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Memoria de la visita a la parroquia de Chimaltitán

O semblanza del obispado de Guadalajara en 1678 (10ª parte)

 

 A cargo de la sección de la crónica diocesana[1]

 

 

He aquí una semblanza del actual confín norte del estado de Jalisco, hace trescientos años, que consignó por escrito el notario mayor don Gonzalo Martín de Santiago Colmena.

 

 

Hacienda de Acuitapilco del beneficio de Chimaltitlan

Infatigable en la lozanía de su edad y el empeño de su propósito, el entusiasta obispo de la Guadalajara de Indias, don Juan Santiago de León Garabito y quienes formaban su cortejo, salieron del pueblo de Tequepexpan la mañana del 20 de diciembre de 1678, en dirección a la hacienda de sacar plata de Acuitapilco, explotada en ese tiempo por el capitán Antonio de Yllarradí Amezquita, a poco menos de 18 kilómetros del punto de partida, adonde llegaron cuando comenzaba la tarde.

A la mañana del día siguiente, después de presidir la misa en la capilla de la hacienda, de la advocación de san José, y cuyas licencias fueron por él refrendadas, el obispo confirmó a cincuenta y ocho bautizados.

 

Visita por delegación la cabecera de Chimaltitán

Este mismo día, 21 de diciembre, el presbítero don Juan Sedano, delegado episcopal, se plantó en el real de Chimaltitán, del que hizo la siguiente descripción:

 

“Que es la iglesia de adobe y techado de paja, un altar sólo y un dosel de damasco verde viejo y una cruz en medio como de vara y media, y otra como de media vara y ambas de palo; un frontal de saiasaia y frontaleras de terciopelo colorado, muy viejo, dos pares de manteles de ruan viejos, dos albas viejas remendadas, cuatro palias de ruan viejas y una nueva, tres cornualtares viejos; un cáliz y patena de plata, con su bolsa, corporales y tres purificadores viejos, dos vinajeras de plata y plato, dos candeleros de plata, una manga de cruz, colorada, muy vieja, al lado de la epístola, un crucifijo indecente, mas una caja vieja, y una cajón nuevo, y un rural con su pie de plata.

 

Santa María Acuitapilco

Poco antes del mediodía, el ilustre visitante dejó Acuitapilco, para encaminarse a Santa María de Acuitapilco, pueblo situado a dos leguas de aquel lugar, donde fue acogido en toda forma por el franciscano fray Alonso de Ibarra y por los principales del pueblo. A eso de las cinco de la tarde confirmó a noventa y siete almas y tomó las siguientes cuentas:

Por lo que a las de las cofradías se refiere, el obispo comenzó por revisar las de la responsable del hospital de nuestra Señora de la Concepción de Santa María de Acuitapilco, reparando en el gastos extraordinario de sesenta pesos invertidos en la portada del templo, entonces en construcción, reconociéndolo don Juan como legítimo, pero ilícito, por haberse hecho sin licencia escrita; también reprobó que el alcalde mayor de ese pueblo autorizara que ocho reses del patrimonio de la cofradía se destinaran a servir como limosna del convento del señor san Francisco de Guadalajara. En contraparte, el obispo permitió a los cofrades demandar limosnas para la obra a su cargo, y agregar una cama en la sala de los enfermos, dispuso que el cura doctrinero explicara a los mayordomos de la cofradía, en náhuatl -idioma mexicano- el auto de visita y los demás autos, incluyendo sus constituciones, para que las cumplan. El patrimonio de esta cofradía era de 480 reses de hierro para arriba, 77 yeguas y 56 caballos. En la sala de los enfermos una cama con colchón, sábanas y frazada y una almohada, jeringa dos lancetas y tres ventosas y los demás trastos necesarios de platos tocomates y chocolateros y otras menudencias.  En la capilla encontró:

 

“una imagen de la Concepción en un tabernáculo, con su vestido entero y manto de lama azul; un frontal, casulla, estola, manípulo bolsa de corporales de lama verde y un frontal colorado. Dos candeleros de azófar; un misal demediado, dos coronas, un águila y una cruz pequeña, todo de plata zarcillos, gargantillas y otras alhajas de la Virgen Santísima”.

