirse, es decir, un peligro cuyos efectos nocivos pueden y deben evitarse. Como primer paso para la elaboración del plan, conviene identificar y enlistar cuáles son esos riesgos específicos, para ubicarlos posteriormente en un diagrama, al que llamaremos “árbol de riesgos”. En este diagrama se deberán ubicar de manera jerárquica todos los riesgos identificados, por ejemplo: incendios, robo o sustracción de objetos, etc. Posteriormente se enunciarán las medidas que se deben contemplar para evitar que ese riesgo potencial se convierta en una realidad, ocasionando alteraciones leves, graves o hasta la pérdida total de un bien cultural.

A manera de ejemplo, tomemos el riesgo de “robo o sustracción de objetos”. Las medidas para evitar que este riesgo se materialice en un suceso real y dañino, podrían ser las siguientes:

· Poseer un inventario completo de los bienes resguardados en el recinto

· Asegurar el correcto cerramiento de puertas y ventanas al finalizar las labores diarias

· Realizar cotejos periódicos del inventario para verificar que no falten piezas

· Designar personal de vigilancia en el recinto durante los periodos en los que no se ofician actos litúrgicos.

Este es solamente un ejemplo. La idea es colocar estos enunciados a manera de ramificaciones alrededor del riesgo enmarcado en un recuadro central, de manera que se vaya construyendo nuestro “árbol de riesgos”. Finalmente se obtendrá un gráfico esquemático pero muy abarcador, que podrá servir de guía a los custodios o encargados del recinto.

Esta sencilla herramienta puede reportar gran utilidad, y puede comenzarse a elaborar de manera muy fácil, de forma participativa entre los diversos involucrados en el uso y custodia del inmueble, que son las personas que mejor conocen los objetos y el funcionamiento del local. Posteriormente el gráfico podrá irse complementando y complejizando con los frutos de la experiencia. Obviamente la asesoría de un restaurador-conservador profesional podría ser de gran ayuda para definir un plan de prevención de riesgos, sin embargo la elaboración del “árbol de riesgos” antes mencionado puede ser emprendida por los miembros de la comunidad.

No debemos olvidar en este punto, que entre los enunciados que se planteen como medidas preventivas pueden incluirse tanto acciones de mantenimiento del inmueble y las instalaciones, reacomodo de obras y de mobiliario y otras medidas de ese tipo, como también actividades educativas, pláticas informativas, acciones legales y normativas. Lo importante es que sean medidas concretas y factibles de realizar, de lo contrario, quedarán en buenas intenciones.

También es conveniente identificar los riesgos reales que amenazan a los acervos, evitando planteamientos que sean abstractos o muy generales. Los riesgos pueden ordenarse según su importancia o según su origen, es decir si derivan de causas naturales (como la exposición a la luz del sol, inundaciones), de acciones humanas (como la negligencia, el vandalismo), entre otras.

Este “árbol de riesgos” debe ser claro, conciso y legible, y debe estar ubicado en una zona visible y de fácil acceso. Es muy importante que todos los involucrados en tareas de custodia, mantenimiento y otras labores cotidianas del recinto comprendan perfectamente los planteamientos plasmados en el esquema, para lo que sería conveniente que las personas que lo elaboraron impartieran una serie de pláticas informativas.

Volver Atrás