 

En lo relativo al templo, el de Santa María era de adobe cubierto de paja. En su altar mayor, un lienzo grande de nuestra Señora de la Concepción, haciendo las veces de retablo, y debajo del mismo, una mesa adornada de un frontal de damasco blanco. También tuvo a la vista una casulla con todos sus accesorios, y los demás adminículos usados durante la misa: ara, cáliz, patena y demás. Los altares colaterales eran dos. El del lado del evangelio   dedicado a otro lienzo de nuestra Señora de la Concepción, y a una escultura de la misma Señora, para vestir, en la capilla del hospital, según ya se dijo. El altar del lado de epístola era para un crucifijo “mediano, devoto”, flanqueado por diversos santos y advocaciones.

En la llamada capilla mayor, al lado del evangelio, estaba instalado el cajón de los ornamentos y las alhajas del templo ya referido, añadiéndoles una capa de coro de damasco y galón de oro, así como un incensario de plata con su naveta y cuchara. La pila bautismal funcionaba en un aposento que el prelado calificó como decente.

 

Zapotlán

Al mediodía salió el señor obispo y los suyos con rumbo a Zapotlán, a seis kilómetros de donde se encontraban. Hallaron el templo, dedicado a Santiago, construido con adobe y techado de paja. El altar mayor, dedicado lucía “una hechura de nuestra Señora de la Concepción y otros santos”, y la mesa del altar un adorno muy decoroso: un frontal de damasco blanco guarnecido de oro; manteles de ruan, dos candeleros de azófar, atril y misal nuevo. Tenía el recinto, además, dos altares colaterales, el del lado del evangelio dedicado a la Inmaculada Concepción, de pincel, con su mesa del altar adornada con un frontal de damasco colorado, manteles de manta y al lado de la epístola, un santo Cristo devoto, y en la capilla mayor un cajón en que estaba una capa de coro de damasco, casulla, estola y manípulo de lo mismo, un incensario naveta y cuchara de plata; cáliz, patena y paño de cáliz y bolsa de corporales de lama blanca; una cruz procesional con su manga de raso morado y cenefa de lo mismo y una hermosa pila bautismal de tecali.

La sala de los enfermos era de adobe cubierta de paja; se encontró ‘decente y buena’, y dispuso el obispo que aumentaran una cama a la ya existente, y que compraran lancetas, sajador y jeringa por no estar de provecho las que tenía todo lo necesario.

El templo del hospital tenía un paramento dedicado a nuestra Señora de la Concepción; haciendo las veces de altar, una mesa que también servía de peana a la escultura de nuestra Señora, vestida de lama azul y manto de lo mismo; dos coronas de plata, una mediana y otra pequeña. La imagen titular guardada en un tabernáculo, vestía de capichola azul y manto de lo mismo, con su corona de plata. El frontal del altar era de damasco verde y caídas de lampazo de plata, unos manteles de ruán y palia con puntas finas, cuatro candeleros de azofar, y un ornamento entero de damasco verde con cenefas.

Los bienes de la cofradía del hospital de Zapotlán ascendían a 680 reses de hierro para arriba, 40 yeguas y 35 caballos mansos. Pidió el pastor, a los mayordomos y priostes, no cubrir gastos extraordinarios; prohibió la costumbre de compensar en especie con bienes de la cofradía a los alcaldes mayores y al cura doctrinero, reduciéndose la paga de este último a un novillo o a una vaca estéril, por su asistencia al herradero. También pidió al cura doctrinero leyera en náhuatl este auto y las constituciones a los miembros de la cofradía. Ese mismo día, 22 de diciembre, el señor obispo y los suyos volvieron sobre sus pisadas, de Zapotlan a Santa María, nada más para encaminarse a la meta siguiente de su derrotero, el pueblo de San Luis, de la feligresía de Xalisco.

 



[1] Hizo la paleografía del texto original la Arq. Verónica Cortés Alba.

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